Juventud divino tesoro

La pandemia del COVID-19 ha revelado dramáticamente nuestras necesidades y deseos más fundamentales. Central en esta lucha es el conflicto entre ser socialmente responsable e interactuar socialmente, particularmente evidente en grupos de riesgo bajo: adolescentes y adultos jóvenes. Esto genera un nuevo conflicto: ¿cómo se traduce en acción la rebelión clásica de la juventud durante una pandemia? Los adultos jóvenes están viviendo una disyuntiva constante entre todo lo que implica ser joven y, al mismo tiempo, ser responsable. En Boulder, Colorado, Payton Cloyes esta viviendo precisamente este dilema. Payton trabaja como asistente de enfermería certificada (certified nursing aid o CNA) en una residencia de mayores, pero también vive con cuatro de sus amigas que estudian en la universidad. El balance entre el trabajo y la vida personal, en este caso, tiene un significado completamente nuevo y más difícil.

La pandemia del COVID-19 ha revelado dramáticamente nuestras necesidades y deseos más fundamentales. Central en esta lucha es el conflicto entre ser socialmente responsable e interactuar socialmente, particularmente evidente en grupos de riesgo bajo: adolescentes y adultos jóvenes. Esto genera un nuevo conflicto: ¿cómo se traduce en acción la rebelión clásica de la juventud durante una pandemia? Los adultos jóvenes están viviendo una disyuntiva constante entre todo lo que implica ser joven y, al mismo tiempo, ser responsable. En Boulder, Colorado, Payton Cloyes esta viviendo precisamente este dilema. Payton trabaja como asistente de enfermería certificada (certified nursing aid o CNA) en una residencia de mayores, pero también vive con cuatro de sus amigas que estudian en la universidad. El balance entre el trabajo y la vida personal, en este caso, tiene un significado completamente nuevo y más difícil.

El día de trabajo de Payton comienza tomándose la temperatura, mientras le sudan las palmas de las manos esperando que hoy no sea el día en que se haya contagiado con el virus. Después vienen unas preguntas: “¿ha viajado usted o algún miembro de su familia recientemente? ¿usted o algún miembro de su familia ha tenido síntomas como tos o fiebre? ¿ha estado expuesta a alguien que tiene COVID-19?” Hoy Payton tiene suerte; ninguna de sus respuestas ha sido afirmativa. Si lo hubieran sido, Payton habría tenido que irse a casa inmediatamente. Dando un suspiro de alivio, Payton se va a un pequeño cuarto de descanso. Las luces parpadean y todo el cuarto huele a lejía. Ese suspiro que ha exhalado esa la única respiración del día de la que no tendrá que preocuparse, porque el ambiente en el cuarto es relativamente estéril. Su ropa de trabajo no es nada lujosa; apenas sus superiores le dicen que puede trabajar, Payton se cubre de pies a cabeza con un delgado uniforme protector azul claro. Luego se pone los cubre-zapatos, una bata, guantes y una mascarilla. Payton es una chica menuda de 21 años, así que la bata le cae por debajo de los pies, haciendo que tropiece cuando camina. “Me siento un poco mejor sobre el trabajo,” dice ahora que le han dado una mascara N95, el estándar para los trabajadores médicos en estos tiempos. Recuerda que no se trata de un día normal de trabajo tan pronto empieza a sudar bajo su uniforme protector. Después de solamente unos meses trabajando en la residencia, ahora afectada por 5 casos positivos de COVID-19, el mayor desafío para su incipiente carrera como enfermera comenzó en marzo de este año.

En la unidad especializada en la que Payton trabaja hay aproximadamente 110 residentes. Aunque la residencia tiene apartamentos independientes y una sección para enfermería especializada, ella trabaja de forma particular con aquellos que presentan un mayor grado de dependencia para realizar sus actividades de la vida diaria. Algunos residentes tienen sus funciones cognitivas disminuidas y otros están enfermos en cierto grado, pero muchos solo están en la sección de enfermería especializada para realizar rehabilitación. La pandemia ha significado que las actividades diarias de Payton hayan cambiado; cada residente requiere otro par de ojos más para garantizar tanto su seguridad como la del personal.

