
A cinco kilómetros en dirección sureste de la Fuente de Híspalis, centro turístico de Sevilla, la zona conocida como tres barrios-amate, que comprende los barrios de los pajaritos, madre de dios y la candelaria, es la que más sufre las consecuencias del paro en la ciudad. Según un informe publicado en 2016 por el instituto nacional de estadística (INE), el primero de ellos es además el que cuenta con la renta media por hogar más baja de España, de apenas 12.614 euros anuales. Varios vecinos expresan su disgusto con el trabajo del ayuntamiento, entre ellos Rafael Amarillo, expresidente de la asociación de vecinos y dueño del bar “La Morena”.
Bajo el sutil sol de marzo, se escucha reggaetón de fondo, los ladridos de perros por encima de las voces de unos ancianos que, sentados en bancos oxidados, encienden sus cigarrillos, y los chirridos de las motocicletas que frenan frente a la Plaza del Zodiaco. Rodeada por viejos edificios de viviendas adornados con ropa tendida y pintura desconchada, nos orientamos desde la Plaza del Zodiaco hacia la calle Codorniz, que une Los Pajaritos con Madre de Dios. En la esquina, Rafael Amarillo, de 31 años, charla frente a su bar La Morena con algunos de sus clientes mientras reorganiza mesas y sillas. De pelo corto y moreno, con un brazalete de su equipo de fútbol, el Real Betis Balompié, Rafael estudia a su clientela con ojos de cansancio. Él y su esposa, Patricia Santos, son los dueños de La Morena desde que abrieron el bar hace cinco años. Rafael ha pasado toda su vida en la barriada Madre de Dios y es uno de los pocos que ha conseguido establecerse durante un periodo de paro que ha plagado no sólo el barrio sino buena parte del país.
En el año 2012, antes de abrir su negocio, Rafael se comprometió a llamar la atención sobre las injusticias que ocurrían en su vecindario. justicias que ocurrían en su vecindario.
“Me presenté al puesto de presidente de la Asociación de Vecinos después de que el presidente anterior no cumpliera con sus responsabilidades”, explica Rafael.
“Cada año que pasaba se veían menos y menos oportunidades para que la gente se superara. Tres Barrios estaba muy dejado. La mayoría de la gente estaba en paro y los chavales sin otro oficio que los botellones y vender drogas. Todavía hay nidos de ratones y naranjas que se caen de los árboles, tiradas por todos lados. Se cuidan todas las partes del centro de la ciudad, pero ¿qué pasa con los barrios de alrededor?”, comenta Rafael con amargura sobre su experiencia en los Tres Barrios.

Según el protocolo oficial del Ayuntamiento de Sevilla, los miembros de la comunidad pueden expresar los problemas de manera eficaz mandando escritos al Registro Municipal. Sin embargo, la mayoría de la población de Tres Barrios no conoce el procedimiento. “Desde que me hice presidente, aprendí mucho. Una persona normal va a la Oficina del Distrito, se queja y no pasa nada. ¿Cuál es la forma de protestar? Tiene uno que hacer un escrito, y entonces están obligados a responder. El escrito entra en el Registro Municipal y por eso te tienen que responder. Cuando me enteré, yo mandaba todos los días un escrito porque, claro, tiene que ser muy persistente la persona para que le pongan atención. Había veces que me llamaban pidiendo que no mandara más”, explica Rafael con sorna.
Los escritos de Rafael solicitaban parques infantiles adecuados, un campo con cancha de fútbol para los jóvenes y un centro comunitario para la gente mayor, ninguno de los cuales se ha hecho realidad todavía.
Durante el Franquismo, se empezaron a construir barriadas baratas a lo largo de la geografía de España para personas de bajos recursos, en su mayoría procedentes del éxodo rural, que se reubicaron por motivos de trabajo en la ciudad. La zona de Tres Barrios de Sevilla es producto de esta situación. El Real Patronato de Casas Baratas construyó la mayor parte de edificios entre 1952 y 1958, aunque hasta 1975 no se concluyeron las obras.
Diego Carlos García, secretario de Política Sindical de la Unión General de Trabajadores (UGT) en Sevilla y anterior miembro de la Plataforma Tres Barrios, detalla el pasado de las barriadas y sus efectos en el presente. “La filosofía
que había en esos tiempos era la de crear polígonos industriales para los pobres. ¿Qué ocurre?”, pregunta retóricamente, “Que la gente de bajos recursos, sometida a vivir en barrios determinados, son vulnerados, una cosa lleva a la otra y esos barrios se convierten en zonas marginales”.
