
Marcos Domínguez modelando un retrato. FOTO: ANNA SPACK
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“YO SIEMPRE PIENSO QUE AL ÁRBOL LE ENCANTARÍA VERSE ASÍ. CUANDO VEO UN MUEBLE TERMINADO, ME IMAGINO AL ÁRBOL DICIENDO, ‘ME GUSTA.’ ES COMO UNA PEQUEÑA OPERACIÓN. ES COMO AYUDARLE UN POCO”. ESTA AFIRMACIÓN DE IGNACIO SÁNCHEZ, EL HOMBRE DE MADERA, CAPTURA EL ESPÍRITU DE UNA COMUNIDAD CREATIVA QUE HA DEVUELTO A LA VIDA ESTA ANTIGUA NAVE INDUSTRIAL EN SEVILLA.
LUCA STASI atraviesa las puertas verde oscuro del Corral de los Artesanos, donde tiene su estudio de arquitectura, después de tomar un café en la Plaza del Pelícano, y se adentra en un nuevo mundo, un túnel del tiempo a un pueblo del siglo XIX. Adoquines grandes y uniformes cuidadosamente colocados cubren la amplia calle que recorre el centro del Corral. El sol intenso incide en la parte derecha del edificio blanco de un solo piso con finas tejas de metal en el tejado y las puertas metálicas de color verde brillante que caracterizan la entrada de todos los talleres de este lugar. Flores moradas y secas se desbordan de las macetas verdes que cuelgan de las paredes entre puerta y puerta, y unas vides enredadas, verdes y brillantes, adornan las paredes blancas a los lados de los edificios.
SEGÚN SE ACERCA LUCA a la bifurcación de esta callecita, donde se separa en dos direcciones, una camioneta oxidada frena a su lado. El conductor le saluda amablemente mientras baja la ventana. Luca, alto y de complexión menuda, se gira hacia la derecha y dobla las rodillas agachándose para dar una palmadita en el hombro al hombre de la camioneta, que toma el desvío a la izquierda.
LUCA ES UN ARQUITECTO especializado en sostenibilidad y uso de materiales reutilizados con un enfoque social y urbano. Estudió Arquitectura en su ciudad natal, Roma, en Italia, y se mudó a Sevilla en 2001 con una beca Erasmus después de vivir en Seattle. En el Corral, diseñó y construyó la Bañera, un espacio de coworking.
EL TALLER DEL HOMBRE DE MADERA está ubicado entre los dos desvíos de la bifurcación. Sus puertas son el doble de altas que las de los talleres que lo rodean, y hay montones de troncos y tablones de madera apoyados contra la fachada principal a la sombra. Al otro lado de la puerta, se encuentra uno de los prototipos de madera en miniatura de Luca, de diseño geodésico, una media cúpula a base de triángulos equiláteros hechos con planchas xilográficas. Ubicado en el centro del Corral, los niños de la comunidad lo usan ahora para jugar.
EL CARPINTERO IGNACIO SÁNCHEZ, el Hombre de Madera en persona, está al fondo, en la oscuridad de su estudio, con la espalda inclinada hacia delante, lijando cuidadosamente un trozo de madera de olivo. Enfrente de su estudio hay dos hombres que ríen al calor del sol. Luca acelera el paso y se acerca a ellos, poniéndoles una mano en el hombro a cada uno. Se baja sus gafas de sol rectangulares por primera vez, dejando ver unos ojos muy azules, inspira profundamente y dice entre dientes, “Ignacio, ¿cómo va tu taconeo? ¿Le has cogido el tranquillo ya a la bulería?”
“ESTOY EN ELLO”, responde sonriendo dubitativo Ignacio Llinares, conocido como “El Inventor”. Ignacio ha estado trabajando en una máquina para el Museo del Flamenco de Sevilla que recrea mecánicamente todos los tipos de taconeos, o ritmos del flamenco.
OTRO HOMBRE SE ACERCA AL GRUPO, caminando rápidamente de puntillas, con su cabello gris y desgreñado balanceándose al ritmo de su paso. Marcos Domínguez, el escultor, se limpia en los vaqueros claros la arcilla mojada roja de los dedos. “¡Buenas tardes! Hace frío hoy, ¿no?”
DEAMBULAR POR ESTE LUGAR es caminar por la nave industrial que había allí desde el siglo XIX pero ahora, además de oírse el retumbar de taladros y sierras, el ruidoso taconeo en el suelo de los zapatos de flamenco que viene de los estudios de danza cercanos inunda el Corral. Hace casi un siglo, el legendario barrio de San Julián era residencia de la mitad de los trabajadores de Sevilla, la mayoría de los cuales vivía en comunidades compartidas como la que después sería conocida como el Corral de los Artesanos. Ubicado en la parte noroeste del Casco Antiguo, San Julián se encontraba en las proximidades de la antigua Huerta del Barbero, un área industrial fuera de los muros de la ciudad donde había fábricas como La Unión Industrial y Comercial o La Sociedad de Oxígeno, Nitrógeno y Acetileno.
