Buscando a Dylan en Sevilla

NEW YORK - SEPTEMBER 1961: Bob Dylan plays acoustic guitar and smokes a cigarette in this headshot from September 1961 in New York City, New York. (Photo by Michael Ochs Archives/Getty Images)

Sevilla no guarda vínculo directo con Bob Dylan. El artista sólo tocó una vez en la ciudad, sin dejar huella con su actuación. Sin embargo, su obra se manifiesta viva en diferentes focos repartidos por la capital andaluza. Personas que asimilaron su obra y hoy la portan como una antorcha secreta. Una influencia llena de contradicciones. Como el mismo Dylan.

“LA CONEXIÓN CON LA GUITARRA me trajo a España. Nací en el sesenta, vivía entre Brooklyn y Woodstock, tocaba folk y rock. Con 18 años, me fascinó la guitarra clásica y un amigo comenzó a darme clases. Me propuse venir aquí para estudiarla”. Dan Kaplan da unos sorbos a su cerveza tras haber llegado en bicicleta al bar frente al edificio de la Diputación Provincial de Sevilla. La noche, que se asoma ya por la ventana, es fresca. La voz de Kaplan es cercana, matizada con su fuerte acento estadounidense, a pesar de los poco más de treinta años que lleva viviendo en Sevilla.

Apenas parpadean sus intensos ojos azules cuando declara su relación amor-odio con la ciudad, en la que “gana el amor, claro”. Le gusta su tamaño, la tranquilidad de sus calles, que la gente sea tan civilizada. Intercala pausas a la hora de hablar de la vida cultural de la ciudad, que él cree que podría mejorarse. “Debería haber más apertura. Fuera de la ciudad no hay mucho público que capte lo que digo si canto en inglés”. Y es que Dan es un reconocido compositor, cantante y guitarrista, líder de la banda “Krooked Tree”, con varios discos publicados y algunas bandas sonoras para clásicos del cine mudo.

Dan Kaplan / LAURA CAMPOS

Tras obtener su título de guitarrista clásico en el Conservatorio Superior de Música de Sevilla, procuró dar conciertos pero “no sentía en mi piel, en los escenarios, esa música en el sentido de tener algo que ofrecer. Mi corazón estaba en lo que hacía antes”, explica Kaplan. Dando clases de música en el pueblo de Estepa, su amigo Quino Castro quien, en palabras de Dan, “debe ser el que más conozca de Dylan en España”, empezó a organizar encuentros “dylanitas” anuales. Quino le propuso entonces tocar aquellas viejas canciones de Dylan con ellos por bares de la zona, pero aquello fue creciendo, llegando a tocar incluso en casetas de feria en encuentros posteriores. “Reconocí que disfrutaba más con aquello y volví a componer letras. Me di cuenta de que era mi voz, mi estética. El camino del folk”.

Dan se remanga la camisa azul y reconoce, con una sonrisa asomada entre su barba parcialmente canosa, que aquello fue un viaje a su infancia, a sus raíces. Ahí comenzó a apreciar más a Bob, pues nunca había sido gran seguidor suyo. Si bien Dylan no supuso sus primeros pasos en el folk, pues se comenzaba a popularizar cuando él apenas era un niño, sí que su música estaba en el aire. “En los campamentos de verano tocaban Blowin’ in the Wind”, recuerda. Uno de los vecinos de su familia en Brooklyn era Lee Hays, compañero de Pete Seeger y Woody Guthrie, estrellas del folk que fueron maestros comunes para Dylan y Kaplan.

“Tras el reenganche, quizás debo reconocer que Dylan me influyó más de lo que quisiera reconocer. Como Brahms y Mahler se quejaban de Beethoven: ¿cómo vamos a componer después de este gigante?”, ríe con complicidad, matizando su agradecimiento a aquella música. El líder de “Krooked Tree”, apoyando los antebrazos sobre la mesa del bar, mira por la ventana antes de concretar que, en este sentido, “Sevilla tiene una cultura casi escondida que merece la pena descubrir”.

Entre conversaciones de estudiantes y profesores de la cafetería del Rectorado de la Universidad de Sevilla, Carlos Mármol huye de formalismos, más allá de la oscura vestimenta que porta, y dialoga con cercanía seguro de su enciclopédico saber sobre Dylan. Como el periodista impertinente que es, está bien informado y no le preocupa decir lo que piensa. “Es Dios. Y, más allá de la broma, el mejor escritor de canciones de la música popular del siglo XX. Para mí, además, un poeta”.

