
Antonio lleva más de 25 años dirigiendo el negocio familiar, del cual es la tercera generación. Se levanta temprano cada día para cuidar de su frutería y de la fruta que ofrece a sus clientes en el Mercado de la calle Feria, en el corazón de Sevilla. Un día en la vida de Antonio es un día lleno de actividad.
Son las cuatro y media de la mañana, y Antonio Gómez Cota se levanta y se prepara para el trabajo, como ha hecho durante los últimos 27 años. A las cinco, ya está conduciendo su camioneta en dirección a Sevilla Este mientras escucha en la radio las noticias locales. Trastea con la radio ajustando la emisora, pasando de las noticias a la música sin decidir qué quiere escuchar. A esta hora las calles están casi vacías y el cielo todavía se ve oscuro. La única luz proviene de los coches de la carretera, una mezcla de blanco y rojo que se difumina. Finalmente, un gran letrero que dice “MERCASEVILLA” indica que ha llegado al principal mercado de alimentación mayorista de la ciudad.
Ya son las seis, y Antonio aparca su camioneta entre otras dos con la cámara abierta, vacía y lista para ser cargada con los productos del día. Junto al suyo hay varios vehículos similares, todos abiertos frente a las puertas del almacén del mercado. Sin embargo, antes de entrar en Mercasevilla, Antonio cruza el estacionamiento y entra en un bar. Coge un taburete y pide un café solo. Cuando se lo sirven, deja escapar un largo suspiro y se despierta lentamente con cada sorbo. El bar está sorprendentemente lleno a primera hora de la mañana, pero para ellos esto es lo habitual. Cuando está más concurrido es alrededor de las dos y media de la mañana, con la llegada de la primera ronda de vendedores, pero durante la tarde permanecerá en silencio. Antonio deja un par de monedas en el mostrador y se despide del camarero, cruzando de nuevo el aparcamiento para comenzar su día en Mercasevilla. Son las seis y media.

A través de una de las grandes puertas del almacén, saluda a todos los que va viendo con una sonrisa y se acerca al gerente del primer puesto para darle una lista de todo lo que está buscando. En cada estación, hay un hombre en una oficina de plexiglás, donde se puede pagar o hacer pedidos. Antonio los deja con su primera lista y continúa hacia el interior del mercado. Mercasevilla, o Mercados Centrales de Abastecimiento de Sevilla, es una sociedad anónima mixta —entre pública y privada— que abastece de todo tipo de productos alimentarios no sólo a Sevilla sino también a una zona de influencia que llega a las provincias limítrofes de Huelva, Cádiz y Badajoz, además de a la región del Algarbe portugués. Abierto de lunes a domingo durante las 24 horas del día, desde su inauguración en mayo de 1971, consta de tres almacenes de dos plantas llenos de productos frescos sin incluir los almacenes para el pescado. A tan sólo cinco kilómetros del centro de Sevilla, el mercado funciona como una gigantesca colmena de 40 hectáreas, con gente moviéndose por ella arriba y abajo, recogiendo los productos que luego se venderán en las tiendas y los supermercados. Caminando a través del arco iris de frutas y verduras, Antonio, que habla muy rápido con su fuerte acento sevillano, no tiene que preguntar dónde está cada cosa.
Encuentra algunos kiwis e inspecciona muchos de ellos, escogiendo algunos de cada paquete para determinar si son lo suficientemente buenos. Repite esto con otras tres cajas hasta que encuentra una que aprueba. La carga en su carretilla y se lo señala al gerente de esta unidad del mercado. Repite esto con manzanas, champiñones, uvas, patatas y unos cuantos productos más. Lo único que Antonio no puede encontrar hoy es un buen racimo de plátanos. Se detiene ante cada vendedor para ver los suyos, pero no le convencen. No es hasta una hora más tarde y dos almacenes más allá que encuentra algunos plátanos que sí le gustan, y pide cinco cajas. Se detiene con frecuencia para saludar a los otros propietarios de fruterías y se ponen al día antes de volver a buscar los productos del día. Cuando hace una pausa, lía un cigarrillo y lo saca de vez en cuando, dándole algunas caladas y guardando lo que queda en el bolsillo cuando necesita apagarlo, sin acercarlo nunca a los productos. Una vez que llena su carretilla, mete los productos que ha comprado en la parte trasera de su camioneta y regresa al corazón de Mercasevilla para repetir de nuevo la operación.
Ya son las ocho y media cuando Antonio, con la mitad de su camión lleno, se pone al volante para regresar a la frutería Isidro en la calle Feria, en el corazón del barrio de San Julián. Durante el viaje de regreso, de 25 minutos, llama a sus empleados para decirles que se dirige a la frutería, para que sepan que tienen que estar listos cuando llegue. Las calles estrechas y sinuosas del centro de Sevilla son difíciles de recorrer, sin embargo, incluso en su gran camioneta, Antonio llega al mercado en poco tiempo. La frutería se encuentra justo al lado de la gran iglesia mudéjar de מmnium Sanctorum, construida en el siglo XIV sobre los restos de una mezquita del siglo XI. El dosel anaranjado del toldo se balancea sobre el costado de la tienda, cubriendo las cajas de coloridos productos frescos apilados en filas creando un arcoíris.

