
La rutina desde que Cordelia se levanta está marcada, cuando un movimiento no automatizado le hace una jugada a su memoria.
Cordelia no vacila en pedir su menú predilecto de los domingos: pollo con jugo de mango. Terminado su combo de KFC, recuerda, después de su nombre, que sus nietos aprendieron sus mismos rituales: después del almuerzo viene el helado. “Mijo –le dice a su hijo– es antes, en el frío, cuando sabe mejor”.
Triunfante, como siempre, después de saborear el cono de mandarina, hace una pequeña visita al baño para no saltarse su protocolo: lavarse los 32 dientes que reemplazaron a los de leche y pintarse los labios de rojo. El peinado se mantiene, imperturbable al viento, y el maquillaje le sobra, con eso evita ocultar la sabiduría de sus arrugas.
Su vida se rige hoy por las repeticiones, para no olvidar su nombre. “Yo me llamo Cordelia Cárdenas de Tamayo, nacida el 5 de diciembre en Carolina del Príncipe”. A la segunda pregunta sobre quién es y mientras la familia va en carro a misa, agrega que es madre de 13 hijos y abuela de 14 nietos. Cordelia responde en retahíla y por inercia. Es maestra convirtiendo sus historias de antaño en una grabación de tocadiscos viejo. No se cansa de hacerlo.
Ha olvidado con los años que los domingos tiene el día reservado para la familia de su hijo Juan Camilo. Ahora, cualquier día de la semana se entrega a los cuidados de sus hijas, a todas las cuales llama ‘Nenita’, aunque ése sea sólo el apodo de aquella con la comparte el nombre.
El caminador ya no logra sostenerla, y mucho menos el bastón. La matrona grande, de vestidos rojos, se ve reducida a sus 93 años a una silla reclinable con pijamas navideños, rezándole a Dios sin parar. Nunca dejará de cantar, ni siquiera ese último 5 de julio de 2015 en que dará su último suspiro.