La tradición se jubila

/ ALEXANDER HAGER
Emeterio Serrano y su cápsula del tiempo van a servir su última caña

El acogedor interior de Casa Eme es un hervidero de energía tan potente como el olor a ajo que flota en el aire. Los clientes se arremolinan alrededor de la barra, charlando y riendo mientras la cerveza Cruzcampo fluye del tirador. El clamor solo queda roto cuando una voz profunda canta que un pedido está preparado. “¡Pedido para la mesa cuatro! ¡Mesa número cuatro!” La “o” final de la palabra “cuatro” se prolonga, mientras la voz encuentra la nota perfecta. Es como si Dios estuviera anunciando la llegada de gambas al ajillo y montaditos de bacalao.

Pero la voz no pertenece a Dios, sino a Emeterio, el cajero, camarero, jefe de cocina y dueño del establecimiento. Lleva casi 30 años detrás de la barra y, aunque ha trabajado solo todo el tiempo, su leyenda ha trascendido las paredes de azulejos del diminuto bar de la calle Puerta del Osario, número 3.

“¿Y cómo están los chicos?”, le pregunta Emeterio a una clienta habitual, mientras le devuelve el cambio. La mujer sonríe y pone a Eme al día sobre sus hijos… que están creciendo, cómo les va en el colegio, igual que lo haría si estuviera con un primo en una reunión familiar. Aunque parezca genuinamente afable, su propensión a la conversación es parte del plan de negocios de la hostelería.

“Aquí, la carita hay que tenerla siempre bien. Porque tú te vas a otros sitios y tienen los camareros una cara avinagrá que no veas. Al público hay que atenderlo siempre bien. Los problemas se tienen que quedar en tu casa”.

Emeterio Serrano con dos de sus clientes / ALEXANDER HAGER

A pesar de estar siempre ocupado, Eme encuentra tiempo para charlar con todo el que pasa por la puerta de su bar. Es un flujo constante de turistas que vienen a tomar su primera “tortilla al güisqui” y habituales que podrían llevar viniendo desde el día de la apertura.

Los distintos idiomas y paladares novatos que traen los visitantes a Casa Eme son absorbidos por el ambiente de Sevilla que impregna el bar gracias a Eme, sevillano hasta la médula, cuyo amor por las tradiciones de su ciudad es un rasgo distintivo de su empresa. “Yo soy muy cofrade. Y siempre me han gustado mucho los santos”.

La variedad de representaciones de cristos y vírgenes que contemplan a los clientes desde las paredes del bar podrían estar de acuerdo. Docenas de imágenes religiosas, pintadas a mano sobre los azulejos compiten por el espacio con las viejas fotos de Eme y de visitantes famosos. La estatuilla de un nazareno observa a través de su antifaz, vigilando sobre unas botellas de vino tinto en el rincón.

Detalle de la decoración de Casa Eme / ALEXANDER HAGER

Y no hay mejor banda sonora para un lugar así que la música favorita de Eme: los majestuosos sones de las marchas de Semana Santa llenan el bar algunas días; otros, es el animado rasgueo de la guitarra flamenca el que tiene su turno en el reproductor de CD.

La receta del éxito de Eme es simple. Su bar se define por su personalidad. Y tan importante como es la decoración del bar, lo es el orgullo del dueño por la calidad. “Doy calidad. No es como todos los bares que montan hoy, que son todos iguales. Yo pongo un solomillo al güisqui que no lo pone nadie. Pongo poco, cuatro o cinco tapas buenas, no me hace falta más”.

Para ser un hombre que dice que sólo intenta ganarse la vida, lo cierto es que Emeterio ha encontrado un éxito considerable. El bar se ha consolidado como una referencia en el barrio, aunque también atrae a clientes de todas partes de la ciudad y de todas partes del mundo. Ha cobrado vida propia en internet, con críticas y anécdotas que pintan el bar tanto como una visita cultural como un sitio para tomar tapas.

Sin embargo, si le preguntas a Eme, no estamos ante el resultado de un esfuerzo estratégico de marketing, sólo es una coincidencia. “Si pones en Google ‘Bar Casa Eme’, de todo lo que sale allí, yo no he puesto nada. Todo lo pone la gente”.

Casa Eme es tan exitoso como siempre lo fue. Está lleno de clientes, y las reseñas en Internet hablan maravillas sobre la comida, el ambiente y el propio Eme. Pero, dentro de cinco meses, va a cerrar sus puertas para siempre. Eme tiene planes de jubilarse, y su bar va a desaparecer con él. “Yo vendo la casa entera. Tengo pensamiento en este momento de venderlo, porque mis niños no quieren un bar”. Va a cumplir 65 años pronto, y dice que es momento de pasar a su próximo capítulo. Después de una larga carrera tras la barra, Emeterio ha decidido que quiere terminar con éxito, aunque se hace eco de las preocupaciones de sus clientes, que temen que la ciudad pueda perder algo. Claro que hay otros bares, pero las multitudes dicen mucho. Sea lo que sea, ese toque mágico, hace que otros bares no tengan la misma atracción que Casa Eme.

“La gente no quiere que me jubile. Cuando me dicen que qué pena que me vaya a jubilar, por algo será”. En una ciudad con bares por todas partes, ¿por qué es Casa Eme tan popular?

La cocina consta de una sola sartén. El interior del restaurante no es mucho más grande que una habitación dormitorio. Pero algo hace que la gente vuelva. Quizás es el rico “solomillo al güisqui”, quizás es la ubicación cerca del casco antiguo de Sevilla. Pero lo más probable es que se trate del magnético hombre que hay tras la barra.

“El bar es tuyo. Cuando se acabe, se acabó. Esto ya no lo hace más gente. Estos son los bares tradicionales de Sevilla y van quedando ya muy pocos”, explica Eme con resignación. “La ciudad pierde, porque pierde el salero de Sevilla, pierde los ‘locarcitos’ estos familiares, que no son McDonald’s ni Burger King ni multinacionales ni franquicias”.

Vista exterior de Casa Eme / ALEXANDER HAGER

A muchos bares de la ciudad les falta carácter personal, otros tratan de inventar, replicar o comercializar la tradición y la autenticidad que hacen sobresalir a Casa Eme. Algunos otros experimentan con la creatividad, emparejan una “caña” sencilla con platos complicados e imaginativos, tratando de crear algo nuevo y llamativo. El rincón de Eme en Sevilla llama a la gente como resultado de lo opuesto. Su autenticidad no está inventada. El negocio ha sido fiel a sí mismo desde que abrió en 1991.

Las fotos de imágenes de Semana Santa enmarcadas en madera que cuelgan de las paredes, la lista de sólo 12 tapas, la música tradicional sevillana que emite un viejo reproductor de CD en el rincón y, especialmente, el hombre sonriente del chaleco que sirve las bebidas, representan algo que no puede ser replicado. En esta cápsula del tiempo de 15 metros cuadrados, Eme sirve algo más que cerveza, sirve tradición, por sólo 1,50€ la caña.