Antes de trabajar con su primer residente, Payton se lava las manos. Llama a la puerta para saber si la persona está despierta. “¿Mary?”, dice. “¿Puedo entrar?” Cuando lo hace, la habitación está en silencio, excepto por el constante zumbido del aire acondicionado. Es una habitación pequeña y bien decorada, con más adornos de lo que cabría esperar, pero escasa de muebles. Esto la hace parecerse más a una habitación de hospital lujosa. Las paredes están decoradas con fotos proporcionadas por el decorador, sin ningún valor sentimental para Mary. Un feo papel pintado cubre la pared detrás de la cama. Mary está acostada, su revuelto cabello blanco está esparcido sobre la almohada y su rostro orientado en dirección opuesta a la entrada. Payton le toma la temperatura y escucha su respiración, solamente unas pocas exhalaciones e inhalaciones superficiales. Le toma la presión arterial y determina el pulso de Mary. Toma nota de todo y luego ayuda a la mujer a levantarse de la cama usando su propio cuerpo para soportar el peso. Juntas van a un pequeño baño lleno de efectos personales, y Payton mira al espejo mientras le peina suavemente el cabello a Mary y le cepilla los dientes. Ella no parece darse cuenta, o no le importa, que Payton esté cubierta con el uniforme protector. Payton trata de conversar con Mary, que ha estado mucho menos alegre desde que a los visitantes se les negó el acceso a la residencia. Apenas Payton sale de la habitación, se lava las manos y se desinfecta una vez mas. “Todo eso lleva una eternidad”, explica. Sin embargo, antes de que pueda tomarse un descanso tiene que tomar un registro exhaustivo del estado de cada paciente, incluidos el comportamiento, la condición de la piel, la lucidez, etc. Se limpia las manos otra vez y limpia el ordenador con lejía antes de empezar. Después del almuerzo, el trabajo de Payton se dedica principalmente a redactar el informe sobre cada paciente, responder a las luces de llamada y, por supuesto, desinfectar sus manos constantemente.

Payton Cloyes.

“La falta de visitas ha hecho que todos estén súper deprimidos,” dice Payton. “No poder salir de sus habitaciones también les ha causado problemas. Algunos residentes han ido perdiendo facultades físicas como resultado de ello”. Entre todos estos problemas, un rayito de luz surge cuando los familiares de los residentes vienen a saludarlos desde el exterior de los muros de la residencia. Algunos tocan el cristal de la ventana para llamar la atención del residente, mientras que otros se quedan en el césped para gritarles a los residentes que están dentro. Esposos, esposas e hijos por igual saludan y gritan a sus padres, abuelos, tías y tíos que están en el interior en el más dulce de los esfuerzos para mantenerse en contacto. “Es realmente muy emotivo”, dice Payton. Tanto los visitantes como los residentes muestran muchas emociones en los breves momentos que tienen juntos, en marcado contraste con la sensación de desapego frío que ahora existe en el interior.

Las condiciones empeoran por la escasez de un personal que ahora tiene miedo de contaminarse y contaminar a sus familiares de alto riesgo. Como resultado cada día hay menos gente trabajando. La tensión aumenta debido a los empleados que han amenazado con retirarse exactamente por eso; las enfermeras que sí vienen a trabajar están intensamente sobrecargadas. Algunas enfermeras ya retiradas han tenido que volver a trabajar para poder compensar la baja de los que no quieren o no pueden hacerlo. “Debido a que tenemos tan poco personal, apenas puedo pasar tiempo con los residentes. Normalmente puedo charlar con ellos, conocerlos… pero ahora tengo tanto que hacer que es imposible… tratando de demostrarles que no tengo miedo”, explica Payton. “Esto último es realmente importante tanto para el personal como para los residentes”. Para las enfermeras de servicio, los turnos requieren mucha más concentración, energía y positividad.

