Sin miedo en la Corrala Utopía

Manuela Cortés vierte agua, recogida en una fuente cercana, en una palangana para poder fregar los platos / KATHRYN BOYD-BATSTONE

MANUELA CORTÉS Y OTRAS 35 FAMILIAS QUE PERDIERON SUS TRABAJOS Y SUS CASAS HAN ENCONTRADO UNA SOLUCIÓN: HAN OCUPADO UN BLOQUE DE PISOS QUE LA CRISIS DEJÓ VACÍO Y SIN VENDER. DE NUEVO, ESPERAN SER DESALOJADOS.

Sus ojos colore de azabache, como el interior de una cueva, son el reflejo de un alma al que la vida ha hecho fuerte. Las arrugas en su rostro son como las grietas de esa cueva, cada una a su libre albedrío, moldeando su identidad. Las arrugas se estrechan alrededor de los ojos y se ensanchan entorno a su boca tensa. Sentada en un cuarto oscuro, se lleva un cigarro a los labios. Le da una calada lentamente, calmando de esta manera sus nervios, sus pensamientos, sus preocupaciones. Espira. En una bocanada de humo, los devuelve al mundo.

Son las seis de la tarde y el sol se está poniendo. La habitación está cada vez más oscura, pero no enciende la luz. Sentada en una mesa de madera, tiene los ojos fijos en su hijo, que está de pie al otro lado del cristal del balcón, con la mirada clavada en la calle, perdida en la distancia, observando.

Este piso no es suyo. No tienen agua ni electricidad. Un pequeño generador les permite cargar los teléfonos móviles. Esta es la historia de Manuela Cortés Lombardo, Manoli, de 67 años. Ella y sus hijos son una de las 36 familias que ocupan ilegalmente desde mayo de 2012 un bloque de pisos ahora conocido como la “Corrala Utopía”, en memoria de las antiguas corralas de vecinos, muchas de ellas ya desaparecidas, que reunían a las familias en torno a un patio común.

En 2010, con el aumento del paro, los bancos y los tribunales españoles comenzaron a desahuciar a las familias, que ya no podían pagar sus hipotecas debido a la crisis económica. Más de 100.000 familias han perdido sus viviendas según la plataforma de “Afectados por la Hipoteca”. Además, el gobierno ha recortado en política social, por lo que estas familias sin hogar, reciben menos ayudas.

En Sevilla, la tasa de desempleo está cerca del 30%. Manuela y sus hijos están a merced de esta estadística. Cuando en 2008 comenzó la crisis, Manuela perdió su trabajo de 19 años como asistenta. Sin dinero para poder pagar el alquiler, recién divorciada de un marido maltratador y con tres hijos a su cargo, Manuela estaba desesperada por encontrar una solución. “El tiempo volaba y no sabía lo que iba a hacer. No tenía marido, estaba sola. Entré en una profunda depresión. Tenía hijos que mantener. No podía dormir. Era un sinvivir”, dice Manuela.

¿Cómo se puede soñar cuando no se puede dormir? ¿Cómo se puede mirar hacia el futuro cuando la luz que te guía se hace cada vez más pequeña? “Estuve en un túnel muy, muy oscuro del que no podía salir”, recuerda.

Muchos abandonan llegados a este punto. España ha sido testigo de suicidios directamente relacionados con la crisis y los desahucios. La tasa de suicidios ha aumentado en Europa entre los jóvenes menores de 25 años, que es el grupo de edad que constituye más de la mitad del desempleo en España. En 2012, el gobierno español cambió la ley de desahucios debido al número de suicidios que se producían al recibir una orden de desalojo. En la actualidad, los bancos no pueden desahuciar a familias con niños pequeños e ingresos inferiores a 1.597 euros al mes.

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Manuela Cortés, a quien las dificultades de la vida han desgastado y envejecido, pasó muchos días de depresión en busca de una solución. Los Servicios Sociales le denegaron prestaciones sociales o una nueva casa donde vivir en varias ocasiones. En sus profundos ojos color azabache se reflejan las marcas de la tristeza y de la lucha. El día en el que se unió al movimiento 15M en la Corrala Utopía, algo cambió. La Corrala Utopía es un grupo de 36 familias —un total de 118 personas, 34 de ellas menores de edad— que ocupan cuatro bloques de pisos vacíos que la crisis dejó sin vender. Tras la quiebra de la inmobiliaria promotora de los bloques, su acreedor, Ibercaja, se quedó con los pisos.

Las familias que viven allí lo hacen sin agua corriente ni electricidad. Manuela pidió a los organizadores del movimiento una habitación y se lo concedieron. La luz al final del túnel comenzaba a hacerse más grande. De repente, formaba parte de una comunidad de personas que luchaban como ella, pero luchaban todos juntos. “Sé que esto no es mío. Sé que no me lo voy a quedar, pero ahora estoy tranquila porque sé que hay mucha gente aquí que me apoya. Estoy muy feliz. Es duro, porque no tenemos agua, nos la han cortado, pero sí, estoy feliz”, afirma Manuela.

En las próximas semanas, el juez que lleva el caso después de que el banco denunciara la ocupación, va a decidir sobre el desalojo de las familias que viven en la Corrala Utopía. Pero para Manuela, vivir en la calle no es una opción. “Soy insistente. Si me echan de aquí, encontraré otro piso en otro sitio, porque no voy a vivir en la calle”, asegura.

Manuela tiene poca ropa, para poder lavarla fácilmente en el lavabo sin tener que ir a una lavandería. Tampoco tiene muchos enseres, ninguno de los muebles del piso son suyos. Compró el generador por 200 euros. No hay persianas en ninguna de las ventanas, ni pantallas en las lámparas ya que, en el fondo, sabe que esta situación no es permanente. Las familias están pidiendo al banco que les permita quedarse pagando un pequeño alquiler. Pero pronto, Manuela va a volver a revivir el desalojo. Esta vez, sin embargo, su punto de vista es diferente. “No tengo miedo, porque cuando te ves sin nada, ¿a qué vas a tener miedo?”

Puede que Manuela no tenga nada, pero es capaz de mantener a su familia una vez más. Comparte el piso con su hijo que también está en paro. Pudo conseguirle el piso de arriba a su hija y su otro hijo vive en la misma calle con su hija, a la que Manuela cuida todas las tardes. Es evidente el orgullo que siente por haber mantenido unida a la familia. A sus 67 años, no es posible que encuentre un trabajo. Aun así, Manuela ha conseguido mantener a su familia, un valor que, a pesar de 43 años luchando contra un marido maltratador o por una casa, no la ha abandona- do. “Tengo la sensación de que algo bueno me va a pasar. Quizá más tarde o ahora en la lucha pero me va a pasar”, dice.

Deja el cigarrillo en el cenicero y mira la pared de su izquierda, donde está colgada una fotografía de nueve mujeres en el balcón de un piso sosteniendo un cartel que dice: “Sin Agua. Sin luz. Sin Miedo. Resistencia”. Sus ojos se arrugan y empiezan a brillar al tiempo que deja escapar una risa ronca y profunda.