
Ángela Ojeda Ruiz comprueba la lista de clientes del día en el mostrador de Obando / LAURA PLACE
Ha sido un día largo pero, a pesar de toda la locura, sus rizos castaños todavía están perfectos. La oportunidad creativa que viene con cada nueva clienta la revitaliza. Cuando una de ellas se sienta ante el espejo y le explica lo que quiere –pelo cortado hasta los hombros y teñido de negro–, Angela la mira con expresión crítica a través del espejo. Los consejos no se hacen esperar: “tú no quieres esto, tú quieres ESTO” le dice, mostrándoselo en el espejo. Y sin saber cómo, la clienta se lo cree.
A veces, cuando una puerta se cierra, otra se abre. Para Angela Ojeda Ruiz, muchas se cerra- ron antes de que se abriera la que ella necesitaba, la de Relatores, una librería feminista que vivía sus últimos días, bajo el piso donde ella vivía en la calle de la Amargura de Sevilla.
Había llegado la hora de ser propietaria de su propio negocio. Angela habló con su casera, dueña también del local de la librería, y lo adquirió. Recibió una ayuda económica para empezar, y durante los tres meses siguientes su marido trabajó en la restauración total del local. En febrero de 2016, lo abrió. Obando: Estilistas desde 1949, dice un gran cartel sobre la puerta.
Angela se mueve rápidamente por su mundo de sillas negras y champús sin productos químicos. Obando es distinto por sus productos ecológicos, que no se pueden encontrar en sitios como El Corte Inglés, dice ella. Siempre va vestida de negro y con la boca pintada de un rojo llamativo. En esta profesión, una tiene que estar preparada para ser terapeuta, mejor amiga, la persona más honesta de la vida de la clienta ese día.
“Soy abierta, intento que todo el mundo se sienta bienvenido. Soy yo misma, ¿sabes?”, dice Angela con expresión seria.
Dentro de Obando, todo cobra vida. Su compañera de trabajo, Rebecca, ríe con ella mientras le cortan el pelo a las clientas. Ella y Angela ya trabajaron juntas antes en otra peluquería, y cuando Angela se marchó, Rebecca le dijo, “Si un día abres una peluquería, llámame”.
Obando no existe solamente gracias a que una librería cerró. Su historia empezó muchos años antes, en un pueblo de 52.000 habitantes, a 30 kilómetros de Seville, Utrera, con Pepita Obando, la abuela de Angela, primera peluquera de la familia.
Pepita había asistido a un curso de peluquería en Madrid en 1945, y en 1949 abrió su propia peluquería, el Obando original, en Utrera. En las paredes de Obando hay grandes fotos en blanco y negro en las que se ve a Pepita trabajando. En una de ellas está, en Madrid, mirando a la cámara con intensidad. En otras, aparece cortándole el pelo a alguna clienta en su peluquería abarrotada.
“No era una mujer típica de su época. No estaba contenta quedándose en la casa”, dice Angela sobre su abuela. “Fue una mujer trabajadora, fuerte… Claro, tenía que serlo para comenzar su propio negocio, y con dos niños”.

La peluquería de su abuela estaba dentro de su propia casa, un edi cio antiguo, lo cual permitía que la madre de Angela, Amalia, cuidara de ella cuando apenas era un bebé y mientras su madre también trabajaba con Pepita. El resto del personal de la peluquería lo formaban su tía, Ana María, y su padre, Juan, que llegó después de haber conocido a Amalia en Sevilla, en una escuela de peluquería cerca de la Alameda de Hércules, en la calle de Faustino Álvarez, a unos minutos de donde vive Angela ahora.
“Él llevó a Amalia inmediatamente consigo a Utrera, para ayudar a su madre cuando estaban prometidos”, dice Angela con una sonrisa.
Cuando falleció Juan con 35 años, Amalia continuó trabajando allí. Cuando también falleció Pepita, Amalia y Ana María siguieron con su salón hasta que cerrara hace 10 años, y hoy toda- vía viven en Utrera. Ahora, la mayoría de lo que sabe Angela sobre su abuela se lo ha contado su tía, ya que Angela sólo tenía dos años cuando Pepita murió.
“Recuerdo pasar tiempo en la peluquería, por el patio, con los clientes…”
Angela cuenta su historia en un piso situado sobre Obando, abierto y cómodo, con ventanas de vidrieras de colores como las de una iglesia. Mientras habla, se mueve de la misma manera que en la peluquería. Corre de la cocina, donde está preparando la cena, al salón, separando a sus dos hijos, Marcos y Pablo, en medio de sus travesuras.
Durante mucho tiempo, Angela tuvo otros planes aparte de abrir Obando.
“Fue después de muchos años que decidí ser peluquera”, dice Angela. “Empecé con Bellas Artes”.
Angela estudió cerámica en la Universidad de Seville, y se mudó a Grecia con una beca artística después de terminar sus estudios. Durante sus tres meses allí, conoció a Tasio, que hoy es su marido.
Tiene que hacer una pausa en su historia para calmar a sus hijos, que durante la entrevista esca- lan sobre ella como si fuera una columpio.
“Escucha, hablo de cómo conocí a papá…”, les dice tiernamente. La historia empieza de nuevo.
Con 21 años, Angela y Tasio decidieron se- guir manteniendo su relación a distancia, para que él pudiera completar el máster que estaba haciendo en Inglaterra, y ella regresó a España. Así estuvieron un año y medio, viéndose a veces en Grecia. Después, ella se fue a Edimburgo, donde trabajó de varias cosas, limpiadora, camarera, cualquier cosa que estuviera disponible.
“Trabajé así hasta que tuve cierto nivel de inglés y supe que tenía que hacer algo diferente con mi vida”, dice Angela, que ahora cambia fácilmente entre el inglés y el español con sus clientas. Empezó a estudiar peluquería allí, en Edimburgo.
En un momento determinado, ella quiso estar más cerca de España y de su familia en Utrera, así que los dos se mudaron a Lisboa un año, durante el postdoctorado en Antropología Social de Tasio. Angela regresó brevemente a Sevilla para el nacimiento de Marcos, su hijo mayor, y después ambos se mudaron aquí permanentemente en 2014. Ella empezó a trabajar en varias peluquerías, todas por poco dinero y muchas horas.
“Fui despedida de uno de mis trabajos cuan- do mi jefe supo que estaba embarazada”, dice Angela, mirando hacia Marcos y Pablo, riéndose y jugando con el gato. Su expresión es dura. “Esto ocurre mucho en España, y casi nadie busca un abogado, porque el proceso puede durar mucho tiempo”.
Desde el otro lado del salón, Marcos grita con emoción, interrumpiendo de nuevo. “¿De mí, mamá, de mí?”
En la cara de Angela aparece una sonrisa. “No, cariño, de Pablo. Era cuando tú ya habías nacido…”
Aunque no continuó en Bellas Artes, princi- palmente por la falta de trabajo, el arte sigue siendo parte fundamental de su trabajo.
“Para mí, es un arte, y lo que hago en mi peluquería es muy artístico. Puedes transformar a alguien en algo maravilloso”, explica.
Mañana será otro día. Angela saldrá del piso, bajará a la planta de abajo y preparará la peluquería para sus clientas. Su marido llegará luego con sus hijos, sonriendo y hablando con ella desde la entrada, dándole espacio para hacer su trabajo.
“Ella se parece muchísimo a mí, y a Pepita” dice su tía Ana María, mirando a su sobrina mientras trabaja. “La piel, sus expresiones…”
Si se captara el momento en una foto, se pare- cería mucho a las de las paredes: una emprendedora, su familia cerca, creando su propia historia. •