Sin embargo, una imagen muy diferente de la pandemia se le presenta a Payton cuando llega a su casa de 5 dormitorios, ubicada en el centro de “the Hill” en Boulder, el área residencial central para los estudiantes en la ciudad. En toda ella, los hogares de los estudiantes están ocupados por entre 5 y 10 personas, si no más. En condiciones normales, “the Hill” es el epicentro de la actividad social de los estudiantes; la música suena constantemente desde los tejados mientras los estudiantes practican juegos que implican el uso de bebidas alcohólicas en el exterior, estudian en patios de restaurantes, o conversan en una esquina. Chicas en bikini se broncean al sol mientras los chioas charlan ruidosamente cerca de ellas tratando desesperadamente de llamar su atención. Sin embargo, parece que la pandemia no ha alterado mucho esta atmósfera. “Ayer, en “the Hill”, fue realmente agradable el día y todos estaban fuera poniendo música y pasando el rato juntos, como en un día normal. Hace unos días, mis amigos también tuvieron una gran fiesta”, dice Payton con preocupación. Los estudiantes están evitando los consejos del gobierno sobre la distancia social y no están permaneciendo en su casa, lo que representa un desafío único para ella. Sus compañeros de casa, no comparten directamente la responsabilidad que Payton tiene como enfermera, y por tanto no se toman las precauciones sanitarias en serio.

Payton y sus amigas siempre han sido grandes “animales sociales”; son miembros de una gran sororidad en la Universidad de Colorado, Boulder, y tienen una vida social activa que incluye grupos de amigos de gran alcance y parejas. Las fiestas, los grupos de estudio y las cenas con amigos son parte de su rutina diaria. Sin un trabajo estricto de 9 a 5 durante el año escolar, la socialización es una parte importante y omnipresente de la experiencia universitaria de Payton y de muchos otros. Además, como las viviendas para estudiantes están siempre llenas de estudiantes, tener más compañeros de casa significa tener también un circulo social en constante crecimiento, lo que hace que la contención del coronavirus entre los estudiantes sea muy difícil. Junto con esto, hay menos sentido de la responsabilidad respecto al cuidado de los demás.

Payton llega a casa del trabajo alrededor de las 9 de la noche. Hoy, sus compañeras de casa están sentadas en el sofá con tres amigos que Payton no ha visto antes. Charlan con entusiasmo mientras suena la música y hay una botella de vodka en el centro de la mesita del salón. “Hola”, dice Payton saludando nerviosamente y fingiendo amistad cuando sinceramente su presencia en casa le preocupa. Se quita los zapatos, que son gruesos y bien apoyados para sostenerla durante la jornada laboral, pero que al acabarla le dejan los pies sudorosos y doloridos. Ignorando las súplicas de sus compañeros de casa para sentarse con ellos, Payton se dirige silenciosamente a su habitación y se mira en el espejo. La tensión de un difícil día ha afectado su aspecto. Se siente, si eso es posible, incluso más bajita, y su piel bronceada se ha secado por el constante lavado de manos. Su cabello castaño esta anudado por el rígido moño que lleva en el trabajo. Con sus ojos marrones revelando su agotamiento, Payton se acurruca en la cama. Mientras intenta dormirse, piensa en todas las cosas que han tocado esos tres amigos: el sofá, la mesa, el control remoto del televisor, la manija de la puerta. Por la mañana, ella limpiará esas superficies mientras sus amigos duermen con resaca.

Esta situación ha cambiado la perspectiva de Payton sobre su carrera. “Cualquier persona que trabaje en enfermería o en un hospital está expuesta a diario en este momento. Las enfermeras se ponen ellas mismas y a sus familias en riesgo a diario. Esta experiencia me ha hecho darme cuenta de lo valioso que es el trabajo que hacemos ayudando a cuidar a las personas”. Aunque ahora trabaja como CNA, Payton espera ir a la escuela de enfermería el próximo año académico para recibir su licencia de enfermera registrada. Es difícil saber ahora cómo impactará el coronavirus al resto de su carrera. A pesar de su gran esfuerzo y del de  todos los trabajadores médicos como ella, la necesidad de normalidad y conexión social finalmente triunfará, tanto a pequeña como a gran escala. La necesidad de sentirse joven y divertirse es difícil de eliminar. ¿Cómo podemos avanzar de manera que se mantenga la libertad individual y se eviten los muy reales efectos secundarios del aislamiento social, protegiendo al mismo tiempo el bien público? Sólo el tiempo lo dirá. •