Capital Sur, 20 años después

The author of this article reads Capital Sur by Eduardo del Campo / ANTONIO PÉREZ

Una novela publicada por Eduardo del Campo en 2011, uno de los reporteros más comprometidos socialmente en Andalucía, retrata la Sevilla desilusionada de 1994–y a l a la vez, la «Ciudad Universal» de 2014.

ANTONIO Y SU HERMANO DIEGO, apoyados junto a la pared de la cárcel, escudriñan, a través del diluvio, a los presos que salen después de haber cumplido condena. Diego clava entonces los ojos en una figura humana desarreglada, empapada, con el pelo y la barba enmarañados y el rostro marcado de cicatrices. Con 33 años y muriendo de sida, Salvador sale libre para regresar junto a su familia. Es el hombre cuyo perfil Diego desea retratar para El Diario de Noticias. Al joven periodista le parece que “tiene, además del nombre, el físico de un apóstol miserable de Cristo, o el del mismísimo Cristo”. En efecto, dos días después, Diego publicará la historia de este héroe trágico de la calle— adicto a la heroína, destinado a morir dentro de un año, y sólo anhelando despedirse de sus hijos.

ES UNA ESCENA que nunca sucedió en la realidad.

SEGÚN NOS CUENTA EDUARDO DEL CAMPO, reportero y editor del periódico El Mundo Andalucía, el personaje de Salvador O.S. es en realidad una mezcla de dos personas reales, a las que entrevistó en la calle a lo largo de las dos últimas décadas. En la novela Capital Sur, el periodista elabora éstas y otras historias—dándonos, con minucioso detalle, hechos que antes tuvo que acortar en sus artículos publicados.

EN LA NOVELA, bullen la atmósfera y el escenario de la Sevilla de 1994 que, dos años después de haber concluido la Expo’92 en la que la ciudad había estrenado su estatus de urbe contemporánea, se halla sumergida en una crisis económica reflejada en una tasa de desempleo del 24%. Diego y sus amigos universitarios deambulan por la ciudad entre la asfixia y el estancamiento, pero a la vez conscientes de la multiplicidad de historias humanas que hay a su alrededor.

MÁS ALLÁ DEL ESTILO PERIODÍSTICO

EDUARDO LLEGA DISCULPÁNDOSE con una hora de retraso, casi a las 23:15, a la esquina del edificio anexo de la Facultad de Bellas Artes. Siendo periodista, debe trabajar por la tarde y por la noche para la edición de la mañana. A los 42 años, habla con un ritmo rápido y leve a la vez, gesticulando con las manos de vez en cuando. Le brillan los ojos de emoción tras unas gafas de montura redonda.

“YO HABÍA JUNTADO TODO ESTE MATERIAL para los reportajes, pero en periodismo siempre hay que dejar mucho fuera del artículo”. En la ficción o la poesía, “me siento más libre. Una historia se puede desarrollar más en una novela—aunque todavía haya que cortar y editar. No hay horas de entrega ni límites: sigues escribiendo hasta decidir que se acaba”.

ES POR ESO QUE EL NOVELISTA decide alternar escenas narrativas con otras que él denomina “seguidas”: pasajes largos sin puntuación que nos inundan con una serie de imágenes poéticas. Así, por ejemplo, es como comienza la novela:

Localización: el sur de Europa al norte de África hemisferio ligeramente accidental en la región occidental de Andalucía sin centro ni excentro al borde de un río en medio de un valle allí en un puntito inagotable del mundo mun- dial en este momento estamos viviendo corriendo currando pensando en qué mundo vivimos si es plano o redondo si gira o está fijo si es capital o periferia y todavía hay quienes viven anclados en el tribunal de Galileo se creen que el centro de la Tierra es la poltrona del salón donde devoran los partidos del domingo por la tarde que fuera más allá al otro lado del circuito en que consumen sus vidas el círculo cómodo cerrado que engloba como una teoría dogmática infalible segurísima el ca- mino del trabajo del aula de la tienda del barrio y lo enlaza con la casa el cuarto individual el estudio compartido de feliz matrimonio los bares del barrio el colmado de la esquina de enfrente…

EL PROCESO

CAPITAL SUR MANIFIESTA EN SUS 424 PÁGINAS una relación compleja con el tiempo. Tiene lugar en 1994, y Eduardo trabajó en ella desde 1998 hasta 2011. Pero fue en febrero de 1998, mientras asistía a clases de doctorado en el CUNY (Universidad de la Ciudad de Nueva York) y enseñaba español en el Lehman College, en el barrio del Bronx, cuando sucedió la parte crucial del proceso.

