A la sombra de los hombres

Read this article in ENGLISH / PDF de esta revista

Carmen, Joaquina, Dolores, Rosario y Victoria asistieron al colegio en tiempos del general Franco y su opresiva dictadura, que educaba a las jóvenes para ser sirvientas del hombre. Ahora echan la vista atrás para ver qué ha cambiado.

“Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho”. Corre el año 1942. Hace sólo tres años del final de la Guerra Civil Española, y Pilar Primo de Rivera hace esta afirmación como Delegada Nacional de la Sección Femenina de la Falange Española. En ese preciso instante, Carmen Pina, de dos años de edad, daba la bienvenida a su hermana recién nacida, Joaquina, en un tiempo en que la represión a la mujer no la imponían sólo los hombres, sino también las propias mujeres. Las dos hermanas vivirían, sin saberlo, una de las épocas más duras para la mujer en España.

En 1934, la Sección Femenina se convirtió en una parte de la Falange bien diferenciada y llegó a tener medio millón de miembros al final de la guerra. Inicialmente, la organización se creó para dar apoyo a los prisioneros y a aquéllos perseguidos por los gobiernos liberal y comunista de la Segunda República Española, ambos enemigos de los falangistas. También se encargaba de proporcionar ayuda sanitaria a los heridos durante la guerra civil. Sin embargo, al acabar la guerra, el papel de sus miembros pasó de consistir en tranquilizar a los soldados y prisioneros a moldear la mentalidad de la siguiente generación de mujeres españolas.

Con sólo 35 años, Pilar Primo de Rivera, hija del dictador militar de los años veinte, Miguel Primo de Rivera, había consolidado ya su posición como una de las figuras centrales de la Falange Española. La organización política la fundó en 1933 su hermano, José Antonio Primo de Rivera, e inicialmente tenía un carácter fascista muy marcado. Sin embargo, tras la adopción del General Francisco Franco de las ideologías del grupo y la posterior ejecución de José Antonio durante la guerra, los signos externos de fascismo desaparecieron y el grupo se transformó en el núcleo de la única organización política oficial: el Movimiento Nacional.

Los años cuarenta fueron una época oscura en la historia de España. Franco decidió contener físicamente a todo aquél que se opusiera a él, valiéndose del poder judicial y de asesinatos cometidos por los miembros de la Falange. En algún momento, el número de fusilamientos ordenados por los tribunales llegó a ser tan alto que se le prohibió a la prensa, controlada por el gobierno, publicar las ejecuciones en los periódicos. Sin embargo, en febrero de 1940, fuentes del gobierno francés estimaron el número en unas 800 ejecuciones al mes.

Mientras el nuevo régimen ejercía la represión a diario, la vida cotidiana permanecía relativamente igual. Carmen y Joaquina asistían a un colegio privado religioso en su ciudad natal, Sevilla, mientras su amiga Dolores Hernández, hoy vendedora de cosméticos jubilada, estudió en un colegio público. Aunque las diferencias entre las dos instituciones educativas pueden catalogarse según la importancia que se le atribuía a la religión, la estrecha relación de Franco con la Iglesia Católica aseguraba la presencia de una fuerte doctrina religiosa también en el sistema educativo público.

Dolores recuerda el Cara al Sol, el himno de la Falange, que los alumnos de todos los colegios públicos tenían que cantar a coro cada mañana, finalizando al grito de “¡Arriba España! ¡Viva Franco!”, acompañado del saludo falangista (brazo derecho rígido y extendido). En cambio, no había prácticamente mención alguna a Franco en la educación de las hermanas Pina, ya que la oración era el centro de sus días. Carmen describe así un día típico en el colegio religioso: “Rezar y estudiar un poco, rezar y estudiar un poco, rezar. Dedicábamos más tiempo a rezar que a aprender cualquier otra cosa”. Cuando Franco llegó al poder, a la Iglesia Católica se le permitió reinstalar crucifijos en las aulas de toda España.

