
Hace 13 años, la solución que Adriana encontró para conciliar maternidad y trabajo fue la de emplearse como trabajadora sexual. Hoy sigue dedicándose a ello y luchando por los derechos y visibilización de una profesión aún poco regulada, a menudo silenciada y socialmente estigmatizada.
“Este trabajo no puedo perderlo como los otros. Tengo hijos y necesito cuidar de ellos…”
Sentada en una silla roja en la Alameda de Hércules, Adriana no se distingue en nada de las otras mujeres que, como ella, se relajan al sol en esta mañana de primavera. El viento agita su pelo negro y las semillas que caen de los árboles cercanos bailan en su cara con la misma alegría que su sonrisa. Coge un cigarro de su paquete, lo enciende con clase y bebe un trago de la Coca Cola que ha pedido. Al beber, el piercing que adorna su nariz tintinea en su encuentro con el vaso. Su mirada es intensa y frontal. Sincera. Nada diferencia a Adriana, en lo esencial, de cualquier otra mujer, pero su trabajo –el trabajo que no puede perder- no es demasiado común.
“Soy escort. Trabajadora sexual independiente. Llevo en esto desde los 19 años y siempre por mi cuenta. Sin jefes, sin compañeras. Ahora tengo 32 años”.
En España, la prostitución no está perseguida por la ley, aunque sí el proxenetismo y otras variantes de la explotación sexual. Desde 1995, año en el que se descriminalizó, cualquier persona puede emplearse libremente en una actividad que mueve 10 millones de euros al día en el país, unos 3.500 millones al año, el 0,35% del PIB. La base de este negocio son unas 100.000 trabajadoras sexuales, de las cuales sólo dos tercios se emplean voluntariamente en este trabajo. Entre ellas está Adriana quien, como escort o acompañante de lujo, forma parte de un grupo mucho más reducido al que sólo pertenecen el 5% de las prostitutas voluntarias. Entre otras razones, ella lo eligió por ser un ámbito menos peligroso: aunque la tasa de crimen en España no se encuentra entre las más altas del mundo, trabajar en el negocio del sexo conlleva riesgos altos. “Al principio era complicado para mí, me daba miedo no saber con quién iba a estar… No quería verme a solas con nadie, de manera que empecé a trabajar con parejas. Soy bisexual y me sentía más tranquila sabiendo que había mujeres”.
Tras dar un trago a su refresco, otra calada a su cigarro y aspirar profundamente, Adriana describe lo que puede parecer una paradoja: aunque la prostitución no está criminalizada en el país, si una trabajadora sexual aborda a un cliente en la calle, ambos pueden ser multados ya que esta práctica concreta sí es ilegal. “Y por eso, muchas de las prostitutas españolas ofrecen sus servicios en clubs o en sus propias páginas web. En ellas se puede encontrar absolutamente de todo”. Ésta última es la opción preferida de Adriana, porque es la que le permite ganar más dinero: entre 250 y 300 euros por hora de acompañamiento. “En un club es mucho más barato, la hora oscila entre los 50 y los 60 euros”.
Una mujer se acerca a Adriana y le da un golpecito en el brazo. Tiene un cigarro entre los labios y hace el gesto de encenderlo con un mechero invisible. Adriana sonríe, saca el suyo y le da fuego. La mujer se marcha. “Empecé en esto de manera muy simple. Yo tenía mis trabajos, con mis horas y mis nóminas, pero ninguno de ellos era del todo compatible con la maternidad. Fui mamá muy joven, antes de los 19 años. Necesitaba atender a mis hijos y para ello me hacía falta algo más flexible. Y como escort tenía mucha flexibilidad”. Adriana reconoce que, al principio, su decisión no fue fácil de asumir por su familia; por su manera de hablar, se diría que han hablado muchas veces sobre el tema. “Para ellos, el sexo de uno es sagrado y nadie puede tocarlo. Les llevó tiempo entender que el trabajo sexual no siempre es forzado…”
En España, el perfil de los usuarios de este tipo de servicios ha ido cambiando con el paso de los años. En 1998, la mayoría eran hombres de 40 años y casados; en 2005, hombres de 30 años. En 2017, el usuario medio era un hombre de entre 19 y 21 años. Actualmente, un 39% de los hombres en España han pagado o pagan habitualmente por servicios sexuales. “Y no mucha gente está al tanto de esto, es necesaria una labor de visibilización de esta enorme actividad. Este fue uno de los motivos por los que se creó OTRAS”.
Fundado en 2012, OTRAS (Organización de Trabajadoras Sexuales) es el primer y único sindicato de las trabajadoras sexuales en España. Entre sus objetivos, está descriminalizar el trabajo sexual, defender los derechos laborales y sociales de las prostitutas, dar voz a las mujeres que ejercen este trabajo, desestigmatizar la profesión y ayudar a las víctimas de la explotación sexual. Para Adriana, este último objetivo es muy importante. “Es crucial que los sevillanos y los españoles sepan la diferencia entre la trata de mujeres, que no hacen su trabajo voluntariamente sino obligadas de una u otra manera, y lo que, por ejemplo, hago yo, que sí es voluntario. Si supieran diferenciar ambas cosas, posiblemente las prostitutas podríamos disfrutar de los mismos derechos laborales que cualquier trabajador”. El gobierno de España, a pesar de que este punto de vista es compartido por muchas trabajadoras sexuales, no reconoce por ahora a OTRAS como un sindicato oficial, pues considera que hacerlo conduciría a una explotación de la trabajadora sexual aún mayor.
“Pero aún hay algo más difícil de conseguir que este reconocimiento, y es que se nos quite de una vez el estigma social que tenemos…”
Adriana menciona este tema ya a punto de marcharse, después de darle una última calada a su cigarrillo y apurar su Coca Cola. Es algo que conoce bien y que ha sufrido mucho. “Durante mucho tiempo, estuve con una depresión brutal, yéndome a la cama cada noche con medicación. El estigma mata…” Dos tatuajes en sus brazos, que quedan a la vista cuando busca su monedero en el bolso para pagar, quedan en su piel como un recordatorio permanente y constante de ello y de su lucha para superar las consecuencias de la estigmatización. El primero es un punto y coma, símbolo de un movimiento iniciado en 2013 en las redes sociales por la activista Amy Bleuel tras el suicidio de su padre. A diferencia del signo ortográfico del punto, que marca el final de una frase, el punto y coma permite que ésta siga escribiéndose. Así, representa la esperanza para las personas que se han enfrentado o están enfrentándose a depresiones, adicciones, autolesiones o pensamientos suicidas. El segundo tatuaje es un paraguas rojo, símbolo desde 2005 del Comité Internacional para los Derechos de los Trabajadores Sexuales (ICRSE) y que representa la lucha del colectivo por protegerse de los abusos a los que se ven sometidas las trabajadoras sexuales. Abusos de los proxenetas, de los clientes y de la policía, sí, pero también –y quizá sobre todo- de la ignorancia de nuestra sociedad.
Un paraguas y un punto y coma. Aunque hoy no llueva en la Alameda mientras Adriana se aleja del bar, y aunque la primavera –que es el inicio de un ciclo y no su final- resplandezca en Sevilla, su piel no olvida ni por un momento que la lucha por sus derechos y por los derechos de todas las trabajadoras sexuales continúa. No olvida que sólo gracias a esa lucha podrá mantener dignamente su trabajo y seguir llevando dinero a sus hijos.
Con protección y esperanza. •