El paso y parada de tiempo

Una restauradora que trabaja en las fachadas de la catedral de Sevilla reflexiona sobre la importancia de conservar el patrimonio de las ciudades y sobre las dificultades de su profesión.

Es primavera en Sevilla y hay una multitud de gente congregada en la entrada de la Catedral. Los coches de caballos pasean a los turistas, hay quien se para en medio de la Plaza del Triunfo para hacer- se un selfie, y otro con el cuello doblado para mirar intensamente el mapa que tiene en las manos. Unos metros a la izquierda, se ve a un grupo que lleva cascos blancos y entra bajo una estructura que cubre la fachada sureste de la Catedral –renacentista– construida entre 1528 y 1593. Éstos atraviesan un muro temporal que esconde a varias personas trabajando diligentemente con la piedra. Una de ellas es Ana Martín Sevilla, de 38 años, restauradora.

Ana Martiín Sevilla trabajando sobre el andamio de la fachada sureste de la Catedral de Sevilla

Ana nació en Zaragoza, capital de Aragón, en el noreste de España. Durante mucho tiempo vivió con sus padres –funcionarios ya jubilados– y tres hermanos, a los que describe como “una familia unida”, aunque hoy día todos tienen vidas propias. Ana es la tercera y la más independiente de todos. “Siempre me decían que era la aventurera de la familia… siempre he querido viajar y estudiar fuera”, cuenta Ana. Hoy, después de siete años en la carrera de restauración, la aventura sigue.

Su trabajo, aunque suele resultar familiar, no es en realidad muy bien comprendido. “Cuando le digo a la gente que soy restauradora, les encanta. Dicen ‘Qué guay’. Y una se siente muy bien pero [realmente] no saben. Tienen una idea del trabajo muy idealizada”.

Ana tiene bastante experiencia conservando obras y objetos históricos. Dice que la restauración es un trabajo que no sólo implica pintar, limpiar o retocar obras de arte del pasado. “Lo fundamental es la conservación”, explica. Esto significa que se deja la obra tal y como se encuentra, sin alterar la integridad de la pieza. Es una profesión en la cual se conservan obras de una manera que honra el paso del tiempo y que per- mite que la pieza cuente su propia historia.

La restauración de las fachadas de la Catedral de Sevilla es el proyecto más reciente en el que Ana ha trabajado junto al equipo de la empresa Ártyco. Es un trabajo duro que requiere no so- lamente el conocimiento de la estructura sino también de los materiales y herramientas con los cuales se está trabajando. Hay martillos de tamaños diferentes, pistolas de presión de aire y pintura de varios colores que tiene que ser aplicada con una técnica específica. Cada herramienta ayuda a limpiar y a mantener la totalidad de la estructura, y hay que conocer muy bien el proceso de cada área de operación.

“Es un trabajo muy cansado. Muy físico”, ex- plica Ana. “Hay ocho pisos de andamios y tienes que estar subiendo y bajando muchas veces, con materiales, máscaras, cascos, gafas de protección y llevando peso. Aunque la gente diga ‘ahí es que estás muy tranquila, parada’, pero es que tienes que mantener esa postura durante ocho horas. Es muy duro”, insiste Ana.

Ana trabajando con la piedra en la fachada de la Catedral

Trabajar al aire libre es una dificultad añadida, ya que el clima puede pasar de un extremo a otro. Ana recuerda una ocasión en la que trabajó restaurando parte de una iglesia, donde la temperatura bajó hasta los tres grados. Son situaciones muy duras que, según Ana, “la gente no lo valora”.

“En cada obra hay roles diferentes”, dice Ana. No sólo hay restauradores, sino también asistentes y personal especializado en otras tareas. Es una profesión que requiere mucho trabajo en equipo. Si el ambiente de compañerismo que se encuentra en la obra es bueno, todo es más fácil. Aunque no siempre es así, ella afirma que: “En esta obra hay un ambiente buenísimo y amistoso. Noto muy, muy buena onda. Pero a lo largo del tiempo, como restauradora, me he encontrado en situaciones muy diferentes, con mucha competencia”.

