Invisibles en la carretera

Antonio Muñoz “El Cabrero” and Domingo Vázquez “Chumi” work in the maintenance of the trucks / ANABLE ALFARO

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en España, 911.300 personas trabajaban en 2016 en el sector del transporte, de las cuales 553.700 lo hacían por carretera. El trabajo que realizan los camioneros es fundamental para la economía nacional, aunque casi siempre pasen desapercibidos y pocos sepan hasta qué punto su profesión es dura y arriesgada. Ésta es la historia de tres de ellos.

Es 4 de Julio de 2016 y José Alfaro se levanta, como cada día, a las seis de la mañana. No será un día extremadamente caluroso, aunque sí soleado. Tras desayunar en casa, se va al polígono en el que aparca su camión Arocs Euro 6 de color blanco. Se monta en la cabina y se dispone a emprender una jornada más en la carretera. Hoy transportará albero desde la cantera de Alcalá de Guadaira hasta la ampliación del metro en la estación Pablo de Olavide. A sus espaldas, 25 años de trabajo conduciendo. Como él dice, “la experiencia siempre es un grado”.

Esa misma mañana, Juan Manuel, su hermano pequeño, también abre la cabina de su camión Mercedes Benz Actros 450 eurotec 6 azul añil y se acomoda en un asiento de cuero, que tiene moldeado tras muchos años de trabajo. Arranca el motor y emprende rumbo a una cantera en La Puebla de Cazalla, en la que va a recoger piedra caliza que descargará unos kilómetros más allá, en la fábrica de cementos Portland. Son cuatro toneladas y hay que estar atento a cada gesto: pestañear en un mal momento puede suponer un vuelco.

Juan Manuel Alfaro en su camión / ANABEL ALFARO

Igual que José y Juan Manuel, Rafael Mateo, gran amigo de ambos, ha subido a su Mercedes Benz 2546 Actros, cuya cubeta cargará con 32.000 kilos de abono que debe transportar a diversos cultivos de la campiña sevillana. Acaba de empezar la jornada y aún le quedan unas nueve o 10 horas de conducción por delante. No llegará a casa antes de las siete y media de la tarde. “Ahora es diferente, mis hijos han crecido y los veo más. Cuando eran pequeños, siempre que llegaba del trabajo, estaban dormidos”, cuenta.

Estos tres camioneros forman parte de un sector, el del transporte, que aporta al PIB español más del 4%, cifra que aumenta cada año conforme cobran importancia las intercomunicaciones y el comercio. El transporte por carretera supone el 60% del citado PIB, frente al 40% que se divide entre el transporte aéreo, ferroviario y marítimo. Según el último informe de la Fundación CETMO (Centro de Estudios del Transporte del Mediterráneo Occidental), en 2006, el transporte de mercancías por carretera (TMC) tenía un notable peso económico dentro del transporte y en el conjunto de la economía española, como instrumento para afrontar la globalización económica. “Si no existiéramos nosotros, no se podría mover nada”, resume José.

Hay muchos mitos en torno a los camioneros, a quienes imaginamos como tipos rudos, solitarios, aficionados a los calendarios de chicas desnudas y fans de Camela, cuya música escuchan a todo volumen y a todas horas: Sueño contigo / ¿qué me has dado? / Sin tu cariño… Para José, esto no es más que un estereotipo, lo mismo que para su amigo Rafael. “No digo que no existan, pero serán una minoría. Yo soy padre, tengo la suerte de volver cada día a casa con mi mujer, aunque también estuve mucho tiempo en ruta y apenas vi nada así. Somos personas sencillas, como tú”, afirma.

Los camioneros se dividen en dos grandes grupos, los que se dedican a las largas travesías o transportes de ruta larga y los que se dedican a las rutas cortas. La ruta de sus camiones marca también la ruta de sus vidas. “Sabes cuándo vas a salir, pero no cuándo vas a volver. Tu vida es el camión”, explica Rafael. “Y días, y días, y días que no ves a tu familia. Dejar atrás a tus hijos y a tu mujer no está pagado con nada”, afirma sin dudarlo.

