
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
En el aula del colegio San José Obrero de Sevilla esperan 31 tazones de cereal, todo en línea sobre la mesa con una cuchara y una servilleta al lado de cada una. Un hombre, el que preparó el desayuno y puso la mesa, espera también a que los niños lleguen a las 8:30, como cada mañana. El hombre es Dúber Cadena, un voluntario de la Fundación Gota de Leche, la organización que provee desayunos para un grupo de estudiantes pobres de España, además de niños inmigrantes de países como Marruecos, Bolivia y Ecuador. Dúber no sólo comparte sus mañanas con estos estudiantes. Él comparte algo más, algo aún más revelador de su fuerza que despertarse a las 7:00 cada mañana para ir a la escuela. Dúber es un inmigrante en España. Dejó Colombia para estar con su mujer, buscar trabajo y sobre todo, encontrar seguridad lejos de un país que no sirve a su gente como se merece.
Dúber se trasladó a Sevilla cuando tenía 32 años con su esposa, Ana Chavarro, a quien conoció mientras trabajaba como ayudante de un electricista en la ciudad de Ibagué, Colombia. Ellos alquilaban el mismo piso en la ciudad, con Dúber en una habitación y Ana en la otra. Eran vecinos. La pareja se casó en 2008, el mismo año en que Ana vino a España por primera vez. Ana tuvo la oportunidad de ir a España por su trabajo como niñera de los hijos de una familia rica de Colombia. La señora de esta familia quería trasladar a su familia a España, y ella le prometió a Ana que la traería también. Debido a la política de inmigración de España por reagrupación familiar, que permite a un cónyuge llevar al otro a España si tiene todos los documentos necesarios, Dúber pudo reunirse con su mujer en España en 2010. Sin embargo, había otras razones para la emigración del marido desde Colombia aparte del amor.
Dúber creció en el pueblecito de Villarrica, situado en el departamento de Tolima, unos 170 kilómetros al sur de Bogotá. Con una población de sólo 5.500 personas, es un pueblo acogedor, donde “todo el mundo se conoce”, dice Dúber. Él vivía allí con su madre, Luz Flórez, y sus dos hermanas menores, Diana y Yamile. Sus abuelos maternos tenían una finca en Villarrica donde su madre trabajaba durante su infancia, y donde un poco más tarde Dúber trabajaría también. Aunque su infancia fue normal para un niño del pueblo, no le faltaron preocupaciones. Cuando era muy pequeño, su padre dejó la casa y se fue a vivir con otra mujer en el mismo pueblo. Tuvo dos hijas más con ella y vivía una vida separada, sin mucho contacto con sus otros hijos. Pero cuando Dúber tenía sólo 7 años, su padre sufrió un golpe en la frente durante una pelea en un bar. Sin atención médica en el campo, su herida empeoró y murió.
Por eso, Dúber necesitó empezar a trabajar muy joven; era responsable de las tareas de la casa y de preparar la comida para toda la familia cuando sólo tenía 8 años. Tenía que ser no sólo el hombre de la casa, sino también el cuidador de sus hermanas mientras su madre trabajaba todos los días en la finca. Él habla de esa época muy lentamente, diciendo: “Era difícil. Un tiempo difícil. Pero…, fue muy bonito porque siempre estuvimos los tres, mis hermanas y yo, y mi madre también. Algunas veces había tiempo libre, los cuatro en casa, muy poco, sí, pero fue un tiempo muy bonito”.

Después de terminar su bachillerato, Dúber encontró una situación muy común con los jóvenes colombianos que crecen pobres: la obligación de inscribirse en el ejército. El Ejército Nacional de Colombia requiere que todos los hombres obtengan un documento oficial de Colombia llamado la libreta militar. Este documento es necesario para cada hombre para obtener el pasaporte, graduarse en la universidad, comprar una propiedad o tener un contrato legal de trabajo. La única manera de recibir este documento, según la página oficial del ejército, es servir durante un año después del colegio. Sin embargo, para la gente con dinero hay otras opciones. Si un hombre puede asistir a la universidad o puede pagar directamente por la libreta militar, no necesita servir. En el caso de Dúber, no tenía ninguna de estas opciones; su madre era pobre y Dúber no tenía la oportunidad asistir a una universidad. Él sirvió en el ejército durante un año haciendo retenes en diferentes partes cerca del batallón, aunque sólo los soldados voluntarios tenían que ir al combate.