SE HABÍA CASADO EN JULIO DE 1997 con su pareja Cristina Alcoba, con quien el mes siguiente viajó a Nueva York por segunda vez. Pero Cristina tuvo que regresar a Sevilla a los pocos meses para acabar los estudios de escultura en la Facultad de Bellas Artes. Para entonces los reportajes que Eduardo ya había publicado en Diario 16 y El País le ocupan la mente—aunque ahora estuviera alejado de la ciudad donde los había escrito—y le entran deseos de construir algunas escenas descriptivas a partir de ellos.

SE SUMERGE EN EL PROYECTO y, a principios de junio de ese año, ha acabado el borrador. A veces les comenta a su padre, a su esposa o a sus amigos neoyorquinos del doctorado de lo que trata; pero su editor más importante en aquellos días es Guillermo Siminiani, un amigo zaragozano que estudia en el mismo doctorado de literatura hispanoamericana.

REGRESA A SEVILLA EN 1999 para ayudar a fundar El Diario de Sevilla, momento a partir del cual —y sólo cuando le sobra tiempo— Eduardo puede trabajar en recortar y afinar los contenidos de Capital Sur.

EN CAPITAL SUR, Diego estudia en la Facultad de Periodismo y vive con su novia, Tina, que estudia escultura de la anatomía humana en la Facultad de Bellas Artes. Ambos son los personajes que guardan mayor analogía con la realidad; otros, en cambio, contienen mezclas más complejas.

SALVADOR ES DOS PERSONAS FUNDIDAS EN UNA. Antonia, que huye embarazada de una sofocante aldea de la marisma arrocera sevillana, y se ve obligada a prostituirse en la ciudad para sobrevivir, es una amalgama de muchas mujeres, “con una cara nueva”. Incluso otro estudiante, Federico, es “real” sólo en un sentido abstracto.

EDUARDO INCORPORA A ESTE PERSONAJE las frustraciones de su cuñado, José Manuel Campos, además de las de muchísimos otros jóvenes currantes de esa época. Federico acaba de graduarse en la universidad y, como un cuarto de la población de su ciudad, anda de “curro” en “curro”: vende panfletos en la calle, pinta casas bajo la mirada atenta de su tío, ayuda a su amigo Andrés a vender DVDs pirateados en la Alameda de Hércules, pasa unas semanas fabricando uralita entre cientos de otros obreros contratados sin contrato, e incluso ayuda a construir una nave noruega en los astilleros locales. Algunos de estos trabajos le gustan más que otros, pero lo que detesta es la incertidumbre agonizante de estar en paro.

MIENTRAS CONSTRUYE LA NAVE NORUEGA, una plancha de acero se le resbala a uno de sus compañeros y le amputa a Federico dos dedos de la mano derecha. Mientras se recupera del shock y rodeado de amigos en el hospital, Federico sólo piensa turba- do, “¿Y ahora cómo voy a conseguir trabajo?”

EL PASO DEL TiEMPO TINA, LLENA DE NERVIOS, se apunta a un proyecto en el cual los estudiantes de la Facultad de Bellas Artes crearán moldes anatómicos de cadáveres donados a la Facultad de Medicina. (Cristina admite que ella misma nunca participó en esta clase, aunque la asignatura sí existe. Sólo supo, a través de otros estudiantes, del olor repugnante y la fragilidad de los músculos.)

TINA RECORRE CON LOS OJOS y las manos la piel y las vísceras de un extraño, preguntándose quién podría haber sido este hombre de mediana edad y un poco gordo. Ellas y sus compañeros están replicando la forma física de estos difuntos —intentando así conservar la memoria de su imagen— al mismo tiempo que Diego registra las acciones de un moribundo para intentar conservar el recuerdo de su ser.

AL OTRO LADO DE LA CIUDAD, un director de Hollywood, cuyo nombre nunca conocemos, está de visita en Sevilla localizando escenarios para una película de fantasía histórica. El director sigue la tradición de las docenas de escenas de película que se han rodado en Sevilla a través de los años.

