El fantasma y la reina

Es un día de tantos en el Centro Médico Nacional para Niños en Washington, D.C. Los pasillos tienen un aspecto oscuro y espeluznante; los pitidos y silbatos de los equipos médicos suenan alrededor del edificio.

Cerca de las cinco o las seis de la mañana, los enfermeros cambian del turno nocturno al equipo de día. Un poco mas tarde, cerca de las siete u ocho, uno de los pacientes se despierta. Está tumbando en la cama con alambres y agujas adheridos a su cuerpo. Se le ve débil. Ha perdido la mayoría del pelo y su cuerpo se parece más al de un prisionero de guerra o un fantasma, que al de un niño de ocho años.

Esta imagen es la de mi hermano menor, Will. Hace diez años, estaba inmerso en un pelea por su vida. Sufría de osteosarcoma, o cáncer de huesos, en su pierna izquierda.

Los días son más o menos iguales en el hospital. Primero, un enfermero despierta a Will, y al padre o madre que haya pasado la noche en la silla junto a su cama, para darle su medicina de la mañana. El resto del día lo pasa con visitas de otros enfermeros o médicos que ponen a mis padres y a Will al día sobre su estado. La noche concluye con más medicinas, con Will gritando de dolor, y con más enfermeras entrando a la habitación durante toda la noche.

Pero hoy es un día especial. Dentro de algunos días, el hospital celebrará eventos especiales para los paciencias de cáncer. Hoy es uno de estos días.  Como un esqueleto enfermizo, Will, mi madre y una de sus enfermeras, se dirigen al ascensor y van al vestíbulo. Una vez allí, Will, con algunos otros paciencias, trabajan en un proyecto de arte. Al poco, la visita que todos esperaban llega. No es un deportista o una artista como suele ser normal. Frente a ellos aparece no otra que la mismísima Isabel II, reina de Inglaterra.

Con una diadema de diamantes y un vestido elegante, la reina conversa con todos los paciencias que se encuentran en el vestíbulo, incluyendo a Will. Primero, se presenta a los niños y habla con ellos sobre sus proyectos de arte.

Después de alrededor de una hora con los niños, la reina se despide para acudir a sus otros compromisos del día. En ese momento un periodista de televisión le pregunta a nuestra madre si puede obtener una cita de Will. Ella responde que sí y él se sienta a hablar con Will. Pero la conversación no dura mucho.

Hoy Will no tiene paciencia para comer, menos aún para una entrevista. Con la cámara rodando, el periodista solo puede conseguir una palabra de respuesta por parte de Will.

—¿Que tenía que decir la reina?

— No mucho, responde Will fiel a sí mismo, con tanta irreverencia como desinterés.