Mármol conecta a Dylan tanto con la poesía tradicional, oral, como con la poesía contemporánea, de verso libre, cuyo ritmo mantiene otras lógicas. En su caso, la lógica de la canción. “Yo música no hago. Llevo oyéndole desde joven y no me canso de escucharle a diario”. Confiesa sentirse influido por el artista. Se explica con un discurso rápido mientras remueve el café de media tarde. Su trabajo periodístico está salpicado de citas y referencias “dylanitas”, es un hecho reconocido. “Creo que lo más importante de su mensaje es lo que transmite sin querer: Sé tú mismo. No importa lo que los demás piensen. No es un mensaje que venga de Dylan, viene de los clásicos, pero lo ha reformulado a su tiempo y es un buen ejemplo”.

Carlos Mármol – LAURA CAMPOS

Con una sonrisa que le achina la mirada, Carlos explica que ese faro a seguir provoca que haya gente que se entusiasme y gente que se moleste. Este sevillano reconoce que mantiene una relación “complicada” con su ciudad. “Viajo bastante, todo lo que puedo, por ello mi percepción de la ciudad no es la misma que la oficial. Es una ciudad un poquito surrealista”.

A la hora de cuestionarse la influencia que la capital andaluza puede recibir de Dylan, no necesita parpadear para aclarar que no existe conexión directa, pero que “en todos lados hay peñas béticas y sevillistas”. Nombra al músico Chencho Fernández como la máxima referencia que él puede destacar en este sentido de escuela dylanita en Sevilla, tanto musical como líricamente. “Pero en Sevilla, hay muy buenos músicos, sobre todo en rock, pero con un circuito bastante underground, que no puede salir luego fuera”, dice Mármol, que opina que lo mismo sucede con la nueva poesía sevillana.

Carlos tenía 20 años cuando asistió, en 1991, al único concierto que Dylan ha dado en Sevilla. El periodista coincide con la opinión general de que aquél fue un penoso festival. “Tocó tres temas, iba ciego. All Along the Watchtower y dos más en acústico. Finalmente, tocó uno junto con Keith Richards y otros músicos. Ni trajo banda propia. Él vino por la pasta, estaba depresivo y fue una época mala para el directo”.

En el barrio de la Judería de Sevilla, en una amplia y fresca sala del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS), Fran Matute se prepara para su ponencia del día en el taller que imparte titulado “Mirando los parquímetros (o por qué Bob Dylan es premio Nobel de Literatura)”. Con el cupo de inscripciones agotado, se encuentran ya en el ecuador del taller. Desde el patio pueden oírse canciones del álbum “John Wesley Harding”, grabado por Dylan en 1967, emitido por altavoces situados junto a la mesa donde Matute deposita su portátil, un voluminoso libro de letras de Dylan, un ejemplar de Tarántula (1966), la única novela publicada por el artista, algunos apuntes y algo para beber. A su espalda, un proyector emite su escritorio sobre la pared. Frente a su mesa, un numeroso abanico de sillas dispuestas en media luna para los alumnos inscritos en el taller, cuya convocatoria quedó desbordada por las muchas solicitudes que hubo.

Fran Matute / ALBERTO REVIDIEGO

“Con la excusa del Nobel de Dylan, se me ocurrió la idea de hacer un curso para valorar si el premio fue merecido analizando su obra, poniendo canciones y contextualizándolas. La idea es ofrecer a los participantes las herramientas para que ellos mismos reflexionen sobre si debería habérsele dado o no”. Fran habla animado, le gusta trabajar como crítico cultural para diversos medios y ésta es una temática que domina. Ajustándose las gafas, explica que la gran influencia que supuso Dylan para la sociedad “es haber cambiado las reglas del juego musicalmente, letras e instrumental. Bajo mi punto de vista, eso sólo lo han hecho dos grupos más, los Beatles y los Beach Boys”.

Es por ello que Matute define a Dylan como un “revolucionario e individualista que ha hecho lo que le ha dado la gana toda la vida. En esa imposibilidad de adulteración es donde radica su personalidad y su importancia”. Y esa habilidad para diferenciarse sin copiar lo que se hace fuera es uno de los leitmotiv que conducen el último libro publicado por Matute, Días de viejo color, en el que busca la Andalucía moderna y alternativa, la que habita la vida underground, desde los años cincuenta hasta la actualidad. “Aquí, en Sevilla, sobre todo reconozco a Chencho Fernández como deudor reconocido de Bob. En sus canciones, sus estructuras. Tiene talento y encima lo lleva estudiado”. Este artista precisamente ha sido invitado por Fran para la última sesión del curso.