EL LUGAR QUE ERA ANTES y el que es ahora comparten el mismo sentimiento, el mismo ambiente. Marcos, que ha tenido su estudio en el Corral de los Artesanos desde hace 17 años, mueve las manos y la cabeza al unísono mientras explica, “El Corral está en el centro de Sevilla, pero se ha mantenido casi intacto desde 1896. Te sumerge en un mundo atemporal”.
AUNQUE EL CORRAL NO HA CAMBIADO en su apariencia física, su espíritu se ha visto puesto a prueba durante los últimos 50 años. El los años sesenta, la parte norte del centro de la ciudad se sometió a un proceso de gentrificación. El Ministerio de la Vivienda promulgó la demolición de este barrio tradicional compuesto de edificios de una sola planta con instalaciones comunes, para hacer sitio a la construcción de nuevos complejos de apartamentos de siete pisos. El diseño arquitectónico de los apartamentos promovía la separación y la independencia en vez de un estilo de vida compartido. Aunque el Corral de los Artesanos fue una de las pocas zonas del barrio de San Julián que logró resistirse a la demolición, durante los últimos 50 años, sus habitantes han ido adoptando la mentalidad cultural de compartimentación y una ética laboral independiente.
REFLEXIONANDO SOBRE SUS PRIMEROS DIEZ AÑOS en el Corral, que empezaron en 1997, Marcos comenta, “los habitantes de antes eran gente muy a la antigua usanza, con miedo al cambio, miedo a la inspección de Hacienda, miedo a reunirse. Entonces era imposible cambiar ni una cosa, por pequeña que fuera. Debido a este miedo, no había ninguna sinergia”.
EL CORRAL DE LOS ARTESANOS ha experimentado durante los últimos cinco años una recuperación de los valores de comunidad que tuvo en su día. El Hombre de Madera, Ignacio, que lleva seis años en el Corral, cuenta: “Antes, había gente que llevaba aquí muchos años, que tenían una mentalidad un poco más cerrada”. Habla en voz baja, pero sube las cejas expresivamente y su mirada azul pálido se torna seria. “Y ahora ha entrado una gran cantidad de gente relativamente joven con mucha ilusión y que trabajan con las puertas abiertas. La gente se relaciona más y comparte más lo que tiene y lo que sabe”. Los artesanos cocinan a menudo juntos, compartiendo sus ideas unos con otros mientras hacen lentejas, llenan el Corral entero con su aroma.
ES LA GENTE QUE TRABAJA en el Corral la que es responsable de recuperar el espíritu de esta comunidad. Hay unos valores comunes entre los habitantes de este lugar, la diligencia de encontrarle valor a todo y de ayudar a que las cosas que han sido desechadas alcancen su potencial, sin importar si es madera enferma de un naranjo o una caña del río Guadalquivir.
LUCA EXPLICA, “Cuando alguien prospera, su vecino se siente inspirado para hacer lo mismo”. Luca Stasi diseñó y renovó La Bañera como un intento de “revitalizarlo y reincorporarlo a la vida urbana”, usando principios de diseño sostenible para minimizar la necesidad de aire acondicionado y luz artificial. La entrada de este espacio de coworking está forrada de cañas del río Guadalquivir que rescataron Luca y su compañero de proyecto, Marco. “Se puede utilizar estos materiales y darles una segunda vida. Yo soy un apasionado de ellos y siento la necesidad de utilizarlos en proyectos que no habrían sido posibles sin ellos”.
AUNQUE LUCA TIENE UNA PERSPECTIVA LÓGICA sobre revivir productos naturales e industriales, Ignacio el Hombre de Madera tiene un apego emocional a los árboles frutales que se desechan en Sevilla. “El árbol está allí abandonado, y sobre todo, ¿cuál es su destino? Su destino es acabar en un vertedero. Y yo sé que es una madera valiosa de verdad, y por dentro está llena de vida, y tiene muchos años de historia. La madera es natural y tiene forma, cambia de color, es muy parecida a una persona. Cada madera huele diferente, tiene una forma diferente… es un material muy mágico”. Ignacio transforma estos árboles en mesas, sillas, marcos y esculturas para rescatarlos de la quema, de morir para siempre. Cuando alguien tala un árbol, puede estar muerto físicamente, pero a través de su transformación en un objeto útil, su espíritu continúa vivo.
EL AMBIENTE DE COLABORACIÓN, unidad y actitud abierta de la comunidad ha facilitado la creación de un arte genuino, innovador, e impactante, que va más allá de los muros del Corral. El Hombre de Madera presentó su obra Table Chaos en la galería Saatchi de Londres, y el famoso restaurante El ConTenedor de Sevilla usa la impresora Aurelia de Ignacio el Inventor para imprimir sus recibos. Pero al fin y al cabo, el arte para estos hombres no va sólo de conseguir el éxito. Más allá de la ambición, como Ignacio dice, el arte es como la comida que cocinan en el Corral. “Para cocinar hay que dar y para dar hay que ser generoso y afectuoso con la gente que viene a comer”.