Una familia solidaria

Resident Josefa Luisa Chacón Díaz shows a reflection of volunteer Rocío Jurado Ojeda/ A. PÉREZ

La residencia de la Orden Católica de San Juan de Dios, situada en la calle Sagasta, en el corazón histórico de Sevilla, alberga a 80 residentes, todos en sus setenta, ochenta o noventa años e incluso más mayores. Tan importantes como los residentes y los trabajadores son los 32 voluntarios que hacen posibles muchas de las actividades organizadas en la residencia: personas con trabajos, vidas y familias propias que se han unido para formar una familia única.

Los días de los residentes están llenos de actividades culturales y de aprendizaje, sesiones de terapia, salidas y paseos; ya sea colorear para ejercitar su destreza manual, jugar a juegos de memoria, escuchar música, asistir a misa o practicar Chi-Kung (una antigua práctica china física y mental similar al Tai Chi), siempre hay algo que hacer. Los pasillos resuenan con las conversaciones mientras los residentes y los trabajadores circulan en masa por este hospital del siglo XVI completamente reformado, adornado con grandes representaciones de Cristo, la Virgen María, santos y personajes bíblicos, así como con carteles que muestran el trabajo que la orden realiza en otras partes del mundo. Esta noche es Noche de Bingo, que según Rocío Leiva, la coordinadora del voluntariado de la residencia, es una de las actividades favoritas tanto de los residentes como de los voluntarios. Mientras algunos residentes terminan su sesión de Chi-Kung antes de la Noche de Bingo, tres voluntarios nos cuentan su gratificante experiencia en San Juan de Dios.

La residente Manuela Díaz Martínez muestra el reflejo del voluntario Javier Valerio Palacio/ A. PÉREZ

“Voy a decir algo que me hará sonar como un idiota”, dice Javier Valerio Palacio, de 68 años, pasando del español al inglés. Aunque adquirió mucha práctica viajando cuando trabajaba como ingeniero eléctrico, teme que su inglés ahora esté un poco oxidado. “Cuando estoy aquí, es así”, dice agitando sus brazos como un pájaro, “es como si estuviera volando”. El cabello gris de Javier está peinado con una raya perfecta y lleva el abrigo blanco de voluntario ajustado, con las palabras “Voluntario San Juan De Dios” impresas en azul en el bolsillo delantero. Ha estado trabajando como voluntario desde hace dos años y medio y, de hecho, recuerda el día exacto: Javier se jubiló el 31 de septiembre de 2014 y al día siguiente comenzó a trabajar como voluntario. No ha parado desde entonces. Javier es un hombre ordenado, de buena presencia y muy aplicado cuando se trata de cosas como recordar fechas.

“Me gusta mantener las cosas bajo control, bien organizadas”. Pero dice que no es así cuando viene a la residencia, que siempre está llena de actividad. Javier nunca imaginó que pasaría su tiempo libre de voluntario. Toda su vida la ha dedicado al trabajo, pero sobre todo a la que es su esposa hace 38 años y sus dos hijas, Alicia y María. De siete de la mañana a nueve de la noche, de lunes a viernes, Javier trabajaba. A menudo viajaba por negocios, y visitó 27 países de todo el mundo. Pero sus fines de semana los dedicaba a su familia. No tenía un solo minuto que perder. Mientras que la familia es lo que le impidió ser voluntario en el pasado, terminó siendo lo que lo atrajo hacia la residencia después. La mentalidad de Javier experimentó una “transformación total” cuando su madre se cayó y se fracturó el fémur. Acudió a una residencia para pedir ayuda hasta que pudo valerse por sí misma. Javier a menudo iba a visitarla, y comenzó a darse cuenta de la realidad de que muchas de las personas de la residencia vivían vidas solitarias sin familiares ni amigos. Un día, mientras la visitaba, decidió “en un abrir y cerrar de ojos” que necesitaba ayudar a aquéllos que no podían ayudarse a sí mismos.

La orden del hospital de San Juan de Dios no se limita a ayudar a los de Sevilla. El alcance de la orden abarca cinco continentes y 53 países, y este trabajo de cuidado de la salud se ha llevado a cabo desde su fundación en 1539 en Granada. Sólo en España hay 3.120 voluntarios comprometidos con el desarrollo de la vida de las personas afectadas por problemas de salud mental, pobreza, exclusión social y discapacidades generales, pero la misión específica que la residencia sevillana reclama con sus mayores es “acompañamiento y humanización”.

El residente Ramón García Sainz muestra el reflejo de la voluntaria Práxedes Liñán González / A. PÉREZ

Javier dice que los residentes de San Juan de Dios han encontrado un ambiente que hace justo eso: respetar el valor de las vidas de los ancianos. “Se sienten como en casa”, enfatiza. Javier señala que no está allí simplemente para apoyarlos; los residentes le apoyan a él también. “Creo que hay una especie de simbiosis: nos necesitan y los necesitamos, es algo mutuo”.

