Un pueblo emergente de mujeres cultas

Miembros de FAKALI durante la manifestación en Sevilla por el Dia Internacional de las Mujeres, 8 de marzo de 2018. Arriba, en el centro, Sandra Heredia Fernández / ANTONIO PÉREZ

UNA NIÑA DE CABELLO CASTAÑO LISO mira a la cámara y declara, “Voy a ser la doctora Samara Hernández”. Sonríe y se le marcan unas arruguitas en los ojos, “Los niños me encantan. Mi madre tiene 11 hermanas y todas tienen dos, tres o cuatro hijos. Y les tengo que curar yo”. Al principio, este vídeo parece corriente; sólo es otra chica que sueña con ser doctora. No obstante, en España ella no cumple con la definición arquetípica de “normal” porque pertenece al pueblo gitano. El testimonio de Samara es uno entre los muchos de niños gitanos que mostraba una campaña de la Fundación Secretariado Gitano (FSG) para ayudar a jóvenes del pueblo gitano a tener éxito en el sistema educativo obligatorio de España.

A finales del siglo XV, el pueblo gitano llegó a España y a lo largo del tiempo ha sobrevivido a la Inquisición Española, la Europa fascista y la dictadura de Francisco Franco, pero los gitanos han sido marginados continuamente por la sociedad y oprimidos por la mayoría. Como resultado de la persistente discriminación y desventaja del pasado, hoy en día el pueblo gitano sufre una baja tasa de escolarización. No fue hasta 1978 que la última ley de antigitanismo se eliminó de la Constitución Española. Más tarde, en 1990, el Gobierno nacional estableció la Ley General de Educación, haciendo obligatoria la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) para todos los ciudadanos. En otras palabras, todos los niños tienen que permanecer escolarizados hasta los 16 años; los niños del pueblo gitano tienen una alta tasa de abandono escolar. Sólo el 24% de estos niños sigue estudiando después de Primaria en contraste con el 64% del resto de la población española, aunque técnicamente están obligados por ley. Sólo uno de cada 100 gitanos es universitario (según cifras de 2016) y, de ese afortunado 1%, el 80% son mujeres gitanas. A pesar de esto, hay un mayor porcentaje de niñas que de niños gitanos que abandonan los estudios. Entonces, ¿qué es lo que hace a los gitanos tan diferentes del resto de la población? ¿Por qué hay tal disparidad de género a la hora de llegar a la enseñanza superior? Hay muchas variables.

Niños y niñas jugando / ANTONIO PEREZ

Hace un día de sol, y Julia Casanovas Salas reflexiona sobre sus 12 años de experiencia en la enseñanza y en su labor como vicedirectora del Instituto de Educación Secundaria Ramón Carande en el barrio del Polígono Sur de Sevilla. Muchos de sus estudiantes llegan al centro como parte de un programa correctivo (también llamado “aulas puentes”) para mejorar sus habilidades lingüísticas hasta alcanzar el nivel estándar del grupo. Pero un gran número pasa por el centro sin obtener verdaderamente los conocimientos. “Muchos estudiantes gitanos tienen una actitud negativa ante la educación porque ellos sólo la ven en términos de obligatoriedad. Algunos son muy atrevidos y desafiantes. Te hablan con una prepotencia…” Sus progenitores probablemente son analfabetos. Algunos padres están incluso en la cárcel y algunas madres pueden tener adiciones. Muchos de ellos no tienen ninguna figura de autoridad, salvo la de los Asuntos Sociales”, comenta Julia, “no vienen con un interés especial por aprender porque para ellos la vida de adulto empieza muy pronto, sobre los 14 o 15 años ya se emparejan. Las niñas sobre todo. Así que no tienen la necesidad de estudiar o de progresar”. La sociedad del pueblo gitano es increíblemente patriarcal, con unos roles de género muy tradicionales, según los cuales la mujer debe casarse con un gitano, tener hijos, y cuidar la casa. Tampoco creen en relaciones sexuales prematrimoniales ni en la anticoncepción.

Estos valores conservadores los recoge Ana Vargas, una gitana de 65 años, que creció en el barrio de Las Tres Mil Viviendas. Desde los nueve años, trabajaba en el campo con su madre además de ayudar a criar a sus ocho hermanos. Cuando se casó a los 23—una edad muy tardía para el matrimonio desde la perspectiva del pueblo gitano—, se quedó en casa y crio a sus hijos. Sin embargo, Ana considera su vida mejor que la de su madre, que nunca tenía tiempo para descansar; ella tiene la fortuna de no tener que volver a trabajar. No obstante, Ana no ha recibido una educación y hasta el día de hoy la única palabra que sabe escribir es su propio nombre “para poder firmar el documento del matrimonio”. Julia apunta que las mujeres gitanas a veces pueden ser también “machistas” porque no sólo defienden este modelo, esta cultura, y no lo critican, sino que lo fomentan en sus hijos.

Sin embargo, Julia reconoce que había algunos estudiantes muy motivados con el aprendizaje que no perpetuaban estos estereotipos. Habla de una estudiante a la que denomina “una superviviente”, que logró su título de ESO, dejó a su familia y ahora está ganando su propio dinero con su trabajo en Madrid. Prácticamente se crio sola porque su padre era un alcohólico que maltrataba a su madre, y su madre tampoco se preocupaba de ella. La exeducadora cree que “las mujeres gitanas empiezan a ser conscientes ahora de que la educación les da libertad y les permite ser ellas mismas… no siempre tan sometidas”.

Sandra Heredia Fernández es otra gitana culta que está terminando sus posdoctorados en Ciencias Políticas, Estudios de Género y Sociología, mientras trabaja a tiempo completo en la Federación de Asociaciones de Mujeres Gitanas (FAKALI). A diferencia de la mayoría de las familias gitanas, Sandra tuvo la suerte de tener un padre que fomentó su educación y la animó a seguir estudiando. Ella representa la próxima generación de fuertes mujeres gitanas universitarias que apoyan la lucha de su pueblo para reivindicar su identidad. “Nuestra lucha no es la misma que la de los catalanes, nunca hemos luchado por un territorio o para establecer nuestro propio Estado, sino que hemos luchado para obtener los mismos derechos que los demás”.