Son muchos los que opinan que las administraciones públicas no se ocupan lo bastante de solucionar los problemas que se dan en estos barrios. UGT-Sevilla, por el contrario, se implica combatiendo estas situaciones de marginalidad y tiene los derechos de los trabajadores como prioridad. Hace cinco años, colaboraron con la Plataforma Tres Barrios para realizar informes sobre las condiciones de vida y las áreas problemáticas que afectan a la comunidad. Encontraron que un 70% de la población estaba en paro, lo cual suponía una gran diferencia con respecto a la media de la ciudad de Sevilla que estaba entonces en el 26% entre las edades de 25 a 55 años. “Tenemos paro, hacinamiento, mucho tráfico de droga, y la renta más baja de España. Pero sacar estadísticas no sirve de nada si no sacamos unas propuestas adecuadas”, comenta Carlos.
Han pasado 40 años desde que se concluyó la construcción de las barriadas y su tratamiento ha tenido poco progreso. Juan Bautista, también miembro de UGT-Sevilla y antiguo vecino de Los Pajaritos, recuerda los primeros pisos como “pequeños” y “humildes”. “Hay que reconocer que esos barrios son barrios de pobres, de gente que depende de la ayuda social. Entonces, si no se reparan, siguen siendo barrios pobres… barrios marginales”, comenta Juan.
Tres negocios más abajo del bar de Rafael, se encuentra la panadería Polvillo, perteneciente a una conocida cadena local. Allí, los clientes vienen no sólo a recoger su pan diario sino también con ánimo de charlar con los empleados, aunque algunos llegan con menos ánimo, llevando con ellos la necesidad de huir del entorno general. “Estoy ya por irme de aquí. Esto está fatal, está peor que en la Barranquilla de Colombia”, dice sin pensarlo dos veces Juan Campos Vargas, un hombre mayor, cliente de la panadería, más conocido como el Kayma, por su participación en el grupo de música tecnorumba español Kayma, de mucho éxito en los años 90. Con rabia en la voz, Juan concluye, “La gente aquí no se va tan fácilmente porque ¿quién les va a comprar los pisos? Además, ¿adónde se irán si no tienen donde ir al salir de aquí?”
Según Carlos García, las soluciones están en manos de las administraciones públicas de Andalucía. Mejorar la vida social consistirá en promocionar espacios verdes que aún no existen, insertar programas de labor para la gente en paro y rehabilitar las viviendas antiguas y abandonadas. Proyectos de este tipo tendrían beneficios a largo plazo. “Los políticos tienen que pensar en las personas más desfavorecidas. Deben tener en mente las políticas que aseguren la inserción de todos para cumplir con una sociedad más homogénea y con menos diferencias sociales. Si no, nos vemos con el problema presente en los barrios marginalizados, que es la desesperanza. Muchas veces, la desesperanza da paso a la desesperación y se continúa en un círculo vicioso”, insiste Carlos. Los jóvenes se ven particularmente afectados por la falta de alternativas y, en muchos casos, caen víctimas de estereotipos y prejuicios, por los que a veces llegan a etiquetarlos como delincuentes. “Hay muchos chavales en paro y con pocas opciones. Antes estaba lo de los talleres-escolares, pero ahora están reduciéndolos al mínimo. Ya no hay tantas plazas, hay menos oportunidad de apuntarse”, declara Rafael con pena.
Obligados a encontrar alternativas por su propia cuenta, Rafael pide comprensión para la vulnerable juventud de esta parte de la ciudad. “Yo le diría a la gente que no piensen que solamente se vende droga en los Tres Barrios. Se venden drogas en todos los barrios de Sevilla. Y sí, es verdad que aquí hay gente conflictiva. Pero es peligroso tacharlos de delincuentes. Porque aquí no todos somos delincuentes, muchos somos padres trabajadores y humildes”.
Aunque las calles de Los Pajaritos, Madre de Dios y La Candelaria transmiten abandono y vulnerabilidad, Rafael defiende su barrio con convicción: “lo único que nos queda por hacer es alzar la voz para llamar la atención hacia este deber moral”. •