CONSERVACIÓN DEL TIEMPO

La Catedral de Sevilla es la tercera más grande del mundo, además de ser un símbolo histórico del poder y de la gran influencia de la Iglesia Católica en la ciudad. En 2016 batió su récord de visitas con 1.565.723 personas, lo que ha permitido destinar un presupuesto de 300.000 euros a la restauración de algunas de las áreas que más lo necesitan.

En una ciudad con tanto patrimonio artístico y arquitectónico como Sevilla, el debate sobre qué cosas se preservan y qué cosas no es constan- te. Ana Montesa Kaijsel, hoy maestra de inglés en una escuela pública de Primaria, que ejerció la profesión de restauradora durante 17 años en el Instituto Andaluz de Patrimonio, opina que un proyecto de restauración depende mucho del dinero. “Si hay dinero se hace, y si no, no”. La cuestión es qué valor se atribuye a la obra para priori- zar el trabajo en ella sobre otras. ¿El Guernica de Picasso por qué se preserva? ¡Pues porque es el Guernica!”, explica la ex-restauradora.

Un ejemplo de lo contrario se puede ver en la Iglesia de Santa Catalina, que se encuentra en la Calle Alhóndiga del Casco Histórico de Sevilla y se construyó originalmente a finales del siglo XIII como mezquita almohade. Durante ocho años es- tuvo cerrada debido a su precario estado de conservación, hasta 2008, cuando la parroquia diocesana recibió el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad para preservarla. Todavía hoy la iglesia no está restaurada completamente, ni puede abrirse al público.

“Cualquier obra tiene sentido que sea preservada”, dice Montesa. Según ella, las piezas de historia, sean pinturas, esculturas, retablos o edificios, tienen un valor emocional que merece la pena conservar. Montesa explica con humor que, si fuese por ella, preservaría hasta “un cuadro de su mamá”. Aunque dejó la carrera de restauradora por razones de salud, dice que es algo muy bonito porque trabajas con piezas históricas que están vivas. “Para mí, hacer este trabajo no tiene comparación,” cuenta.

Detalle en la fachada de la Catedral de Sevilla

Esta conciencia hacia el valor histórico de los objetos que tocas es compartida por Ana Martín. “Es muy importante tener esa sensibilidad. Yo no sé si es porque estudié primero Historia del Arte y lo veía como algo que está por encima del ser humano. A mí, al principio, el arte me daba mucho respeto. Me siento privilegiada de estar con estas cosas en mis manos”, afirma Ana.

CAMBIOS EN EL TIEMPO

Si le hubieras preguntado a Ana hace ocho años lo que estaría haciendo hoy, quizás no te habría dicho que iba a estar trabajando en la Catedral de Sevilla. Durante un tiempo, Ana trabajó como camarera pero justo después de graduarse en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Aragón, en Huesca, logró su primer trabajo como restauradora en un pueblito cerca de Zaragoza. Terminó de estudiar en julio y empezó en agosto. Se emocionó mucho, porque nunca pensó que iba a trabajar en obras tan importantes. “Es un trabajo que no es como otras profesiones, que mucha gente se puede dedicar a ellas. Hay poco trabajo en realidad. No hay tantas empresas que se dediquen a la restauración”, afirma.

La restauración es una carrera con periodos de mucho paro, cuyas condiciones están constantemente cambiando. El trabajo ha llevado a Ana a muchos lugares de España, como San Sebastián, Málaga o las Islas Baleares, con lo que ha aprendido no sólo acerca de la historia sino también sobre el carácter distinto de cada lugar del país. “Es una profesión de aprender todo el tiempo… cada obra es distinta y tienes que aprender su historias y sus materiales. Tienes que estudiar sin parar”.

Aunque Ana no sabe cuál será su próximo trabajo, dice que mientras trabaje en la fachada renacentista de la Catedral de Sevilla, estará feliz y satisfecha. “Los sitios a los que puedo tener acceso, tocar obras de arte y el sitio desde el que las puedo ver, comprenderlas desde cerca, estar subida en el andamio y ver la Catedral desde un sitio privilegiado…eso para mí es lo mejor”, concluye.•