
Dondequiera que miraba, veía gris. Cielos grises, caras grises, lamentos grises. Era el verano después de mi tercer año de escuela secundaria, cuando estuve estudiando en Costa Rica. Cuatro meses antes, había tomado la decisión de pasar el verano allí, pero ya me había arrepentido antes de pisar el avión. Extrañaba la comodidad de mi familia y de mis amigos. Extrañaba la forma en la que mi perro me dio un empujón en la mano. Pero, sobre todo, extrañaba las sábanas de mi cama. Cuando estábamos explorando nuestra nueva ciudad, San José, conocí a los otros estudiantes, y todos parecían muy emocionados, con chispas en los ojos. De alguna manera, eso hizo que todo pareciera todavía más gris para mí.
Cuatro meses antes, pensaba que sería feliz explorando el mundo, estudiando español en la Universidad de San José y conociendo a más estudiantes. Pero ahora había algo dentro de mí que me mantenía con la mente cerrada. No era culpa de mis compañeros ni de mi maestro. Todos intentaron ayudarme a sentirme mejor y a abrirme. Pero no importaba lo que dijeran, mi estado de ánimo era inmutable. Estaba deseando volver a casa.
Pero entonces todo cambió. Y lo hizo a la misma vez, como si un interruptor hubiera sido pulsado. Los fines de semana, nuestro grupo viajaba a diferentes ciudades del país. Aquel fin de semana en particular, viajamos a la provincia de Alajuela, a ver el Parque Nacional Volcán Arenal. Cuando llegamos al borde de la selva tropical, mi maestro nos anunció que teníamos que caminar durante varias horas hasta la cima del volcán. “Este va a ser un día largo y agotador”,pensé. Cuando de madrugada miré al volcán en la distancia, vi una niebla a su alrededor que a mí me parecía humo gris.
Caminamos durante horas, a través de la fuerte maleza de la selva tropical, por el terreno rocoso del volcán. Tardéalgunos minutos en recuperar el aliento cuando llegamos a la cima. Cuando finalmente me recuperé, miré hacia arriba y vi algo que nunca había visto antes. La selva parecía extenderse hasta el infinito. Nunca había visto nada con tantos tonos de verde. El sol se reflejaba en los árboles. El cielo estaba lleno de tonos dorados. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue lo que vi en los rostros de mis compañeros. Vi chispas en sus ojos. “¿Dónde estamos?” dije en voz alta sin darme cuenta. “Estamos en la cima del mundo”, dijo mi profesor con una sonrisa en la cara. Por primera vez durante el viaje, me di cuenta de que no veía ningún tono de gris.
La segunda mitad de mi viaje fue muy diferente a la primera. Me sumergí en la cultura, hice amigos entre mis compañeros de clase y obtuve recuerdos que durarán toda la vida. Incluso lloré el día que tuve que despedirme de San José. Antes de caminar por Arenal, nunca hubiera pensado que ese viaje orientaría mi vida por un camino diferente.Gracias a ese viaje descubrí mi pasión por los viajes y estoy estudiando español en Sevilla. Pero, lo que es más importante, gracias a ese viaje no creo que el mundo sea gris.