Lo que tenga que pasar, pasará

Patricia Rodríguez tending her ice-cream and pastry store La Helameda / MADISON CAMERON

Después de ocho años de aguda crisis económica en España y con todo en su contra, muchas madres deben encontrar alternativas de empleo. Patricia Rodríguez es una de ellas. Divorciada y con dos hijos, lleva su propio negocio mientras cría a sus hijos.

“Llevo mi vida como puedo, lo mejor que puedo”. Patricia se ríe pero es la risa cansada de una mujer acostumbrada a lidiar a diario con los obstáculos y el agotamiento. “Trabajo siempre, así que tengo que organizarme muy bien. Limpio la casa cuando puedo, cocino cuando puedo”. Como la mayoría de las madres trabajadoras ‒si no todas‒, tener más horas en el día sería un regalo del cielo, pero ella tiene que hacer lo que puede con lo que tiene.

Como la mayoría de las mañanas, Alfonsito, su hijo de siete años, pasa en una dirección, Valle, su hija de 14, en otra, y Lily, la gata, se zambulle en la caja del pan con el que Patricia tiene que hacer más de 100 bocadillos para La Helameda, la heladería y pastelería que le gusta saber que es suya, situada en la Alameda de Hércules, la enorme plaza al norte del centro de Sevilla donde este fin de semana se celebra el festival de música indie Monkey Week, que atraerá a miles de personas. Esta mañana en su casa, como todas las mañanas, va a ser caótica. No sólo tiene que lidiar con dos hijos, sino también con su tienda, una complicada relación con su exmarido y la tumultuosa situación ahora-sí-ahora-no que vive con su pareja/novio, y todo antes del desayuno. Esto bastaría para hacer estallar a cualquiera, pero no a Patricia, que está acostumbrada a hacer malabarismos.

Con un suspiro, un “Dios mío” y una sonrisa cansada, recoge sus cosas del trabajo. Según se inclina para poner en orden sus libros sobre zen, fotografía y diseño gráfico apilándolos sobre la mesita del salón, el pelo se le aparta del cuello dejando ver un descolorido tatuaje con forma de espiral en la nuca.

“Estoy muy cansada, siempre estoy muy cansada”, dice. Su cara parece exhausta, pero el destello siempre presente en sus ojos refleja un alma joven. Sobre una estantería de la sala de estar, detrás de unas velas y unas varitas de incienso, asoma un retrato de Patricia con 20 años, con la misma sonrisa resplandeciente que lleva puesta esta mañana.

Sale de la sala, entra en la cocina y se pone a recoger los platos de la noche anterior. Abre el refrigerador, coge la leche y cierra la puerta con un golpe de cadera. Un post-it muy desgastado en la puerta del refrigerador le recuerda, “¡Mama, te quiero!”. Y en la pared, sobre su cabeza, una pizarra con una cita de Mark Twain escrita a mano: “Si siempre dices la verdad, no tienes que recordar nada”.

Como un torbellino, se da la vuelta para abrazar a Valle, coge su taza de café y le da un beso a Alfonsito, con el que sale de casa. Aunque al piso no le falta luz, siempre parece más oscuro sin ella.

Baja por una calle de adoquines flanqueada por columnas multicolores y recorre las pocas calles que separan su piso de la Alameda de Hércules y su pequeña heladería. Sus tres paredes están forradas con dibujos de unicornios y conos de helado, formando un collage de arte pop que ella misma ha diseñado. La radio de la esquina está sintonizada en una cadena de rock americano de los años 80 que pone canciones que Patricia parece saberse al dedillo.

Patricia with her son Alfonso / MADISON CAMERON
Patricia con su hijo Alfonso / MADISON CAMERON

Ser propietario de La Helameda no era el plan inicial de Patricia, pero después de un año buscando trabajo sin éxito, decidió que abrir su propio negocio era la única opción. Mientras aún estaba casada, trabajaba porque quería, no porque tuviera que hacerlo. Después de su divorcio, dada la falta de empleo en una economía con una tasa de desempleo de más del 25% en Sevilla, Patricia se unió a la masa de empresarios emprendedores de la ciudad.

