El campeón del mundo

Daja E. Henry
Alhassane Bangoura during a training session at the High Performance Center of La Cartuja in Seville / DAJA HENRY

Hace siete años, Alhassane Bangoura dejó atrás todo lo que había conocido. Ahora, va camino de ser campeón del mundo.

“Voy a ser campeón del mundo. Esto es todo lo que estoy pensando ahora mismo”, explica Alhassane Bangoura en su salón, adornado con trofeos y medallas de todos los maratones que ha corrido y fotos de él cruzando líneas de meta, desde Córdoba a Berlín. Aunque su especialidad son los 42,2 kilómetros, su viaje más largo, de más de 4.000 kilómetros, fue cuando huyó de su país, Guinea-Conakri, para llegar al continente con el que muchos africanos sueñan, el “paraíso” de Europa. Utilizando una ruta que recorre el país, que mucha gente toma cada año y en la que muchos han muerto intentando llegar al final, llegó a la costa norte de Marruecos el 6 de junio de 2010 desde donde, con la ayuda de la Guardia Civil española, logró entrar en Motril, un pueblo de Granada, en la costa mediterránea.

La muerte fue la razón por la que Alhassane se fue de África. El 28 de septiembre 2009, decenas de miles de personas se congregaron en el Stade du 28 Septembre de Conakri, el estadio polideportivo de la capital. El estadio lleva la fecha de la independencia de Guinea de Francia de 1958. La multitud prodemocracia protestaba pacíficamente contra la presidencia de Moussa Dadis Camara, quien había tomado el poder en un golpe de Estado militar en diciembre de 2008. Las fuerzas de seguridad guineanas invadieron el estadio, disparando granadas de gas lacrimógeno y balas entre la multitud. 157 personas perdieron la vida, más de 1.000 resultaron heridas y numerosas mujeres fueron violadas. Mohamed Bangoura, el padre de Alhassane, no estaba allí. Se había negado a participar en las matanzas. Esa noche, miembros de las fuerzas de seguridad entraron a su casa y lo mataron. “Él siempre me decía que me alistara en el ejército”, recuerda Alhassane con una cadencia irregular en su voz, posiblemente vestigio de uno de los siete idiomas que habla.

Aunque no había vivido con su padre desde que tenía siete años, cuando lo mandaron a estudiar el Corán a una ciudad a más de 200 kilómetros de Conakri llamada Mamou, el asesinato le impactó de igual manera. Su madre había muerto hacía 12 años, al dar a luz a la hermana menor de Alhassane. Así que decidió emprender su viaje. Había ahorrado dinero trabajando en un restaurante de pinchos morunos y helados, y también como mecánico. En 2010, cuando tenía 18 años, voló en avión desde Guinea hasta Casablanca, Marruecos. Luego fue en autobús hasta Nador, una ciudad de la costa mediterránea de Marruecos, justo al sur del enclave español de Melilla. Cuando hubo llegado a Nador, se subió en un barco con otros 34 africanos e hizo un viaje de dos días hasta España.

Durante dos días, viajó embutido en un pequeño barco pesquero —lo que en los puertos cercanos al estrecho de Gibraltar llaman una patera— con otras 34 personas, reservas de pan y agua y un par de mudas de ropa. Era más peligroso por la noche, explica. La patera, poco profunda, se zarandeaba sin parar y mucha de la gente que iba abordo temblaba y vomitaba. “Mucha gente muere así. Tienen miedo y vomitan hasta no les queda nada dentro”. Afortunadamente, nadie en su patera murió. Aproximadamente a 15 de los 35, sin embargo, los mandaron al hospital cuando la Guardia Civil los rescató del mar.

“Siempre lo recordaré. Si la policía no hubiera venido, habríamos muerto allí”. Los guardias subieron a su patera y les dieron comida y ropa, para después llevar a los demás al Centro de Internamiento para Extranjeros de Madrid. Se atranca con la palabra “internamiento” antes de dejarlo pasar; es un detalle sin importancia.

