Paul

En un momento de concentración, Paul levanta su gorra de C-SPAN, el descolorido negro que siempre lleva, y se pasa una mano por el espeso cabello negro.
Tras el escritorio, encorvado sobre su ordenador. Sus ojos, rodeados con gafas circulares, están concentrados en la pantalla.
Justo cuando se está poniendo la gorra en la cabeza, Alex entra en la sala del periódico. “Paul”, grita con una sonrisa. “¿En qué tipo de investigación te estás metiendo hoy?”
Tras el escritorio, Paul se anima. Sus ojos se despegan de la pantalla y su sonrisa ubicua se extiende a través de su rostro. Se recuesta en la silla, tan lejos como puede, y apoya los pies en el escritorio. Sus zapatillas blancas aterrizan sobre una pila de papeles. Viejos informes criminales, notas garabateadas, borradores impresos de artículos. Un cementerio desordenado de titulares pasados. Semanas de viejas noticias que fueron sustituidas por las nuevas.
Cuando Alex se acerca, Paul extiende su mano derecha para coger una enorme taza de polietileno — del tipo que solo existe en los Estados Unidos. Es casi más grande que su cabeza. El hielo chapotea mientras lo levanta de la mesa. Pone una pajita de plástico azul en sus labios y toma un sorbo largo.
“Estoy tratando de ver si algún senador escribió algo racista en el periódico de su universidad”, responde Paul. Trabaja para la CNN en su tiempo libre, y siempre está enterrado en los archivos de Internet, tratando de encontrar pistas sobre el pasado de personas importantes.
Alex hace un gesto en dirección a la taza.
“¿Code Red?” le pregunta, reconociendo el sabor favorito de Paul Mountain Dew.
“Oh, sabes que solo bebo lo mejor”, responde con una sonrisa.
Después de otro largo trago, Paul deja la taza y se levanta de la silla. Ahora que su altura no está escondida detrás del escritorio, parece especialmente diminuto al lado de su amigo más alto. Lo que le falta en altura, lo compensa en personalidad. El aire se llena de risas cada vez que entre en una habitación.
Paul va de un escritorio a otro, parandose a charlar y a reír con cada periodista que hay en la sala, todo mientras bota una pelota de goma del suelo. Su energía fluye de un lugar a otro, iluminando la sala sobre la que se mueve.
De repente, baja la cabeza para mirar el móvil.
«Espera, tengo que contestar esto», dice, antes de desaparecer por el pasillo para contestar la llamada.