En lugar de una educación en la universidad, Dúber asistía a una institución gratis del estado llamada Servicio Nacional de Aprendizaje, o SENA. El establecimiento público tiene programas en áreas técnicas y tecnológicas, y Dúber estudió aquí para ser mecánico. Un requisito de su programa es que los estudiantes necesitan encontrar un patrocinio, una empresa en la que puedan trabajar para terminar sus licenciaturas. Desafortunadamente, ninguna empresa patrocinó a Dúber. Había demasiados estudiantes, había desempleo por todo el mundo, o tal vez había otras razones que Dúber no podía ver. En cualquier caso, no se pudo graduar y tuvo que trabajar en la finca de sus abuelos en Villarrica hasta que encontró otro trabajo.
Uno o dos años después, Dúber se trasladó a la ciudad de Ibagué, a 135 kilómetros de su pueblo, para trabajar como ayudante de un electricista. Aquí su vida diaria era un poco monótona, llena de trabajo duro y falta de sueño, pero al mismo tiempo impredecible. Cada mañana Dúber se despertaba a las 6:00, se duchaba y llegaba al trabajo a las 7:00. Trabajando como electricista para empresas del estado y de transporte público, nunca sabía cuándo podría salir del trabajo cada día. Si había trabajo que hacer por la noche, tenía que quedarse también de noche. A veces, Dúber tenía que trabajar “casi todo el día. Desde las 7:00 de la mañana hasta las 12:00 de la noche. Los fines de semana, también”. Era un trabajo casi interminable pero le pagaban a Dúber el sueldo mínimo, muy poco. Casi no valía la pena su agotamiento. En 2009, el año antes de que Dúber viajara a Sevilla, el sueldo mínimo en Colombia fue de sólo 469,900 pesos colombianos, igual a 141,31 euros o 172.40 dólares al mes. Apenas tenía suficiente dinero para la comida y el alquiler, y mucho menos para disfrutar de una cena en un restaurante o un viaje de fin de semana para relajarse. Y además, no tenía tiempo para hacerlo tampoco. Dúber no quería esta calidad de vida con su novia, y luego esposa, Ana. Necesitaba salir, aunque eso significara dejar a su madre, a sus hermanas, a sus abuelos y su pueblo en Colombia. Significaba dejar todo.
De esta manera, su viaje físico a España no fue tan difícil como su ajuste emocional a estar tan lejos de su familia. Ya en España, Ana le mandó a Dúber el dinero para su vuelo y pasaporte con los documentos necesarios para venir. Con sus propios documentos, fue a la Embajada de España en Bogotá, donde pocas personas deciden el futuro de miles de colombianos. “Eran filas interminables”, recuerda Dúber. Vio a mucha gente a la que la Embajada le denegó el visado. Sin embargo, a él se lo aprobaron. Después de un vuelo de Bogotá a Barajas, Madrid, donde Ana fue a reunirse con él, y un viaje en autobús de 6 horas, Dúber llegó a su nueva vida en Sevilla.
Una vida nueva, sí, con una localización nueva y con su mujer, pero no había tiempo para descansar; Dúber necesitaba seguir trabajando. Por la crisis de desempleo en España, que comenzó en 2008, Dúber no podía encontrar trabajo inmediatamente cuando llegó. Ana ya trabajaba limpiando un centro de estudiantes estadounidenses llamado CIEE, un palacio con tres plantas. Cuando su compañera de trabajo en CIEE enfermó, Ana tuvo que limpiar todo el palacio, además de otra casa con tres pisos cercana en la calle Almirante Hoyos. Ana necesitaba ayuda, y Dúber empezó limpiando, cuidando las macetas y arreglando todos los desperfectos que veía. Después de trabajar sólo por horas durante dos meses, comenzó un contrato con CIEE y desde hace 8 años trabaja allí por las tardes.