PASEA POR LA PLAZA DE ESPAÑA, la Puerta Jerez y la Avenida de la Constitución, observando tanto las estatuas descoloridas de la Catedral como el bullicio de un robo en la calle. Le fascinan los contrastes: la gente joven entre los parados de la calle, los hoteles y restaurantes en contraste con las iglesias cerradas y el grafiti. Visita el Teatro Lope de Vega, imaginando las conferencias lujosas que se podrían rodar allí.

CRUZANDO EL RÍO, pasa por las calles y los pabellones que quedan de la Expo’92, la gran celebración mundial que Sevilla presentó de abril a octubre de 1992 para conmemorar el quinto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo. Sólo dos años después, el director refleja que la magia y el asombro han desaparecido del lugar. Los edificios vanguardistas de lo que la Administración Pública que organizó el evento ha pasado a llamar ‘Cartuja 93’, yacen ahora abandonados.

(“LA EXPO’92 FUE MARAVILLOSA para Sevilla”, dice Eduardo. “Fue después cuando empezó la crisis económica y las cosas empeoraron”.) No debemos caer en tipismos o costumbres locales que erosionen el carácter universal del lugar donde transcurre la acción… No me atraen de esta ciudad los edificios que funcionan a pleno rendimiento, sino los que siguen aún abando- nados. Ya me imagino a los habitantes de la metrópolis futura paseando en la película por estas mismas calles, entrando en estos edificios, a bordo de vehículos ecológicos, todos ellos con un velo de grave clasicismo en la mirada, de una parsimonia apocalíptica.

YA, SEÑOR DIRECTOR, pero añorarlos así no es “universalismo”. Ni puede serlo.

LAS REALIDADES REFLEJADAS

CRISTINA, HOY DÍA UNA ESCULTORA que vive en Sevilla con Eduardo y los dos hijos de ambos, Claudia y Eduardo, se recuerda siendo una joven de 23 años que viajaba de Nueva York a Sevilla una y otra vez. De la ciudad de los rascacielos, le encantaban la diversidad étnica y el cosmopolitismo. “Daba la sensación de tener un poco de todo, ¿sabes? Como una ciudad autosuficiente. Así que vivir allí sería como quedarte atrapado. Desde Sevilla, como no tenía tanto de todo, te daban más ganas de viajar”, comenta.

¿Y AHORA? “Bueno, Sevilla todavía no es Barcelo- na ni Madrid; sigue siendo más provinciana. Ha mejorado y tiene más de todo, pero todavía da la sensación de “querer más”. Cristina se reclina sobre la silla y sonríe.

EN 1994, ella sabía más o menos que Eduardo escribía una novela que trataba de los años 90 en Sevilla, en la cual él, ella y sus amigos aparecían de alguna forma. Temía un poco que la novela mostrara episodios íntimos o vergonzosos de su vida. Sin embargo, cuando leyó la versión publicada en 2011, ésta le fascinó. La novela contaba no sólo la realidad de su vida bohemia en Sevilla, sino las de otros ‘Salvadores’ y ‘Antonias’ de la ciudad, a quienes ella, a diferencia de Eduardo, nunca había conocido en detalle. Además, las partes que describían a Tina o a los otros estudiantes universitarios no le hacían sentir vergüenza alguna.

“YO CREO QUE FUE PORQUE EN REALIDAD el libro no cuenta toda la verdad”, dice. “Porque no cuenta las cosas como realmente pasaron. Sí hay una chica que estudia en la Facultad [de Bellas Artes] en la misma época que yo, que casi tiene mi nombre—casi. Pero esa chica soy yo y no soy yo”.

Y DIEGO TAMPOCO ES EXACTAMENTE EDUARDO: es más como un espejo que refleja a los demás.

“NO CREO QUE DIEGO SEA EL PROTAGONISTA realmente”, explica Eduardo. “Es un vehículo, una excusa para mostrar la vida de toda esta gente”. Pero se identifica un poco más con Diego en las partes “seguidas”, donde puede soltar la voz poética.

PARA EDUARDO, que también escribió un poemario en 1999, la poesía no exige que se refleje una realidad objetiva. “Se puede contar una verdad más profunda sin tener que ser un “espejo”; por el contrario, se pueden mezclar cosas. Pero intento reflejar la realidad en el periodismo y en la poesía. Creo que ambos se pueden comunicar”.