
Morgan Rojo
Cada jueves, artesanos y vendedores de Sevilla y de sus áreas vecinas se reúnen en la calle Feria para vender una gran variedad de objetos en el mercadillo de “El Jueves”: antigüedades, pinturas, cámaras fotográficas o discos antiguos. Caminar por el mercadillo es casi abrumador: cien vendedores, todos instalados en los mismos 5 bloques. Más adelante en la calle, el Mercado de la calle Feria está lleno de productos frescos y alimentos. Allí todo se mueve más lentamente.
En la antigua zona del pescado, una gran cantidad de camareros te invitan desde detrás los mostradores a sentarte y a probar sus diferentes platos, entre los que hay paella. El pescado que descansaba sobre el hielo todavía parecía vivo. A través del laberinto de alimentos y a través del arcoíris de frutas dispuestas a lo largo de las paredes, aparece una señal que pone “El mejor mango en todo el mundo” lo cual obliga a una parada. El dueño de la tienda, Antonio León, se encoge de hombros cuando se le pregunta por qué son tan buenos sus mangos y dice con una sonrisa: “Tengo mucha experiencia”. Antonio cultiva la mayoría de sus productos en su granja, Santo Domingo, en el Campo Bormujos. Paola, nuestra compañera de clase, ha visto también el letrero y se detiene en el puesto. Prueba una fruta de aspecto sospechoso de la gran selección, pequeña y marrón, con un polvillo blanco alrededor, y, después de mucha contemplación, decide que es un higo seco. Antonio lleva trabajando en el mercado 50 años y ha tenido que observar lentamente cómo cada vez atrae a menos clientes. Nada comparado con el turismo a solo una calle de distancia. Dejamos a Antonio y volvemos al comienzo del mercadillo de El Jueves, camino a casa, Paola toma entonces un bocado de la fruta y confirma que realmente es el mejor mango del mundo entero.
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Paola Mendez Colon
En el laberinto gastronómico, que es el mercado de la calle feria, Antonio León pasa el tiempo dando palmas, detrás del mostrador arcoíris de las frutas y verduras que vienen de su campo en Bormujos y de otras partes de Andalucía. Antonio vive una vida simple, cosechando productos de los que está muy orgulloso en su finca Santo domingo y vendiéndolos en su propio puesto del mercado. Además, ayuda a sus vecinos de Málaga a vender los suyos. Antonio viste ropa formal para atender a sus clientes, una camisa azul clara, pantalones caquis y botas. En el exterior del mercado el tiempo se mueve rápidamente, la gente trasiega ruidosamente, pero todo se detiene y el mundo empieza a moverse lentamente en su interior. Los olores te guían por los pasillos. Al entrar, el olor de los mariscos y los pescados te lleva a una variedad de piezas grandes con sus bocas abiertas. Las especias te atraen en el centro, donde hay una tiendita en la que dos mujeres charlan. Los grandes frascos de especias alineados a lo largo de una pared de metro y medio por metro y medio hacen que sea difícil adivinar qué olor va en un frasco. De pronto el olor de frutas tropicales y mediterráneas se incrementan y te llevan a un surtido inmenso de frutas. El mostrador arcoíris contiene “el mejor mango del mundo”, un mango perfecto para leer un libro en la playa con un sabor jugoso que te mantendrá salivando por más. Un mango hecho no solamente para una persona, sino para que esa persona lo comparta con otros, ya sea amigos o extranjeros. Al quiosco en el que Antonio ha trabajado solo durante 50 años se acerca un hombre que cuidadosamente escoge tres calabacines. La conversación entre los dos hombres pone una sonrisa en el rostro de Antonio, quien no pudiendo contener su emoción, murmura la letra de un himno.
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Leo Trinh
La pequeña entrada da acceso a un nuevo mundo. Colores por todos lados, desde las flores violetas que se mecen en el aire o los pescados negros contra el hielo blanco, hasta la sombra proyectada en el techo de este espacio. En cada puesto hay productos desde el suelo hasta el techo. Es como un juego encontrar al vendedor, escondido entre tantas cosas. Hay mariscos y pescados cuyos ojos parecen mirarte, carne, especias, frutas, verduras, dulces, embutidos, legumbres y vinos de todas las regiones de España.
Después de unos pocos pasos, el olor del pescado se apaga y las perfectas hileras de frutas llaman nuestra atención. Nos acercamos, y entre los pequeños letreros que se pueden leer hay uno que dice: “mango el mejor del mundo.” Tras ese letrero, encontramos una cara simpática con muchos años de experiencia. Antonio León, tiene más de cincuenta años, viste una camisa abotonada y su cabello es gris.
– ¿Por qué son los mejores?
–Porque yo lo sé. Son míos.
Aunque su voz es baja, tiene una confianza férrea en sus productos. Le preguntamos sobre las otras frutas, por ejemplo, si hay algo de Madrid. “Ven aquí”, dice según le da un fruta oscura y arruga a otra clienta.
–¡Mmm!
Es un higo seco.
Antonio siempre ha trabajado solo, y ha visto cambios había en el mercado todos los años.
Antes de que le damos el dinero por los mangos que hemos comprado, se entretiene aplaudiendo y tarareando una melodía. Cerca del mercado, tiene un campo que se llama Santa Domingo, y de ahí provienen muchas de las frutas que vende en el mercado.
Un cliente se acerca para comprar algunos plátanos, y Antonio se muestra rápido ayudándolo. Todo parece natural, no hay dudas en su movimientos dentro de su pequeña pero cómoda tienda.
Es la una de la tarde, el ritmo del mercado empieza a ser más lento y sus sonidos decrecen; algunas puertas de metal cierran y se escucha el suave arrastrar de los pies de los vendedores volviendo a casa.