El mercader de historias

Pepe Martínez, the merchant of stories / BRYCE FERENDO

Un testimonio sobre la distribución y exhibición de la industria del cine sevillano a través de los ojos de Pepe Martínez, que ayudó a mantenerlo vivo hasta el final. Sus anécdotas reflejan un tiempo en el que lo que pasaba entre bastidores era orgánico y estaba lleno de vida, cuando el esfuerzo necesario para lle­var las historias a la gente era mucho mayor.

“UNA NOCHE SE PUSO MALO EL OPERADOR DEL PROYECTOR y preguntaron quién pondría la película, así que les dije: “yo la pongo”, recuerda Pepe de los días que pasó trabajando en la taquilla del cine de verano Real Cinema, en el barrio de Nervión.

Haciendo un círculo con los brazos, sigue contando que, en aquellos días, las películas venían en varios rollos de cinta, y el proyeccionista tenía que estar pendiente y saber cuándo cambiar los rollos durante la película. Pero aquella noche, a Pepe se le olvidó proyectar un rollo.

“¡Me salté 20 minutos de película!”, continúa mientras se le escapa una sonrisa, que indica que ahí hay una historia que me tiene a contar.

Esa noche, hace unos 50 años, tuvo una experiencia horrible, de pánico, que pudo costarle su trabajo, pero hoy Pepe tiene que reprimir las ganas de reírse para seguir explicándolo. Se inclina hacia delante con ganas y termina:

“Así que, la siguiente vez tampoco puse ese rollo”, y empieza a sonreír, sin darle importancia, como si fuera la opción obvia. Algo que hoy sería imposible, porque el mundo del cine en el que vivió Pepe ya no existe.

En una mesa de una cafetería de la Alameda de Hércules, una plaza que fue hogar en su día de uno de los 86 cines de verano de la ciudad, Pepe recuerda el tiempo que pasó trabajando en la industria cinematográfica, que dejó en 1985. Su jersey azul y su postura relajada reflejan una vida sencilla tras la jubilación, como abuelo cariñoso, pero la forma en que mueve las manos, parpadeando tras las sombras de las hojas, muestran su pasión por la aventura y la vivacidad de los años que pasó trabajando en el cine.

Su cara se ilumina y abre los ojos de par en par, en contraste con el ceño fruncido que luce normalmente para protegerse los ojos del sol, cada vez que recuerda una experiencia pasada. Comparte encantado su historia con nosotros, como lleva haciendo 28 años.

Alrededor de 1957, Pepe comenzó en este floreciente negocio, trabajando en la compañía de distribución Anta Films, que intentaba proporcionar a Andalucía todo el cine que necesitaba. En aquel momento, Sevilla era hogar de otras 55 compañías de distribución, que trataban de satisfacer la demanda de los cientos de cines del sur de España.

“Trabajar allí tenía sus ventajas; por ejemplo, podía entrar en todas las sesiones que quisiera porque me daban un pase para viajar a Madrid”, dice refiriéndose a las convenciones de proyecciones anuales que organizaban las compañías, que les permitían escoger las películas que consideraban más prometedoras para su distribución. Pepe formó parte de aquello, ayudando a elegir una lista que se enviaba a los dueños de los cines, a los que se autorizaba para alquilar las películas. Pero en esa época, que era ejemplo de cómo pasaban las historias de unos a otros antes de llegar la palabra escrita; las películas se entregaban personalmente en mano, y Pepe era uno de los repartidores.

Cada una de las 56 compañías de distribución tenía viajantes, que normalmente se ponían en marcha en septiembre, a veces en rutas de 15 ó 20 días. Armado con los rollos de cinta y los contratos, la ruta de Pepe, normalmente, incluía viajes a Cádiz, Málaga, Jaén, Córdoba, Granada y Almería. Aunque se trataba de una oportunidad para viajar y conocer la belleza del sur de España, también significaba estar mucho tiempo lejos de su familia.