Han transcurrido 115 años desde que Isidro Gómez Gordillo, abuelo del actual propietario, fundó la frutería en 1904. Con tablones de madera que apoyó en el muro exterior de la colindante iglesia, Isidro levantó con sus manos un negocio que ha sobrevivido hasta nuestros días. En sus inicios, mucho antes de que existiera Mercasevilla y el transporte y almacenaje refrigerados, sólo vendían fruta de temporada que provenía de las huertas cercanas a la ciudad. Un siglo después, despachan hasta productos exóticos importados en avión desde Nueva Zelanda, como ocurre con algunas variedades de kiwi. Cuando el hijo de Isidro, Prudencio Gómez Rodríguez, tenía ocho años, comenzó a ayudar a su padre en la frutería, y cuando Isidro se jubiló, heredó el negocio y también las relaciones con los vecinos que vienen con el negocio.
La frutería Isidro está al comienzo del primer módulo del mercado, en el que se venden una variedad de productos que van desde frutas y verduras, a carne, flores, frutos secos, pasteles o pan. Conectado a él y separado por una calle interior, se encuentra un segundo módulo en el que venden pescado y, desde hace dos o tres años, como resultado de la creciente gentrificación del barrio, también hay unos cuantos bares que ofrecen paella y vino, entre otras muchas cosas. El olor de esta zona es en sí abrumador, con el pescado expuesto sobre camas de hielo.
En la frutería trabajan, además de Antonio, Madalin Constantin Frangulea, de 33 años, nacido en Rumanía, al que todos llaman Manu, y Elena Moreno Aguilar, de 40, que es sevillana. Antonio tiene 45 años, y su piel es de color caramelo. Está casado con Reyes, que tiene 44, y juntos tienen un hijo de 15 y una hija de 14. Tiene arrugas provocadas por su sonrisa alrededor de los ojos. Es dueño de un campo y un huerto en el cercano pueblo de Bormujos, donde cría gallinas, cuyos huevos vende en la frutería, y pollos de campo que vende por encargo. También trae de su huerto frutas y verduras de temporada. En otoño e invierno, naranjas, coles, coliflores, cebolletas o lombarda; en primavera y verano, ciruelas, brevas, higos, pimientos, berenjenas, calabacines o tomates.
Hay muchas cosas que deben saberse cuando uno trabaja con productos frescos. Antonio enfatiza que, “lo más importante es saber qué es lo que estás vendiéndole al cliente. לֹManzana Golden? Pues hay diez mil variedades, y hay algunas que son mejores que otras. Hay que saber diferenciar un artículo de otro”.
Como no quería estudiar, y su padre tenía la frutería, Antonio se sintió obligado a cuidar también del negocio. “Cuando estoy en el trabajo, me siento muy bien, orgulloso de lo que hago. Porque me gusta. Lo que más me gusta es montar el puesto, montar el negocio, exponer la fruta. Compras, montas, vendes, desmontas… Así es un día típico”, dice Antonio.

Termina el día cansado, porque dedica muchas horas al negocio. Cierra la tienda alrededor de las tres y media o cuatro de la tarde, trabajando 12 horas diarias. Después del trabajo, le dedica tiempo a sus dos hijos, así que le queda muy poco para sí mismo. Su sueño no está relacionado con el negocio, sino con tener buena salud, criar a sus hijos en buenas condiciones, y “estar como estoy, porque estoy bien”. No da nada por sentado en la vida, y sabe lo duro que su familia y él han tenido que trabajar para estar donde están hoy.
Antonio está muy orgulloso de su trabajo y ama lo que hace, se siente feliz cuando está en el trabajo. Está orgulloso de haberse criado en torno a la frutería desde que era niño, por lo que conoce muy bien el negocio. Creció en la frutería y se siente cómodo allí. Sin embargo, si hubiera tenido la oportunidad, no habría elegido trabajar en la frutería. “Por lo que he visto en mi casa, mis hermanos y mis cuñados, que son funcionarios, me prepararía unas oposiciones. Este trabajo me gusta, es muy bonito, pero es muy sacrificado. El dinero que gano no compensa por las horas que le echo y el madrugón que nos pegamos”, explica Antonio, cuyos hijos no querrían seguir con el negocio, nada más que de ver las horas a las que se levanta su padre para ir a trabajar. Antonio considera que un buen día es un día sin problemas, ni con los clientes ni con ninguno de sus empleados.
¿Sus frutas favoritas? El melocotón y el melón! •