Un manantial de fe y milagros

Sandra, la cantante / ANTONIO PÉREZ

La Iglesia Evangélica Manantial de Vida es una comunidad formada por personas de todo el mundo. En esta iglesia no importan los estudios, la residencia, el dinero que se tenga o el nivel cultural de las personas. La comunidad confluye en torno al amor hacia Dios compartiendo  cultura y hábitos de sus miembros en esta gran familia de 400 personas.

Una mujer colombiana baila con los brazos bronceados extendidos formando el símbolo del infinito alrededor de su cuerpo. En su mano derecha lleva sus anillos de compromiso y de boda, y sostiene unas banderas transparentes y brillantes, la de la izquierda de tono rosita, y blanca la de la derecha. Cuatro metros a su izquierda, con banderas idénticas a las de ella, un hombre nacido en Perú baila también. Entre los dos, un niño guaraní de cuatro años, cuyos padres vienen de Uruguay, los imita con sus propias banderas, más pequeñas y de color morado. El ritmo de la canción rock de alabanza la confunde y le hace hablar sin sentido, balbuceando palabras que no entiende. Y se pregunta: “¿Por qué Dios me ha pedido que baile en la iglesia?” La única explicación que puede darse es: “El Espíritu Santo bajó en mí”.

Ana Chavarro nunca se imaginó así, en mitad de una iglesia evangélica de Sevilla, y mucho menos bailando con banderas en las manos, pero recibió el mensaje de Dios: “Quiero que bailes para mí”.

El Pastor Manuel Lauriño Villazón accede al interior de la iglesia Manantial de Vida / ANTONIO PÉREZ

Entre las paredes de la Iglesia Manantial de Vida, Ana encontró una nueva familia seis años después de mudarse a 8.135 kilómetros de Pitalito, en su Colombia natal, junto a personas de 23 países diferentes. Para el Pastor de la comunidad, Manuel Lauriño Villazán, este dato es un reflejo de la diversidad del reino de Dios: “Yo ni cuento a la gente ni los países de los que vienen… Pero digo, ‘bien’, porque mi visión de la iglesia es que tiene que ser lo más a parecida posible al cielo. Porque en el cielo va a haber gente de todos los lados, así que cuantas más nacionalidades, más se parecerá esta iglesia al cielo”.

“La iglesia no es algo físico, somos nosotros”, dice Ángel, de unos 40 años, desde un lateral de la sala que está llena de folletos informativos desde la que intenta conectar a la gente con la comunidad con grupos de estudio bíblico, invitándolos con su sonrisa a una conversación sobre su pasión, la palabra de Dios en la Biblia.

Todo empezó en 1994, cuando Manuel, un sevillano de 61 años cuyo rostro prueba lo alegre que es vivir la vida siguiendo la voluntad de Dios, se encontró con que el pastor de la iglesia evangélica a la que asistía se tuvo que ir de España contra su voluntad. Manuel se sintió perdido. Hubo un momento en que tuvo que replantearse las cosas y pensó: “¿Qué voy a hacer con mi vida?” Entonces entendió que tenía que abrir su propia iglesia. Durante nueve meses, Manuel abrió las puertas de su casa para que un grupo de fieles pudiera compartir la palabra de Dios en el salón de su propia casa. Después de meses de espera, la comunidad se mudó a un local de 60 metros cuadrados en la Alameda de Hércules. Ahí es donde crecieron los tres hijos del pastor, Sarai, de 32 años, David, de 30, y Josué, de 27, antes de que la comunidad se mudara algo más al norte de la ciudad, al número 3 de la calle Astronomía, en el barrio de Pino Montano, uno de los más poblados y populares de Sevilla.

Para que la iglesia alcanzara su forma actual en el barrio de Pino Montano, se necesitaron cuatro años, una larga lista de voluntarios y el talento de todos. No fueron necesarios préstamos ni dinero de fuera. “…Dios es un proveedor”, dice el pastor para explicar hasta cómo llegaron las losetas que cubren el suelo toda la iglesia, de granito, que normalmente cuestan 50 euros el metro cuadrado. A la iglesia llegaron por solo 10 euros el metro, desde Galicia sin coste adicional.

Ana Chavarro en la gran sala de Manantial de Vida / ANTONIO PÉREZ

Todo el esfuerzo que pusieron y las bendiciones que recibieron para construir la iglesia se usan ahora cada semana para invitar a los sevillanos, a la gente que pasa, a emigrantes de muchos países, a curiosos y hasta a periodistas. Los invitados, tanto si han sido acogidos hace años o hace sólo tres semanas, se sienten parte de la familia a los pocos segundos de entrar por la puerta principal. Una pareja de Ucrania, sentada a ambos lados de la puerta, saluda a todos los que entran con una sonrisa. Ella es Ana y está terminando sus estudios de Recursos Humanos en la Universidad de Sevilla, así que pide ayuda para revisar el español de su trabajo de tesis. Sólo lleva un año en España y todavía tiene dificultades con la gramática. Estudia en un McDonald’s después de sus clases para evitar distraerse con su hija de nueve años. Ana tiene dos trabajos y estudia para poder darle a su hija un futuro seguro.