Un camionero puede conducir una media de nueve o 10 horas diarias, obligándole la ley a detenerse, al menos durante 45 minutos, cada cuatro horas y media de conducción. El máximo de horas que puede conducir es de unas 47 horas semanales. Muchos recorren hasta 800 kilómetros en un mismo día. Pero no son sólo las muchas horas de conducción las que hacen duro el trabajo de un transportista, también se suman factores como los agotadores tiempos de espera, la fatiga y el cansancio visual o el estrés por cumplir con los tiempos de entrega, ya que otras industrias dependen de ello. Todo esto contando con que sus vehículos se encuentren a pleno rendimiento, algo que en las pequeñas empresas no siempre se cumple. El trabajo se desempeña bajo la constante amenaza de la carretera. “Al llevar tantísimos kilos detrás, un gesto mínimo puede cambiarlo todo. No puedes distraerte ni tener un pequeño fallo. Te puede costar la vida a ti y puedes llevarte la de muchas otras personas por delante”, explica Juan Manuel con semblante serio. No es la primera vez que ha pensado estas palabras. “Eso es lo que no está valorado: cuánta responsabilidad cae en nuestras manos”, insiste Rafael.

Juan Manuel Alfaro cargando en una cantera de La Puebla de Cazalla, Sevilla / ANABEL ALFARO

José, Juan Manuel y Rafael tienen 54, 48 y 56 años respectivamente y toda una vida profesional sobre el asfalto, en la que han vivido de todo, incluidas las experiencias más duras. “He visto muchos accidentes. Yo mismo he sacado a dos compañeros de dentro de la cabina. Yo mismo he tenido algún accidente”, cuenta Juan Manuel.

Muchos de estos accidentes no son tenidos en cuenta como siniestros laborales, sino que son considerados accidentes de tráfico. Si sumamos a esto las precarias condiciones de muchas carreteras por las que transitan y las presiones a las que están sometidos –dado que el sector del transporte funciona a base de empresas privadas–, tenemos como resultado a unos trabajadores infravalorados en su labor, con un sueldo bastante bajo pese al riesgo y la responsabilidad que asumen a diario, en la mayoría de las ocasiones poco respaldados. Es decir, hombres invisibles. “En la carretera hay hermandad entre nosotros. Supongo que, si nadie mira por nosotros, tendremos que cuidarnos unos a otros”, cuenta José.

Aproximadamente a las 11 de la mañana de aquel 4 de julio, pleno de luz, José está a punto de incorporarse a la autovía de circunvalación S40, desde la autovía A376, que une el barrio de Montequinto, en el sureste de Sevilla, con la población de Utrera. Justo entonces, su camión vuelca sobre el costado izquierdo. La ventanilla se hace pedazos y el camión se desliza por la carretera algunos metros. José, que casi de milagro sigue vivo dentro, logra salir del camión y apagar el motor, intentando que no explote. Un hombre que ha visto el siniestro acude en su ayuda, lo ve malherido, blanco por la pérdida de sangre. Apenas le queda brazo vivo. Como puede, le hace un torniquete que le salvará la vida. La ambulancia llega enseguida y llevan a José al hospital Virgen del Rocío, a apenas 10 minutos, donde le amputarán el brazo izquierdo. Su camión permanecerá allí unas horas más, como siniestra prueba de lo sucedido. Su familia espera en Urgencias a que José despierte de la anestesia. “¿Cómo reaccionará él al saberlo?”, se preguntan.

La historia de José, que es mi tío, como la de Juan Manuel que es mi padre, o la de Rafael, amigo de nuestra familia, amigo mío, es la de uno de los muchos camioneros que, a cambio de un bajo sueldo, a cambio del riesgo de perder un brazo, mantienen en funcionamiento las arterias de transporte de su país. Casi nadie repara en ellos pero su labor y esfuerzo diarios son esenciales para que funcione nuestra sociedad y para que continúe creciendo. •