
foto: Nuria «Nana» Ligero en un partido frente al CD Hispalis. / David Ligero
Nuria Ligero es una de las estrellas del equipo femenino de fútbol del Real Betis Balompié. Habiendo alcanzado su máximo nivel como atleta, sabe que, como mujer, sus opciones para llegar a ser profesional son limitados.
VERDE. VERDE POR TODOS LADOS. El césped perfectamente cuidado, los altos árboles rodeando el perímetro y las lustrosas camisetas del uniforme de entrenamiento del equipo de fútbol femenino del Real Betis Balompié dispersas por el campo. Casi es abrumador, y se tarda un minuto en ajustar la vista. Cuando los estudiantes de la Universidad Pablo de Olavide pasan por el campo, aminoran el paso para verlas entrenar, algunos incluso se paran. Los gritos de las jugadoras se oyen desde la parada de metro, a 100 metros; su energía es contagiosa y difícil de ignorar.
Todas las jugadoras del equipo de fútbol sénior femenino del Real Betis Balompié han dedicado una parte de su vida al juego. Están aquí para divertirse, por el gusto de jugar. Para Nuria “Nana” Ligero, estos entrenamientos son su vía de escape.
“Es mi tiempo para evadirme del resto del mundo. Es mi tiempo para despejarme, para disfrutar, y hacer algo que me llena”, dice.
Nana, que ocupa el puesto de defensa central, adquirió su apodo cuando jugaba en un equi-
po con otras tres chicas llamadas Nuria. Para distinguir a las jugadoras, le pusieron este apodo debido a su pequeña estatura de metro y medio, que la convertía en la más bajita de las tres.
Sin embargo, cuando juega, su tamaño no significa nada. Cada uno de sus movimientos es una explosión de energía. Cada giro es intencionado, cada sprint cuenta. Su voz retumba con palabras de apoyo a sus compañeras de equipo. “Genial, buenísima”, grita cuando le hacen un pase cruzado. Nana es muy segura en el campo, pero humilde. Tiene una gran presencia, al margen de su estatura.
Toda la vida de Nana ha girado alrededor del fútbol. Comenzó a jugar cuando estaba aprendiendo a caminar y a correr.
“He jugado siempre, desde que tengo uso de razón, desde los tres años o algo así”, explica. “No conozco mi vida sin jugar al futbol”.
Nana, sin embargo, no jugó en su primer equipo oficial hasta los 13 años, su primera experiencia jugando sólo con chicas. A los 16, a pesar de ser muy joven, fichó con el equipo sénior femenino del Sevilla FC, donde pasó ocho temporadas y creció inmersa en el deporte que ama. Con este equipo, Nana jugó en cada categoría según rebotaban arriba y abajo de Primera División a Segunda División y hasta en la división más baja durante un tiempo.
En el otoño de 2014, Nana tomó la difícil decisión de cambiar su camiseta roja por la verde y fichó con el rival de la ciudad, el Real Betis Balompié. No sólo se le ofrecía un lugar en el equipo sénior femenino, sino también un puesto de preparadora física en el equipo femenino más joven de los tres, el infantil.
“Aunque fuera una categoría más baja, yo en el Sevilla estaba jugando en Primera [División]; vine al Betis, que estaba en segunda, porque mejoraban mis condiciones profesionales y me permitían trabajar con lo que yo había estudiado, que era actividad física del deporte”, explica Nana.
foto: Nuria “Nana” Ligero en una de sus fotografías oficiales con la camiseta del Real Betis Balompié. / PACO PUENTES
Ahora, a los 24, Nana casi ha alcanzado el nivel más alto de juego al que una mujer puede llegar, sólo superado por la condición de “profesional”, pues el fútbol femenino en España tiene sus limitaciones. Cuando tenía 17 años, Nana fue invitada a un entrenamiento con el equipo sub-19 de la Selección Española, muy cerca del siguiente y último nivel, que sería jugar para el equipo de la Selección Nacional.
“Recibir noticias de la Selección Española es como ir al máximo que puedes en España, aunque para mí sólo fue un entrenamiento de tres días”, dice Nana. “La verdad es que esa llamada de la selección, ya sea la española, la andaluza o la sevillana, es la única pequeña recompensa que da el fútbol. No tienes esa recompensa económica quizás, pero que tú trabajes y te llame una selección y vivas esa experiencia es una cosa muy, muy bonita”.