“Son cárceles”. Su esposa, Cristina, interviene. La pareja se conoció hace cuatro años en una discoteca de reggae, un club popular entre los inmigrantes africanos que buscan un atisbo de su hogar. Volverá otras veces durante la entrevista para dar su opinión como española. “Te meten en cárceles y después te sueltan en las calles”, dice Cristina. “El tratamiento a los inmigrantes es injusto. Son demasiado duros cuando se trata de la prueba de la ciudadanía. Te preguntan cosas que ni siquiera los españoles sabrían”. Así funciona.

Alhassane niega todas sus interjecciones. “No son cárceles. Te quedas allí durante un mes y te dejan libre. Te dan comida, te dan ropa, te dejan hacer deporte y estudiar. El proceso de ciudadanía es duro en todos los países”.

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En 2012, Alhassane dejó el fútbol y comenzó a correr porque, como inmigrante clandestino, no tenía los papeles que siempre le pedían. Así, se embarcó en un nuevo viaje, con un intenso entrenamiento y trabajo duro. “¿Sabes?” no sólo lo dice como una muletilla sino como una pregunta de verdad. Se detiene después de cada detalle para asegurarse de que se le entiende bien.

Como corredor de maratones, Alhassane entrena dos horas cada mañana y una hora más por la tarde. No obstante, deja claro que disfruta corriendo. Su mejor entrenamiento, dice, fue en las montañas de Marruecos el año pasado, donde estuvo 20 días subiendo y bajando entre caminos montañosos del bosque para aumentar su resistencia. En altitudes montañosas, el cuerpo se ajusta a la carencia de oxígeno para generar glóbulos rojos nuevos, que aumentan la capacidad de oxígeno.

El 23 de noviembre por la tarde, Alhassane asiste a la ceremonia de entrega de premios del Circuito de Carreras Populares #Sevilla10 de este año. Es un circuito de cinco carreras, de marzo a octubre, organizado por el Instituto Municipal de Deportes (IMD) en cinco distritos distintos de la ciudad. Terminó en segundo lugar. Alhassane ha obtenido el segundo puesto en la clasificación general de un total de más de 10.000 participantes. Ha quedado segundo en tres de las carreras de 10 kilómetros y cuarto en las otras dos. Su compañero de entrenamiento, Samuel Lay Rincón, quien ganó tres de las carreras, ha conseguido el primer puesto.

Aunque se había sentido frustrado pocos minutos antes de llegar a la ceremonia porque él y Cristina tuvieron que pasar un rato dando vueltas buscando aparcamiento, en el momento que entra, está encantado. Posa algunas veces de camino a su asiento, señalando a los ornamentos del techo de la antigua fábrica de Cruzcampo, donde tiene lugar la ceremonia. El lugar está lleno de corredores y entrenadores. “¡Haz fotos!” insta Alhassane emocionado antes siquiera de comenzar el programa. Cristina y él se sientan detrás de su entrenador, Mauri Castillo, un atleta cubano que se mudó a España en 2010 y ahora dirige la escuela Mauri Castillo de Atletismo.

Cuando el programa comienza, una foto de Alhassane cruzando la línea de meta aparece en la pantalla del escenario. Él ni se da por aludido. “Segundo puesto”, el presentador le dedica un montón de elogios antes de pronunciar su nombre, “¡Alhassane Bangoura!” Desde unos segundos antes, Alhassane ya gesticulaba como restándole importancia a la cosa en un gesto de humildad, y después sube a aceptar su trofeo. Durante el resto de la noche, una procesión de corredores y amigos pasa por su asiento a darle la enhorabuena al crack.

Es el mismo hombre que, siete años antes, dejó atrás su familia y todo lo que conocía y recorrió solo las calles de un país extranjero que no era nada de lo que había soñado. Sus paisanos siempre habían visto Europa como un paraíso con mucho trabajo y dinero que ganar. No había trabajo. No había dinero.

Ahora, recorre las calles de Sevilla por un camino que él mismo se creó. Tiene muchas aspiraciones, que incluyen correr la codiciada maratón de Nueva York. El año que viene, pretende regresar a Guinea para visitar a su familia, que no lo ha visto desde que se fuera del país en 2010. Cuando su carrera como corredor termine, espera ser entrenador de atletismo.

Ha cruzado muchas líneas de meta desde que emprendió su viaje hacia Europa pero le aguarda una hazaña aún más grande. Su ciudadanía. Hasta entonces, se concentra en una cosa: ser campeón del mundo. •