Aprender sueco con ocho años

La televisión estaba rota. Éramos muchos los niños que en esa sala no podíamos ver Los Simpsons. Pero ahí estaba mi madre, que por aquel entonces arreglaba todo lo que se proponía. Ahora lo sigue haciendo, pero ya no soy una niña. Yo no paraba de repetir la frase de “mi mamá lo arregla todo, todo, todo”, versionándola a mi manera. Llegó un día en el que tanto era el tiempo que pasaba en esa sala, que decidió hacerlo. Por fin todos los niños podíamos ver nuestra serie de animación favorita después de la comida. El hospital ya no volvió a ser lo mismo.

Me habían ingresado con tan solo ocho años, tenía unos pensamientos tan inocentes que ni siquiera sabía lo que pasaba. Unos días antes, éramos una familia feliz que cogía el coche para pasar un día en el pueblo, o a saberse dónde, porque sinceramente no lo recuerdo. Fue todo muy rápido. Un mareo seguido de mal cuerpo hasta llegar a la patología más extraña de todas: vomitar sangre. Mis padres no se lo pensaron y me enviaron de inmediato al hospital. “Hay que operarla”, dijeron. Una silla de ruedas, un ascensor lleno de sangre, e inmediatamente me encontraba en una camilla entrando en el quirófano. Siempre recordaré las luces gigantescas que invadieron mis pupilas hasta que caí en un profundo sueño. Tardé varias horas en despertarme. Eran anginas, una operación a simple vista muy sencilla, tanto que actualmente no se lleva a cabo. Lloraba sangre y mi madre lloraba conmigo. Ahora sé que se trata de algo más grave: Von Willebrand, un trastorno de la coagulación que es irremediable.

Parecía que algo había vencido a mi madre en su método profesional de arreglarlo todo. Comenzaba así la transformación de una niña de ocho años en una adulta que debía tener preocupaciones con lo que hacía con su vida y que, sigilosamente, comenzaba a alejarse de las series de animación.

Ahora, a pesar de la anomalía, me encanta ir a los hospitales, ya que uno de ellos fue mi casa durante más de dos semanas. Su olor a comida o sus paredes color pastel, que en absoluto transmiten tranquilidad, proyectan en mí una imagen de madurez y de familia.