
Carlos llega a la universidad en un autobús de enlace con la inscripción del Courtyard by Marriott Philadelphia Valley Forge/Collegeville en el lateral. Lleva una sonrisa en la cara cuando se baja, agarrado a su mochila. Lleva un traje de chándal que combina con su enérgica personalidad. Me abraza y me da un beso, y después lo guio a un aula porque hoy me va a acompañar en clase. Camino del aula, sigue agarrado a su mochila, admirando la belleza de la universidad.
Uno podría confundir a Carlos con un estudiante de primer año por el entusiasmo que tiene al caminar. Yo le doy un tour de la escuela y él presta atención y mira con admiración a su alrededor.
Llegamos al aula y su presencia de extranjero llama la atención. Aún con las miradas puestas en él, se presenta como mi padre. Las caras de mis compañeros cambian por la sorpresa, pero yo les explico que es mi último día con él, y por eso lo he traído a clase, para que esté conmigo. Mi padre se sienta junto a mí y enseguida empezamos a discutir con mis compañeros sobre las injusticias del sistema educativo. Carlos les cuenta como la pobreza que vivió en el Salvador, su país natal, le impidió conseguir una educación.
Aun así, yo me pregunto cómo es que pudo rehacer su vida en otro país y adaptarse a costumbres diferentes. Mi padre es sabio sin tener un título que certifique su inteligencia. La experiencia de la vida se lo ha enseñado todo. Eso me ha motivado a seguir mis sueños y a asumir riesgos. Yo comparto el deseo de mi padre de mejorar la vida de mi familia. A pesar de no tener los recursos para costear mi educación, su mentalidad ha sigo el mejor apoyo que he tenido para conseguirla. El verano antes de que yo empezara la universidad, mi padre tuvo tres trabajos para poder pagarme la escuela. Llegaba de trabajar dobles turnos y seguía cuidando de su familia a pesar del poco descanso, manteniendo nuestra salud y dándonos un hogar.
Tanto trabajaba que no tuvo tiempo de pagarse un vuelo para ir a llevar a su hija a la universidad. Tanto como yo admiro lo trabajador que es mi padre, mi jefe también se admiró y decidió pagarnos a mí y a él el billete. Siendo inmigrante, es difícil tener descanso o saber la importancia que tiene el primer día de universidad de una hija. Aún así, finalmente pudo disfrutar de ello.
Al terminar el día, mi padre se tuvo que ir. Recuerdo vivamente esa despedida, en la que los ojos de mi padre, llenos de lágrimas, me miraban profundamente. Sus labios se apretaban queriendo contener sus emociones. Entonces, se acercó a mi y me dio un fuerte abrazo. Al soltarme, me miró de nuevo con ojos llorosos.
“Hija siento que te ha fallado como padre. Siento no poder ayudarte porque tengo muchas deudas. Pero estoy muy orgulloso de ti y de como tomaste la iniciativa para asegurarte una educación. Te admiro mucho”.
Ese hombre fuerte, que es para mí un modelo a seguir, me dice que me admira. Mi padre se despide con un ultimo abrazo y se va sin mirar atrás, agarrado a su mochila.