Janice, adelante

A los demás en el parque, de lejos, ella les parece más joven de lo que realmente es. Puede ser su cuerpo pequeño y delgado, o el pelo castaño, que le cae en ondas sobre los hombros. Más de cerca, sin embargo, se pueden ver las arrugas de su cara. Casi puedes ver los años de sonrisas.

Ahora, no luce una sonrisa, sino una expresión ensimismada. Janice sube con fuerza las escaleras del parque de Laurelhurst en Portland. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Repetido y repetido, haciendo que los músculos le duelan.

Janice piensa en su espalda, a la que tiene que escuchar cuidadosamente cuando hace los ejercicios. Se cayó esquiando hace unos años y estuvo un tiempo sin poder hacer ningún movimiento dramático. Ahora, ella agradece más que antes la habilidad de estar activa. Hoy, la espalda está bien, pero ella se regaña a sí misma por no hacer más ejercicios de terapia física.

El aire fresco la revitaliza y le ayuda a aclarar la cabeza, llena de demasiadas cosas estos días.

“Salir te ayudará mucho,” le dijo su amiga Maureen la semana pasada. “Hay que hacer algo para quitar el estrés y la energía nerviosa.”

Es cierto que ayuda. Ella recuerda que alguien dijo que perder un niño es una de las cosas más dolorosas que una persona puede experimentar. Sus hijas siempre han sido su mayor alegría, pero, a veces, le rompen el corazón.

Janice llega a la casa y cierra la puerta de madera. Emite un suspiro exagerado pero está contenta al anunciar su presencia a la casa. Phoebe, un perro que más bien parece un gigante oso blanco, corre con felicidad incontrolable hacia su miembro favorito de la familia. Su esposo Kent está en la cocina con su taza de café, de pie como siempre.

“Hola cariño,” le dice ella con una sonrisa cansada. “¿No quieres sentarte?” Ya sabe la respuesta a esta pregunta diaria. Ojalá que al menos una vez él siguiera su consejo. Kent sonríe, sin levantar los ojos del libro ni sentarse.

Janice sale al patio. Hay higos por coger y flores por plantar. El patio, con el jardín adjunto, es su lugar especial, lleno de cosas que ella ha ayudado a crecer y a vivir. En el verano, es feliz pasando todo su tiempo allí. Trabaja bajo el sol con su sombrero grande, plantando todo tipo de flor. Ahora, el verano llega a su fin y comienza el otoño, pero no pasa nada – cada estación tiene sus cosas bonitas.

Escoge los últimos buenos higos del árbol, canturreando dulcemente una canción compuesta en su mente. Solía cantar así a sus hijas cuando eran pequeñas para calmarlas. Ahora, ella se calma a si misma sin darse cuenta.