Las sonrisas de la puerta lo invitan a uno a explorar más adentro. La música de adoración guía el auditorio donde los asistentes, de pie frente a sus sillas dispuestas en filas, se mecen al ritmo de la música. Cuando una cara nueva entra por las puertas del salón de culto, un hombre alto y moreno le abre la puerta al desconocido. Quienes están en la parte de atrás de la iglesia miran al recién llegado con una sonrisa y ojos de interés, como queriendo decirle que él también es ya parte de la familia y que ellos están allí para él. Las canciones que llenan el salón son variadas, desde lentas a festivas. El tiempo de adoración es una fiesta para todos. La voz baja y conmovedora del hijo menor del Pastor, David, es poderosa y lleva perfectamente la poderosa letra de las canciones.

David, y su mujer, Isabel, son parte de la banda musical de adoración de la iglesia, cuya misión es unir y acompañar a la comunidad en sus alabanzas a Dios a través del poder de la música. La gran sala de Manantial de Vida se llena con la voz de David y se refleja, a través de sus movimientos y de sus miradas, en los rostros de sus tres niños, nietos del pastor. Samara, la más pequeña de los tres, salta al ritmo de la pierna de su tía Sarai, sobre la que está sentada. La risa de Samara brilla, como si ella supiera que sólo faltan cinco días para su primer su cumpleaños.

Seis meses antes de que Samara llegara al mundo, su madre, Cynthia, llamó a David con dudas. Al otro lado del móvil, Cynthia lloraba tras haberse realizado una ecografía. David, solo en Francia por motivos de trabajo, y muy preocupado, le pidió más detalles. “Han detectado que el bebé va a nacer sin vida, y si no nace sin vida, va a tener síndrome de Down”, le dijo Cynthia que le habían explicado. Los médicos sugirieron un aborto, pero David y Cinthia tenían fe en que todo iba a salir como Dios lo tenía planeado. Una vez que David volvió a Sevilla, los dos se presentaron frente a la comunidad de Manantial de Vida y les pidieron a todos que oraran por ellos y por la salud de su hija no nacida. La pareja estuvo volviendo a citas ginecológicas cada dos meses para ver si la salud de su hija había mejorado. Al final de cada cita, los médicos siempre sugerían que Cynthia tuviera un aborto, y al final de cada cita, cuando les preguntaban, los dos decían que no. Si Dios les había enviado un bebé, ellos lo iban a recibir como llegara. A finales de noviembre de 2018, llegó al mundo una niña con el pelo negro y unos ojos grandes y fascinantes. Samara Lauriño estaba llena de vida y perfectamente saludable. “Yo creo en los milagros, y ahora tengo mi pequeño milagro”, dice David describiendo a Samara.

Cynthia y David se sintieron más unidos a sus dos familias en ese momento difícil, a la biológica y a la de su iglesia. Sus oraciones fueron contestadas. Todos los escucharon y los entendieron. “Samara es una niña bendecida”, dicen las personas de la iglesia. Hasta su abuelo, el Pastor Manuel, dice con orgullo que ella fue un ejemplo de la voluntad de Dios.

Manuel viaja a muchas iglesias alrededor del mundo para predicar. Le han ofrecido varios trabajos de pastor en iglesias de otros países, pero su corazón y familia están en Sevilla. Predica con pasión la palabra, pero también usa bromas que hacen que todo el salón se ría de verdad. Una mezcla perfecta para que el mensaje permanezca en la mente de los fieles y para que ni los niños se aburran. Después de una hora y media de predicación, llena de anécdotas personales y versículos bíblicos, hay familias enteras con ojos llenos de lágrimas. Todos se levantan saludando y abrazando a quienes están a su alrededor con besos y bendiciones.

Antes de que la comunidad salga por las puertas, Sandra, cantante de la iglesia, agarra el micrófono y les recuerda que donen en las cajitas de Navidad para los niños huérfanos y las familias pobres.

– Queremos tener todas las cajitas para que las familias las reciban antes de Navidades. ¡Por favor, no se olviden!

