
Fue el verano después de haber terminando el octavo grado, ese salto masivo entre la escuela secundaria y el colegio. Yo estaba a punto de graduarme de la niñez y empezar la vida de adulto.
Estaba pasando el verano en las montañas de Idaho, en un campamento, viviendo en una cabaña en el bosque con un montón de otros niños de mi edad, ninguno de los cuales era amigo mío.
Fue un verano para desarrollar mi independencia. Mi vida normal se había quedado en la costa este — mis amigos, mi rutina normal y la supervisión de mis padres.
Una noche de aquella mi nueva y emocionante aventura, me encontré con un desafío. En mitad de una noche oscura, me desperté con los sonidos aterradores de alguien que vomitaba justo fuera de la puerta principal de la cabaña. Me levanté de la cama, preocupado, y salí.
Uno de mis amigos estaba enfermo y me dijo gimiendo «Alex, tienes que traer a la enfermera, no puedo caminar.”
Así que, tuve que comenzar una caminata. Media milla a través del bosque silencioso y oscuro. Los altos pinos bloqueaban la luz de la luna y la media milla pronto empezó a parecerme como una maratón.
Armado solo con una linterna débil, me vi obligado a hacer el viaje traicionero solo en el bosque. Recordé que los organizadores nos habían contado que en el mismo bosque había osos, así que me puse a cantar con una voz débil con la esperanza de mantener a las bestias lejos.
Aterrorizado y temblando, eventualmente completé el camino. En mitad de una semana en la que comencé a encontrar mi independencia, aquel único paseo por el bosque oscuro me dejó solo y con miedo, y me recordó que no era totalmente independiente.