Viajar sin billete

Usualmente, conduce su Subaru Forester lentamente, con el mismo cuidado que toma con todas las cosas. Pero hoy es lunes por la mañana, y el tren a Nueva York llegará en quince minutos. El conductor, Mike, podría llegar a tiempo al tren si acelera durante los últimos 5 minutos del viaje. Se ha dejado las gafas en casa, y sus anchos ojos se enfocan en la carretera borrosa hasta que el coche hace un chirrido al llegar al lugar de estacionamiento. Sin tiempo ni dinero para pagar la tarifa del aparcamiento, saca una servilleta arrugada del bolsillo y escribe “!Por favor no me pongan una multa! No tengo suficiente dinero hoy, no va a suceder otra vez!”

Mike consigue abordar el tren. Respira. Sus piernas se estiran en el pasillo y se relaja dentro de su chaqueta vaquera. Los bolsillos vacíos le recuerdan que su cartera anda perdida en algún lugar de la gigantesca ciudad de Nueva York, siempre corriendo lejos de su dueño, como si tuviera algo que ocultar.

“Billetes…billetes…” El revisor del tren avanza por el pasillo. Mike lanza su gran cuerpo fuera del asiento y se apresura al baño del vagón, antes de que el revisor pueda verle. Espera. Cuando ha oído que el sonido de los pasos del conductor se alejan, regresa a su asiento.

Saca su ordenador y escudriña en la hoja de cálculos de sus clientes, sus próximos conciertos y eventos. La prensa y la coordinación de festivales y conciertos de música a nivel nacional con audiencias de millones están en las manos de un chico de 20 años de edad. Se rasca la cabeza. Mike tiene a dos hermanas menores a su cargo, su gemelo, que lucha contra una adicción, sus padres divorciados, su falta de dinero. Por eso, sus manos son ágiles, son grandes, fuertes, y él pulsa el teclado rápidamente y eficientemente.

Está bajo una presión que sería suficiente para rompernos a ti o a mí, o a cualquier otra persona, pero Mike no sólo empuja hacia adelante, lo hace con una sonrisa, un “¿qué tal?”, un abrazo. Su energía es magnética, es eléctrica, impulsa el tren más y más cerca de la ciudad. Con un viaje diario al trabajo de dos horas y media, necesita algo más que café. Es otra cosa, es una determinación que nadie más de su edad tiene.

Llegará 30 minutos tarde al trabajo , pero ya ha terminado sus tareas por esta mañana. Respira, y con la cabeza agachada, trabaja.