Su trabajo en CIEE con Ana no es, sin embargo, su única obligación. Con su bicicleta en el rincón del aula, Dúber vierte la leche en los tazones de los estudiantes del colegio San José Obrero. Una confiscación de las tarjetas de Pokemon y un “Lava tus manos, Manuel” revelan el cariño que tiene Dúber con estos estudiantes, la verdadera razón por la que aprovecha su tiempo cada mañana para ser voluntario en la escuela. Cuando los estudiantes van a clase a las 9:00, Dúber monta en su bici para ir a su segundo trabajo del día. Trabaja como ayudante de construcción en una casa en Triana, el barrio de Sevilla en la otra orilla del río Guadalquivir. Aquí está Dúber hasta las 4:00 de la tarde, cuando atraviesa otra vez el puente para llegar a CIEE en el centro de Sevilla, cerca de la plaza de la Alfalfa. Trabaja en CIEE limpiando y arreglando cosas hasta las 9:00 de la noche, cuando finalmente regresa a casa con Ana. Y el siguiente día, hace lo mismo. Con una risa refrenada, dice: “Mi vida es muy larga y tiene muchos trabajos”. Es indudable.
En comparación con España, él identifica Colombia como su patria, pero en general, la situación de su país es peor por la inseguridad, el vandalismo y el desempleo. Añade que su presidente tiene respeto mundial “por razones malas”. Dúber se hace eco de la opinión de la mitad de los colombianos. El presidente Juan Manuel Santos ganó el Premio Nobel de la Paz en 2016 por hacer un pacto con las FARC, un grupo guerrillero terrorista activo desde 1964 hasta el acuerdo de hace dos años. Por eso, algunas personas apoyan el presidente, pero Dúber y muchos otros colombianos dicen que Santos pinta una imagen de paz con este grupo que ha hecho cosas horribles, a veces matando pueblos enteros a la vez. Según Dúber, las personas de las FARC, como el líder Timochenko, no deben ser tratados como celebridades y figuras políticas, sino que deben ser castigados por todas las vidas que arruinaron. Por eso, dice Dúber que Santos no es un buen presidente para los colombianos, aunque puede parecer cierto en los medios de comunicación. Pero hay una razón para eso también, añade el trabajador. La familia de Santos es la propietaria de muchos canales de televisión, que no muestran los hechos y opiniones de los colombianos críticos con la presidencia de Santos. “Es el maquillaje de las noticias”, opina.
Aunque Dúber todavía trabaja mucho en Sevilla, su vida aquí es mucho mejor que al principio; trabaja menos horas y percibe un sueldo mayor que el que tenía en Ibagué. Tiene su esposa y amigos colombianos que ha conocido durante su tiempo aquí, a través de la fiesta en el Día de la Independencia de Colombia cada año el 20 de julio, o tal vez a través de la emisora de radio Mundo Latina, donde muchos colombianos van para pedir ayuda para encontrar trabajo o un abogado para obtener papeles. Lo que más echa de menos de su país es su familia, a la que ha podido visitar en Colombia sólo dos veces en total durante sus 8 años en España: una vez en 2014, cuatro años después de su llegada, y otra vez este otoño pasado en 2017.
Claro que a Dúber le encantaría llevar a su madre a España a visitarlo, pero ahora su esperanza principal es seguir trabajando en Sevilla, al menos durante los próximos 5 o 6 años. Al pensar en sus esperanzas en términos más amplios, Dúber reflexiona sobre las vidas de muchos colombianos. En Colombia, muchas personas trabajan como Dúber lo hizo, todo el día todos los días, y nunca pueden descansar incluso cuando son viejos, sin pensión y seguridad económica. “Tú tienes que trabajar hasta el día que te mueres”. Con una vida llena de trabajo, podría ser difícil mirar más allá de la próxima preparación del desayuno, el próximo desplazamiento en bici a Triana, la próxima tarde en CIEE. Pero no todo es para nada. Él quiere seguir trabajando en España para sentirse algún día seguro y cómodo en su propio país, que es “la meta de todos los inmigrantes”, dice Dúber. “La idea es regresar”.