No es ningún secreto que los deportes femeninos están muy por detrás de sus homólogos masculinos. Los equipos femeninos de Real Betis se crearon en agosto de 2011, a pesar de que el club estaba establecido más de cien años antes, en 1907. La brecha entre géneros es cada vez más evidente en los salarios. Uno de los jugadores nacionales más prometedores, Dani Ceballos, jugador de Primera División de 19 años, que como Nana milita en el Betis, ha firmado recientemente un contrato de 800.000 euros netos por temporada. Mientras tanto, las mujeres que alcanzan el más alto nivel de juego en el club no reciben compensación económica. Aunque el éxito de las mujeres deportistas va aumentando en España [en los Juegos Olímpicos de Verano de Londres 2012, deportistas españolas ganaron 11 de los 17 oros olímpicos que España consiguió], sus esfuerzos parecen pasar desapercibidos y quedan sin recompensa.
“Aunque sí hay mujeres con mucho éxito deportivo, sigue faltando ese plus de apoyo al deporte femenino para profesionalizarlo. Sé que voy a alcanzar mi límite porque no me permiten llegar a más. Al menos aquí no. Te tienes que ir a Inglaterra, a Alemania o a los Estados Unidos, donde el fútbol femenino está mucho mejor considerado”, dice Nana sin disimular su entusiasmo. “Es triste que te tengas que ir de tu país porque no valoran lo que estás haciendo como en otros países.”
Como futura maestra, Nana cree que, para que el fútbol femenino alcance nuevos niveles en el futuro, es esencial enseñar una mentalidad correcta de respeto a nuestros jóvenes. Ella ha tenido la suerte de evitar el sexismo en su ambiente más cercano, pero ha visto comportamiento ofensivo hacia jóvenes jugadoras del fútbol.
“Hace dos años, el equipo infantil competía con niños porque a esa edad la diferencia física todavía no es grande. En algunos de los partidos, se escuchaban muchos comentarios bastantes feos de los padres que estaban en la grada”, explica Nana. “A mí me parece una falta de respeto. Si tú escuchas a tu padre desde la grada decirle eso a una niña, que puede tener 13 años, ¿ese niño qué va a pensar? Sí. Las cosas van cambiando poco a poco, pero muy lentamente”.
Nana nunca se ha dejado lastrar por su género. Como una de las únicas chicas de su barrio, creció dando patadas a la pelota con los chicos, que casi siempre eran mayores y mucho más grandes que ella. A Nana la animó a jugar al fútbol su hermano mayor, David, y sus primos que también jugaban al fútbol.
“De hecho, yo me enfadada mucho con mi hermano porque siempre me llamaba para jugar al fútbol. Luego, cuando se iba con sus amigos al cine o a otro lugar, no me llamaba”, dice Nana entre risas.
Ha pasado más de una década y todavía juega con los chicos. Aparte del fútbol, trabaja como entrenadora personal y cada dos semanas tiene jornada tarde, por lo que debe faltar al entrenamiento de la tarde con su equipo. En octubre de este año, el club decidió que, cuando Nana no pudiera asistir a los entrenamientos con las chicas, entrenaría con el equipo juvenil masculino “A”, por las mañanas.
Junto a las obvias diferencias físicas, Nana también nota diferencias psicológicas cuando entrena con hombres que, a pesar de su juventud, son considerados deportistas profesionales y tienen contratos.
“Ellos saben que algún día pueden llegar a vivir de esto”, explica Nana. “Se exigen muchísimo y tienen que responder”.
Según Nana, las mujeres trabajan con una mentalidad completamente diferente. “Tú sabes que al nivel profesional, o por lo menos con mi edad, no vas a llegar. Así que es más complicado exigirle a una jugadora que no cobra. Nosotras venimos porque nos gusta”.
Aunque tiene confianza en sus habilidades, como su horario de entrenamiento lo impuso el club, Nana estaba nerviosa por cómo reaccionarían los chicos, pero también los entrenadores. Le sorprendió gratamente la respuesta. “Me han acogido increíblemente bien”, explica. “Yo hago todo lo que ellos hagan, quizás en el gimnasio con menos carga”.
Debido a que llevan poco tiempo juntos y a la diferencia de edad que llega a ser hasta de ocho años, están cruzando despacio las fronteras de la amistad. Pero aceptaron rápidamente a Nana como compañera de equipo después de ver sus habilidades.
“Al principio, sí iban con un poquito de miedo de ‘es una niña, vamos a tener cuidado’. Pero desde el momento que tú vas al máximo y metes la pierna fuerte y vas bien, ven que sí sabes jugar al fútbol. Se dan cuenta de que también las niñas juegan al fútbol y te consideran parte del equipo”.
Esta oportunidad única le ha permitido a Nana seguir creciendo como atleta. “Los entrenadores dicen que estoy un puntito por encima, que tengo un nivel físico más alto. Pero yo no lo noto, sólo corro como siempre e intento dar todo lo que puedo”.
El papel que el fútbol va a jugar en el futuro de Nana no está claro, pero una cosa sí es segura: “en el momento en que deje de disfrutar de este deporte y de dar lo máximo, lo dejaré seguro”. •