Una risa ronca se escapa de los labios rosados y brillantes de Práxedes González, de 59 años, mientras conversa con sus compañeros en la cafetería de la residencia. Sus rizos negros rebotan mientras habla. “Somos una autentica familia aquí”, dice mientras bailan sus ojos pintados de azul eléctrico. La blusa bajo su abrigo blanco de voluntario es un remolino de amarillos, verdes y naranjas. Práxedes conoció la residencia a través de su amiga Ana, y aunque comenzó a trabajar el septiembre pasado, ya está enamorada de su trabajo aquí y se ha integrado rápidamente en la familia de San Juan de Dios. Práxedes habla con vivacidad y vigor, a menudo haciendo hincapié en sus palabras con pausas cortas. “La verdad es que estoy encantada”. Como si pudiera haber alguna duda, reitera lentamente cada sílaba de la última palabra: “En-can-ta-da”. Práxedes dice que, fuera de la residencia, se dedica a su familia, su esposo Teodosio y sus hijos tocayos, Práxedes, 33, y Teodosio, 29. Su esposo es dueño de una compañía de instalación de ventanas para la cual su hijo también trabaja, y su deber ha sido cuidar a sus hijos y a sus padres durante años.

Aunque la familia Práxedes está muy unida, dice que cuidar a su anciana madre durante más de 18 años es lo que la llevó a ser voluntaria en la residencia. “Estuve con ella hasta el último momento”, dice Práxedes, cuyo respeto y amor por los ancianos dieron paso de forma natural a su trabajo en la residencia, suscitando en ella también una gran afición por sus visitas en las noches de Bingo de los miércoles. Quería asegurarse de que los hombres y mujeres de la residencia tenían a alguien allí para cuidar de ellos de la misma manera que ella estuvo allí para cuidar a su madre.

“Necesitaba llenar el hueco”, dice Rocío Jurado Ojeda, sentada justo a la derecha de Práxedes, mirando a través de unas gafas de alambre. Tiene 57 años y cuatro hijos. Mientras que Javier y Práxedes tienen el privilegio de una familia que vive cerca, Rocío no disfruta del mismo lujo. Ella viene de una familia con una larga historia en el ejército. Sus hijos están esparcidos por todo el mundo, y tres de los cuatro siguen actualmente la tradición militar de la familia. La primera de sus hijos, Carla, reside actualmente en Mallorca y estudia Derecho. Ignacio, de 29 años, está destinado en Irak como teniente regular del ejército español, y se va a casar en agosto. Pedro, de 26 años, el tercero y un poco pícaro según Rocío, ha adoptado una nueva vida como miembro de la Legión francesa y ha vivido allí durante los últimos tres años. Actualmente está en misión en Tahití. La menor y tocaya suya, Rocío, de 25 años, está inscrita en la Academia General Militar de Zaragoza. Aunque vivía felizmente con su esposo, Rocío llegó a la residencia con la esperanza de llenar el tiempo que ahora tenía debido a la ausencia de sus hijos; la residencia se ha convertido en su familia lejos de la familia. “Siempre me siento realizada cuando regreso a casa”.

La residente Josefa Luisa Chacón Díaz muestra el reflejo de la voluntaria Rocío Jurado Ojeda/ A. PÉREZ

Ahora, Rocío tiene lazos con su familia biológica también en la residencia. La madre de Rocío, que fue diagnosticada con la enfermedad de Alzheimer, fue admitida en la residencia al año y medio de comenzar su experiencia como voluntaria, convirtiéndola en un lugar familiar en un sentido aún más literal. Asegura que, aunque siente que el Alzheimer le ha robado una parte de su madre, sus Noches de Bingo la ayudan a revitalizar la relación. La residencia le ha proporcionado un espacio para distraer la atención de lo que ocupa su mente durante el día. “Soy menos egoísta, porque no siempre puedo pensar en mis propios problemas, porque tengo muchos, muchos problemas”, dice Rocío, para quien la residencia se ha convertido en un lugar de curación y consuelo. “Me siento completa”.

El fémur fracturado de una madre, una vida de cuidado de los padres, y unos hijos repartidos por todo el mundo han llevado a Javier, Práxedes y Rocío a la residencia. Aunque sus propias familias han sido su inspiración para ser voluntarios, la Coordinadora de Voluntariado Rocío explica lo que verdaderamente les conecta con la misión de San Juan de Dios: “La realidad es que los voluntarios no son sólo amigos de los residentes; ellos son su cariñosa familia”.