Rosario Malasaña, que se educó en Madrid hasta los nueve años y después en Sevilla, nos cuenta su experiencia: “Era otra forma de vida la de esa época, más concentrada en la familia y más cerrada. Pero no era una mala vida; siempre tuve ropa bonita, buena comida e iba a la playa todos los años con mi familia, aunque había menos libertad de la que tenemos ahora”, dice. En las familias, la preferencia monetaria se les daba a los hijos varones para que estudiasen una carrera. Sin embargo, Rosario desafió esa norma social, ya que asistió a la Universidad de Sevilla y se licenció en Empresariales. Dado que era una de las pocas mujeres que asistían a la universidad, se esperaba que sus compañeros varones la discriminaran. Sin embargo, con un tono casi como dándolo por hecho, declara que la discriminación era algo normal, tal como se esperaba en la calle, y más o menos como las mujeres lo esperan hoy.

Independientemente de la diferencia en sus experiencias educativas, Rosario, Dolores, Carmen y Joaquina están de acuerdo en una cosa: les habría gustado que les hubieran permitido estudiar más y absorber la máxima cantidad de conocimiento posible durante su juventud, cuando el camino lógico en la vida de una hija era encaminarse hacia el matrimonio. Se esperaba que las chicas ayudaran muchísimo en casa y que aprendieran destrezas más prácticas tales como la costura, la cocina y la limpieza, conque les quedaba poco o nada de tiempo para estudiar. Rosario también ofrece una perspectiva sobre esto: “Ésta no sólo era la mentalidad de la época en España, sino en todo el mundo, aunque en este país fuera muy perjudicial la idea de que las chicas no necesitaban estudiar, sino aprender a coser, tocar algún instrumento, cocinar y servir al hombre”, dice.

La ideología dominante reiterada por el régimen franquista se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. En un libro de texto de 1962, que usaban los estudiantes en su primer curso de instituto, Formación Político-Social, una cita de la Sección Femenina habla de las ideas invariables en cuanto al papel de la mujer: “A lo largo de toda la vida, la misión de la mujer es servir. Cuando Dios hizo al primer hombre pensó: ‘No es bueno que el hombre esté solo’. Y formó a la mujer, para su ayuda y compañía, y para que sirviera de madre. La primera idea de Dios fue ‘el hombre’. Pensó en la mujer después, como un complemento necesario, esto es, como algo útil”.

Seis años después de que esta declaración fuera de tono se publicase y se utilizara en el sistema educativo español, la veinteañera Victoria Sesé comenzó su carrera docente en un pueblo habitado por unas 20 familias, Los Badalejos, en la provincia de Cádiz. Semejante a su propia experiencia educativa en Ciudad Real, había dos colegios distintos; uno dedicado a la educación de los niños y otro a la de las niñas, desde los 6 hasta los 12 años de edad. Aunque en 1968, el año de la revolución social desde París hasta Los Ángeles, habían pasado casi 30 años desde que finalizó la guerra en España y el mundo había entrado en una época de relativa modernidad, aún se conservaban las ideas de antaño en torno al papel de los hijos y las hijas con respecto a la educación. “Había chicas a las que sus padres exigían mucha ayuda en casa y venían al colegio muy poco o nada, o a veces iban un año y luego no volvían jamás”, recuerda Victoria.

A esas alturas, Carmen había terminado su educación y se había casado en 1965 para llevar una vida dura pero gratificante, recibiendo la llegada de sus dos hijos en 1966 y 1969. Sus niños, Óscar y David, comenzaron su educación en colegios católicos, caracterizados todavía por la influencia moral y educativa de la era de Franco, pero ellos sí pudieron completar su formación con valores sociales nuevos y liberales. Esto fue posible gracias a la transición hacia la democracia en España tras la muerte de Franco en 1975, y a la promulgación de la nueva Constitución de 1978, que abogaba por la igualdad de oportunidades para todos los españoles, independientemente de su sexo. El mundo en el que crecieron los hijos de Carmen era muy diferente al de su madre, Rosario, Victoria, Joaquina y Dolores. Ellos nunca experimentaron verdaderamente la abrumadora sensación de represión que una vez se sintió en los confines de su país.