
Como parte de la serie de retratos de estudiantes saharauis en Sevilla que realizan los estudiantes en el curso Reportaje y Publicación en Revistas (Magazine Reporting and Writing), Sophia Carson y Alberto Revidiego realizan cada uno un magnífico perfil de Zrug Dadah.
Por el Sahara, su corazón
Por Sophia Carson – University of St. Thomas (MN)
Con solo veinte años, Zrug Dadah ha vivido mucho. El estudiante de derecho reflexiona sobre su doble identidad como sevillano y saharaui.
Zrug Dadah tiene dos familias en dos países distintos, pero vive sin una patria legal. Aunque ha dividido sus veinte años entre España y unos campamentos de refugiados en Argelia, Zrug es saharaui. La ocupación del Sahara Occidental por parte de Marruecos ha impedido que Zrug viva en la tierra que los saharauis dicen que es suya legítimamente.
Zrug nunca deja ser amable, aunque habla con cierta intensidad sobre los graves problemas a los que se enfrentan los saharauis.
Ser abogado requiere una habilidad de comunicar eficazmente tus pensamientos, y Zrug la tiene. Pero no siempre ha podido expresarse de una manera clara. Cuando vino a España por primera vez gracias al programa Vacaciones en Paz, que organizan las Asociaciones de Amistad con el Pueblo Saharaui de España, tenía ocho años. “Yo sólo sabía decir ‘sí,’ ‘no,’ ‘comer,’ y poco más”, recuerda. Justo después de llegar a Sevilla, tenía mucha hambre, y su familia de acogida española le preguntó si querría un poco de pan o agua. “¡Y yo les dije no!”, cuenta riéndose al recordarlo. “Estaba cortado, era muy chico”, explica.
Hijo de un militar del Frente Polisario que comandaba una región del territorio liberado del Sahara Occidental, Zrug pasó su infancia en uno de los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, en Argelia, y regresaría “cuatro o cinco veces” a Sevilla con Vacaciones en Paz. Durante dos meses en verano, estuvo quedándose con una familia en Castilblanco de los Arroyos, hasta que tuvo catorce años, la edad en las que los niños ya no pueden participar en el programa veraniego.
A los catorce años, Zrug decidió no regresar a los campamentos junto al resto de niños saharuis, y se quedó en España para estudiar. “Dije sí muy rápido”, cuenta Zrug. “¿El hecho de estar en verano, que haya piscina, las facilidades que había, de jugar a la pelota, de conocer a gente? ‘Sí, sí, sí, yo me quedo, yo me quedo’”.
Zrug explica que el año siguiente fue “malísimo” y que extrañó mucho a su familia lejos en Tinduf, pero que el colegio, con unos amigos nuevos y profesores muy atentos, ayudaba a mejorar la situación. Sin embargo, el futuro abogado tuvo unos académicos muy humildes. “Entré en quinto de primaria, y no sabía leer ni escribir, y puse tanto entusiasmo, tantas ganas de aprender, que olvidé mi propio idioma, y no sabía hablarlo”, dice. “Pero cogí un nivel de español, en comparación con mis compañeros, superior”.
Como no tuvo documentación legal durante los cuatros años de estudio en España, Zrug no pudo salir del país para visitar a su familia en Tinduf, en contraste con su vida anterior, cuando pasaba diez meses del año en el desierto de Argelia.
“La verdad es que no me puedo quejar mucho”, reflexiona Zrug con optimismo infinito sobre su situación de hoy en día. Aunque relate hechos difíciles, como que sólo ha podido volver a los campamentos tres veces desde que tenía catorce años, siempre lleva una sonrisa puesta en la cara.
Zrug continúa con éxito sus estudios en la Universidad de Sevilla, donde cursa ya tercero de derecho, pero Zrug quiere hacer algo más que estudiar; quiere actuar para ayudar a que mejore la situación en el Sahara Occidental con su conocimiento del derecho, un deseo que tiene muchos estudiantes Saharauis en España, según Zrug.
“Siempre intentamos elegir la carrera mirando al futuro, cuando el Sahara sea nuestro de nuevo, que podamos hacer algo”, explica Zrug, enumerando las carreras de ciencias política, ingeniera civil, enfermería, economía y derecho como las más populares entre los estudiantes saharauis.
Zrug también escribe poesía para expresar sus sentimientos sobre el conflicto en el Sahara Occidental. “Te puedo decir uno”, ofrece Zrug con su sonrisa permanente.
Aunque ya había hablado durante cincuenta minutos sobre temas de gran intensidad, la conversación nunca decaía. El contenido del poema que recitó trajo una gravedad sin parangón.
Dichosas torturas de las que somos esclavos,
La sangre que tiñe las arenas
A esa lucha que yo alabo,
Por Dios, que nos quiten las cadenas.
Que si es por guerra, mi fusil,
Que si es por justicia, mi cuerpo,
Que si es por el Sahara, mi corazón.
“Cuando tú te sientes impotente—cuando tú dices, ‘quiero cambiar tantas cosas y no puedo’—la única forma es la escritura, al fin y al cabo”, Zrug dice. “La poesía siempre es reivindicativa”.