“En realidad, no tiene muchas ventajas”, explica. “Tienes que pagar muchísimos impuestos. Lo peor de todo es que, si tienes que cerrar, no tienes derecho a subsidio por desempleo, indemnización, ni ayuda familiar siquiera, a pesar de estar cotizando en la Seguridad Social. La única ventaja es que tú eres tu propio jefe, tú tomas tus propias decisiones. Ser independiente es lo mejor. Si te equivocas, tienes que asumir las consecuencias. Pero no hay ayudas de ningún tipo. La cuota de trabajador autónomo más baja que hay es de 256 euros al mes, vendas o no vendas”.

Esta vida de incertidumbre es algo nuevo para Patricia, que se vio obligada a echar mano de sus ahorros. “Mi vida dio un giro absoluto cuando me divorcié”, explica. Tener tiempo de sobra para estar con sus hijos, un alto nivel económico y una asistenta que se ocupaba de la casa todos los días, todo eso es sólo un recuerdo para ella. “Yo había cotizado como autónoma durante cinco años, pero no recibí ninguna prestación al divorciarme, ni la ayuda familiar, aunque expliqué que era divorciada y no recibía pensión alimenticia”, se queja.

Como en los cerca de 100.000 casos de divorcio que ha habido en España durante el año 2015, Patricia se une a la multitud de mujeres que necesita adaptarse a la vida de soltera en mitad de una persistente crisis económica. Mabel Rosado Fernández, amiga íntima de Patricia y cliente habitual de La Helameda, está criando a su hijo sola. Aporta su opinión mientras entrevistamos a su amiga: “Una mujer con hijos es una madre con equipaje, aunque muchas de estas madres tienen más formación académica y profesional que muchos tíos”, explica Mabel. Tanto ella como Patricia pueden recordar fácilmente situaciones en las que han sentido que un trabajo se adjudicaba a un solicitante masculino a pesar de estar menos cualificado o haber respondido peor en una entrevista. “En la sociedad no importa que seas una madre soltera pero en los negocios, sí”. Lamentablemente, esta discriminación afecta a la mayoría de las madres trabajadoras de España. Según se indica en el informe Familia, Mujer e Igualdad de Trato publicado en 2008 por la Fundación Acción Familiar, el 85% de las madres trabajadoras de España afirma que el miedo a la discriminación es un factor primordial en su decisión de no tener más hijos. Más aún, las mujeres que tratan de reincorporarse a la vida laboral después de la maternidad a menudo se enfrentan a lo que se denomina “pena de empleo”, que se refiere a la escasez de ofertas de trabajo suficientes debido a los compromisos de tiempo, o compromisos de tiempo percibido, que deben adoptar con sus familias.

Patricia ahora comparte la custodia de sus hijos con Alfonso, su exmarido, y puede estar con sus hijos 15 días al mes. “Ellos tienen dos vidas: con su padre son ricos; conmigo, pobres. Sin embargo, tanto Valle como Alfonso se adaptan a todo, son comprensivos, son cariñosos, no exigen. Yo eso lo agradezco mucho”, explica Patricia. A pesar de la gran diferencia económica entre ambos hogares, Patricia y Alfonso mantienen un estilo de crianza constante y estable para los niños”. Ellos ven que los dos somos buenos trabajadores, que los dos cocinamos, que los dos cuidamos de ellos y todo de la misma manera”. Esto, en su opinión, propicia que sus hijos actúen con más responsabilidad. “Son quizás menos caprichosos que otros niños, no exigen, no protestan”.

Sin embargo, a Patricia todavía le falta tiempo. Simplemente hablar con sus hijos, preguntarles cómo les ha ido el día en el colegio, acurrucarse en el sofá a ver una película y, como ella dice, “hacer las cosas normales que hacen las madres de familia en su casa” son ahora lujos para ella. “Cuando llego a casa, es hora de que se acuesten”, añade, negando levemente con la cabeza y bajando la mirada hacia el mostrador. “Los hijos deben pasar tiempo con su madre, poder dar un paseo por el parque si es lo que les apetece. Eso yo no lo puedo hacer con ellos”.

Parece que el destino se volviera en su contra, pero Patricia logra de alguna manera hacer malabares con todo lo que la vida le lanza. “Si sientes la necesidad de llorar, llora”, dice. “Si necesitas dormir, duerme Si necesitas gritar, grita. Lo que tenga que pasar, pasará”, añade con una sonrisa y un suspiro. “Sólo tienes que disfrutar cada momento mientras pasa”.