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1970, Pepe posa frente al decorado de un “Spaghetti Western” en el desierto de Tabernas, Almería, junto al Seat 600 en el que viajaba distribuyendo películas. / BRYCE FERENDO

“Tenía a mi mujer, Juana, y un niño pequeño, José Luis, en Sevilla, pero claro, tenía que irme”, cuenta haciendo un gesto de mala gana. Aun así, no todos sus viajes eran largos, y normalmente tenía la oportunidad de ver a su familia los fines de semana. Vuelve a abrir los ojos de par en par mientras recuerda los domingos: “Bajaba al centro de Sevilla por la mañana, a la Plaza de la Encarnación, donde había un cine que se llamaba Rialto. Iba por la mañana porque si no, no conseguías entradas. Es lo único que teníamos que hacer el domingo: dar una vuelta, ir al cine y después ir a casa a dormir. No había otra cosa”.

Pepe no exagera en absoluto. Había cines por todas partes. El cine en aquellos tiempos era el núcleo de la diversión en Sevilla, y era difícil escapar de él, tanto que la gente dependía tremendamente de personas como Pepe.

Continuó su trabajo a lo largo de los años, observando el progreso de la industria de primera mano. Vio como las películas se iban gastando por el uso, o como la veracidad de las historias contadas oralmente, tras incontables proyecciones, también se desvanecían o perdían su valor artístico a causa de la censura impuesta por la dictadura de Franco. Incluso fue testigo de cómo desaparecían lentamente los cines de verano, tan bulliciosos en su día, porque el precio del local sobrepasaba el interés público por el cine. Durante todo este proceso, él permaneció allí, suministrando películas mientras hubo demanda

“Los últimos años fueron muy malos para todo el mundo”, continua en un tono sombrío, y explica que, al cerrar cada vez más cines, les asignaban viajes a ciudades más lejanas.

La compañía de distribución para la que trabajaba en 1985, Sánchez Ramade, fue una de las últimas en cerrar en Sevilla. Pepe ya había visto a sus colegas perder su trabajo y sabía de cines que se habían convertido en discotecas, que apenas duraban abiertas. Entonces se dio cuenta de que era el momento de retirarse.

“Fue un poco triste, hombre, porque era un negocio muy bonito. Se hacía mucha amistad con mucha gente a la que todavía veo”, explica Pepe mientras mira hacia otro lado, pensativo.

Hoy día, quedan menos de siete cines en Sevilla y sólo uno, Tomares Cinema, conserva el jovial ambiente del cine de verano, utilizando aún cinta auténtica de 35 mm y sirviendo comida a los espectadores que disfrutan de este entretenimiento al aire libre.

Pepe culpa sobre todo al auge de la televisión. Aunque eso puede ser discutido. Él mismo no ha puesto un pie en un cine desde que dejó la industria en 1985. Negando con la cabeza, como si no tuviera nada de raro no haber ido a un cine en 20 años, recuerda haber visto una película antigua recientemente en televisión:

“Bueno, yo me pongo películas antiguas porque las modernas no me gustan tanto. Ayer estuve viendo una muy antigua, de un tipo que llega a un pueblo con ovejas pero donde lo que se encuntra realmente son vacas. Entonces entran en guerra y me di cuenta de que recordaba aquella película de antes”, dice rememorando divertido su reacción. Esto es una prueba evidente de su preferencia y pasión por el cine clásico, y con razón, ya que era tan parte de ello como Glenn Ford o Rita Hayworth. •

 

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En 1957, cuando Pepe comenzó a distribuir películas para Anta Films, llegaron a las pantallas éxitos como El puente sobre el río Kway (David Lean), El séptimo sello (Ingmar Bergman), 12 del patíbulo (Sidney Lumet), Senderos de gloria (Stanley Kubrick), El príncipe y la corista (Laurence Olivier), Las noches de Cabiria (Federico Fellini), Una cara con ángel (Stanley Donen) o Tú y yo (Leo McCarey). La película Gilda (Charles Vidor)—fograma de la derecha—fue un gran éxito en España 10 años antes, en 1947, contando como protagonistas con Glenn Ford y Rita Hayworth, cuyo verdadero nombre era Margarita Cansino y cuyo padre, Eduardo Cansino, provenía de Castilleja de la Cuesta, en el aljarafe sevillano / COLUMBIA PICTURES