Es Sandra Woo, de 27 años, que no solamente organiza las cajitas de Navidades, ella es la cantante habitual de la música de adoración. Sandra tiene una sonrisa cariñosa, parecida a las de los artistas de cine, y un largo pelo rizado, teñido de rojo, que enmarca bien su piel bronceada y pecosa. Sandra tuvo una infancia en la que, gracias a su padre, surgió su pasión por la música. Su talento le permitió ser aceptada en una escuela de producción musical cuando tenía 17 años. Pero la escuela no fue lo que ella esperaba. “No eres una persona con talento o cualidades para la música y que puede hacer algo bueno, eres un producto. Te hacen como ellos te quieren vender”, cuenta Sandra. Un día, su voz se empezó a quebrar. Seguramente iba a ser una ronquera de tres o cuatro días, pero después de cinco días, la voz normalmente suave y dulce de Sandra seguía ronca, hasta que dejó de poder hablar y para comunicarse tuvo que empezar a escribir en papel. Su madre la llevó a unos especialistas de la garganta, que descubrieron que Sandra tenía una cuerda vocal paralizada. Hay dos cuerdas vocales, una al lado de la otra, a la entrada de la tráquea. Cuando una persona habla, o canta, las cuerdas vibran. La cuerda vocal paralizada de Sandra no le permitía hablar, y menos cantar. Los médicos le explicaron que los síntomas provenían de un esfuerzo de la voz. “No se correspondía realmente el esfuerzo que yo había hecho con lo que haría falta para que esa cuerda vocal se paralizara”, dice Sandra. El diagnóstico fue que no iba a poder cantar más y, si seguía así, su voz iba a empeorar y se convertiría en susurros. Tendría que ir a una terapia de voz para aprender a hablar y a respirar otra vez, como si fuera una niña. Sandra salió de la consulta llorando. Parecía como si sus sueños se le escaparan de golpe. Todo el esfuerzo que había hecho para llegar donde estaba voló. Le frustraba no poder volver a cantar, ni siquiera a hablar fuerte. Así que, enfrentada a su discapacidad, Sandra se inició en la oración:

– “Dios, no entiendo que está pasando y quiero saber cuál es tu voluntad. ¿Por qué estoy así ahora?”

–“Si tú quieres, puedes tener eso y el mundo entero. Te he dado el talento, y si te esfuerzas mucho, vas a tener éxito. Vas a ser muy conocida y vas a viajar por muchas partes del mundo, pero yo quiero que cantes solamente para mí”, dice Sandra que le dijo Dios.

Sandra tuvo que escoger. El amor que sentía lo hizo fácil. Su voz se recuperó a los pocos meses sin cirugía, aunque debe cuidar su voz mucho. Si toma agua fría, se queda ronca. Quién sabe si, de haber seguido en aquella escuela, hoy estaría completamente perdida en el plan que tenían para ella. Su pasión por la música se ha hecho más fuerte adorando a Dios, ante una sala con cerca de 350 personas, acercándose a ese ser superior que ella adora tanto como para confiar en Él a pesar de sus miedos, simplemente creyendo. En la iglesia la aprecian por su talento y por el apoyo que presta a todos los que tiene alrededor.

La reportera entrevista al Pastor Manuel Lauriño Villazón / ANTONIO PÉREZ

Ana Chavarro, que ha vivido los últimos 11 años de los 45 que tiene en Sevilla, está entre quienes aprecian la voz de Sandra, bailando al son de sus canciones con una fuerza engrandecida por el Espíritu Santo. Para Ana, aquel primer baile en Manantial de Vida fue un símbolo poderoso a través del que Dios le dijo que estaba con ella, en todas sus dudas, temores y alegrías. Ana, que junto a su esposo Dúber se ocupa del mantenimiento y la limpieza del edificio del CIEE, en Sevilla, también sabe lo que son los milagros. En 2014, a su madre, que seguía en Colombia, le dio una fiebre hemorrágica provocada por el virus del dengue y entró en coma. Durante 22 días, Ana sintió que ya no podría ver a su madre con vida. Estaba perdida hasta que su hija Constanza le dijo: “Confía en que Dios va a salvar a mamá”. Al vigésimo segundo día su madre se curó y Ana pudo decirle a su madre: “Siempre he estado aquí y te escuchaba cuando llorabas y le oraba a Dios”. Ana aparta suavemente las lágrimas que resbalan por su rostro para no arruinar el delineador estratégicamente pintado alrededor de sus ojos.

Desde que Ana se mudó a España, ha ayudado a otros miembros de su familia a trasladarse aquí también. Su esposo, Dúber, lo hizo en 2010. Desde que llegó, Ana lo estuvo invitando a la iglesia. A veces iba y a veces no. Ella pedía, “Señor, yo quiero estar bien contigo, pero si mi marido no quiere llegar a tus pies, pues yo qué puedo hacer”. Ana estuvo orando y orando, hasta que un día Dúber llego a la iglesia y también se enamoró de Dios. Igualmente, desde que sus sobrinas, Ángela y Lorena, llegaron a Sevilla en 2019 (Lorena hace menos de un mes, con la esperanza de poder traer pronto a su marido e hija), Ana las ha estado invitando también cada domingo a celebrar con ellos su amor hacia Dios. Cada día les gusta más estar con esta gran familia. “Sienten lo que tal vez yo siento, esa paz y esa acogida que tengo aquí con mis hermanos”, dice Ana sin disimular su ilusión. •