Comprar el Sahara con un poquito de arena
Por Alberto Revidiego – Universidad de Sevilla
La juventud saharaui actual constituye la tercera generación que vive en los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia. Saben que los cambios deben buscarse fuera.
En una cafetería del centro de Sevilla, Zrug Dadah, a sus veinte años, nos invita a conocer su memoria, que es la memoria que habita en la juventud saharaui. Con gestos sosegados y voz tranquila comparte su conciencia como tercera generación nacida en la sufrida resistencia de los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, fundados cuando su pueblo fue desterrado por la invasión marroquí de 1975. Un lugar en el desierto cuyas viviendas no están diseñadas para perdurar.
Su familia vive en el campamento de El Aaiún, nombrado así para recordarles a los saharauis la ciudad que consideran capital de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática. Relata que allí, en los tiempos de la colonia española, su abuela participaba en una banda de música reivindicativa. La vinculación sentimental con aquel territorio es marcada para muchas familias. Fue esa abuela la que le incitó a venir a Sevilla en 2005, cuando tenía ocho años, mediante Vacaciones en Paz, el programa que ayuda a que los niños de los campamentos eviten los calurosos meses de verano en el desierto. Su madre participó en la primera edición del programa, y sus hermanas pequeñas siguen ahora el mismo cauce. «Llegué tarde. Estaba hambriento, sólo sabía decir en español “sí”, “no” y “comer”. Me preguntaron si tenía hambre y dije “no”. Estaba cortado. Esa noche pasé mucha hambre».
Al verano siguiente, cuando cambió de familia anfitriona, tuvo la suerte de conocer a personas que siempre estarían ahí, un hogar de brazos abiertos. Con ellos seguiría pasando los veranos hasta los catorce años, cuando le propusieron mudarse permanentemente con ellos si quería seguir estudiando. «Dije que sí muy rápido, pensando en la facilidad de jugar y aprender en la escuela. Me despedí de mis padres biológicos y cuando fui consciente de que no volvería en agosto, pasé unos meses malísimos». Zrug puso tanto empeño en aprender que olvidó su propio idioma durante un tiempo. Y es que la necesidad y el poder de la educación son algo muy interiorizado para los saharauis nacidos en los campamentos. «Allí, o te haces militar o taxista, o montas una tienda, o estudias y te vas. No puedes hacer otra cosa».
Entre sorbos de café, explica que muchos proyectos internacionales llegan a Tinduf para incentivar a los niños. Cuba se lleva las mejores notas para acogerlos en sus universidades de medicina. Hay proyectos de teatro o cine (cuando era niño, Zrug participó en el documental “Hijos de las nubes, la última colonia” producido por el actor español Javier Bardem), se ha incluido al inglés y al francés como idiomas de estudio en las escuelas junto al español, se ha desarrollado la formación profesional como alternativa al bachillerato, y las universidades de Argelia están llenas de estudiantes saharauis. Zrug conoce a universitarios que viven en los territorios ocupados del Sahara Occidental, a los que obligan a ir a universidades de Marruecos, a las cuales asisten con la terrible máxima aprendida de que hay una media de diez desapariciones de estudiantes saharauis al año. «Por lógica, cuánto más estudios tienes, más reivindicativo y participativo te vuelves. Eso trae muchos problemas». Zrug, que estudia tercero de Derecho en la Universidad de Sevilla, indica que los saharauis suelen escoger carreras con las que se pueda ayudar en el futuro a su pueblo, como enfermería, ciencias políticas, ingeniería o derecho.
Más allá de sus estudios, aporta su granito de arena colaborando con un portal digital de noticias del día a día en los territorios ocupados (www.bentili.com), como traductor de documentos. También mantiene su lucha desde la poesía y reconoce la cultura saharaui como uno de las formas más intensas de reivindicación. Sigue a importantes poetas autóctonos. «Cuando te sientes impotente, quieres cambiar tantas cosas y no puedes, la vía es la escritura». Cierra los puños sobre sus vaqueros y, alzando con sutileza su voz grave, recita un poema propio que narra las torturas soportadas por un amigo:
Dichosas torturas de las que somos esclavos,
la sangre que tiñe las arenas,
a esa lucha que yo alabo,
por dios, que nos quiten las cadenas.
Que si es por guerra, mi fusil,
que si es por justicia, mi cuerpo,
que si es por el Sahara, mi corazón.
Las rostros de quienes le entrevistan se quedan mirándolo. El de Zrug transmite una honestidad que se lleva en la sangre, la sangre de muchas generaciones. Si piensa en el futuro de su pueblo, sufre al sentir que es ignorado por las superpotencias, a pesar de la esperanza que habita en el corazón, el sí de lo posible. Reconoce a su pueblo como paciente y pacífico. Pero sabe que la diplomacia no lo es todo. Con una humilde sonrisa, rememora un día de infancia, en el que su abuela le contó la leyenda del Sahara. «Su familia pertenecía a una tribu cuyo antiguo jefe había sido el fundador del Sahara. Para comprarle el territorio a su pueblo, cogió un saco y lo llenó de arena. Por la mañana, se había convertido en oro. Con él compró aquellas tierras». De ahí el dicho “Comprar el Sahara con un poquito de arena”. Todos deberíamos contribuir a volver a llenar ese saco.