Bajo su espesa barba, su camisa vaquera y su pelo recogido en una sutil coleta, este ávido investigador cultural reconoce algunas contradicciones propias. “Conozco la obra de Dylan hasta límites ya bastante frikis, sobre todo con motivo de prepararme este taller, pero nunca he sido un fan que se sabe todas las anécdotas o tiene todos los discos. Lo valoro sin que me pueda el fanatismo. Creo que me ha influido poco, aunque sí que es de los pocos músicos que me ponen los pelos de punta. Sin ser fan, su música me atraviesa”, explica Matute, que matiza entre risas que nunca ha visto a Dylan en directo y que jamás lo verá. “Yo sólo vería a Dylan en un café con 20 personas. Y tós callaos”.

Los asistentes al taller, con edades comprendidas entre los 20 y los 70 años, van llegando puntuales con su libro de letras de Dylan bajo el brazo, creando un ambiente alegre e impaciente por conocer más. El curso se centra por un lado en qué es el cancionero tradicional americano y, por otra parte, las expresiones poéticas que emplea Dylan. La justificación de la Academia Sueca para haberle concedido el Premio Nobel de Literatura bajo el microscopio de Fran. Cuando proyecta canciones, algunos de los matriculados no pueden evitar seguir el ritmo con los pies o moviendo la cabeza. Están todos presentes. Una porción de Sevilla acogiendo con atención el estudio de Bob Dylan.

“Yo quise asistir al taller de Dylan en el CICUS, pero no quedaban plazas” asegura Jesús Albarrán, con un tono de voz amable y alegre a pesar de su gravedad. A sus 29 años, es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla, tiene un Máster en Escritura Creativa, prepara un doctorado en Comunicación en la línea de investigación de Comunicación, Literatura, Ética y Estética, y dedica su tiempo a la música y la poesía. Albarrán es reconocido en Sevilla, entre otras cosas, por dedicarse con ahínco a tocar versiones de Bob Dylan y publicitarse en Facebook con grabaciones y conciertos (@jesusalbarranfolk).

Jesús Albarrán / LAURA CAMPOS

“Fue todo a iniciativa propia. Necesitaba conocer las raíces de la música. Me fui al blues, al jazz, a la música africana y en ese camino me paré en el folk porque me pareció muy denso, lleno de significados. Llegué a Dylan y supe que era un punto de inflexión. Allí confluían muchos géneros”, explica Albarrán bajo el sol que se abre sobre el Parque de los Perdigones, extremo norte del Casco Antiguo de la ciudad. Allí confiesa que es totalmente autodidacta. De pelo negro y ondulado, se agita cuando cierta brisa concede tregua al calor de abril. Reconoce Sevilla como “una ciudad abrazable”, que tiene un tejido cultural que podría ser más denso, “pero puedes dedicarte a rastrear y conocer. Hay pocas personas que hacen muchas cosas, como es el caso de La Casa de Max, que apuesta por todo”, explica el joven músico.

En esta ciudad, bajo su punto de vista, hay gente a la que le gusta el folk y una mínima cantera que son “dylanitas”. “Una vez, toqué en el bar La Tregua y vino un grupo de Estepa que se cantaban todas las canciones. Probé a tocar una de los inicios, del 61, que difícilmente conocerían y también se la sabían. Lo flipé, yo sólo podía pensar que eran las 11 de la noche de un jueves y que habían conducido desde Estepa para escuchar canciones de Dylan”. Sobre otros músicos de la ciudad con esa escuela de folk americano, Jesús reconoce con admiración a Frank Berjim y las raíces de Dan Kaplan.

A la hora de reconocerse influido por Dylan lo tiene claro. “La canción que más me ha impactado es A Hard Rain’s A-Gonna Fall (1963). Parecía que estaba escuchando a Walt Whitman hablando de nuestra sociedad de los años sesenta. Me influyó a la hora de tocar folk, a conjugar una expresión poética con música. Y a la hora de relajarme en los directos”, explica entre risas Albarrán que no piensa que Bob Dylan toque bien la guitarra o la armónica ni, por supuesto, el piano. “Todo viene de una incompetencia brutal. Pero tenía algo que no tenían otros: genialidad”. Y es ese afán de aprendizaje, esa vehemencia en la sensibilidad artística, lo que guarda para sí Jesús.

Allí sentado, paseando la vista por el parque, asalta la bipolaridad del seguidor de Bob Dylan, cuando confiesa que para él lo importante son únicamente sus canciones. “Si yo lo viera por la calle no iría detrás de él, porque ya lo tengo”.

Bob Dylan es una trampa contradictoria. Consigue pasear por las calles de Sevilla sin tener que poner un pie en ellas. Sus seguidores mantienen una relación compleja con su creación. Y a pesar de todo, focos dispersos en la ciudad fluctúan en esa esencia de libertad y revolución que supone la obra del cantautor. Una influencia oscilante. Se porta y se niega. Imposible lo contrario. A Dylan no se le busca en Sevilla. •