La tienda que moldeó al hombre

Pepín Lirola cooks paella for friends and family at his home in El Rocío / WILLIAM GLENN

Pepín Lirola y su familia eran los dueños de Vilima, los primeros grandes almacenes de Sevilla. Situados en el corazón de la ciudad, son inconfundibles, pero ahora están abandonados. Pepín y su familia vendieron Vilima hace 16 años, señalando el paisaje cambiante de la ciudad andaluza.

El hombre de cincuenta y tantos sostiene su cigarrillo electrónico mientras pasea por la calle Lineros lentamente. Sabe lo que hay al final del camino cuando da una bocanada. Mientras camina, va señalando a las tiendas circundantes y murmura una palabra de entre dos opciones, refiriéndose a cada una: “antigua, nueva, antigua, antigua, nueva”. En este momento, Pepín se asemeja a un guía turístico que explica cómo se ha transformado la ciudad. Eventualmente, el guía llega hasta el final de la calle. Se detiene, toma otra bocanada, y suspira, “aquí estamos”. El humo denso oscurece el nombre del cartel, y se despeja momentáneamente para revelar la palabra “Vilima”.

Situado en la intersección de las calles Lagar y Puente y Pellón, cerca de la Plaza del Salvador, Vilima destaca inmediatamente al caminar por la zona comercial del centro de Sevilla. El edificio es uno de los pocos de varias plantas y es considerablemente más grande que cualquiera de los negocios cercanos. El abuelo de Pepín abrió la tienda en 1963, los primeros almacenes de la ciudad. “No sólo era única porque tenía tres plantas, sino también porque tenía todos los artículos de ropa que se podían imaginar. Era especial para su tiempo”, explica Pepín. “Mi padre, mi tío Paco y mi tío Manolo llevaban la tienda y siempre trataban de mejorarla, como si criaran a un niño”.

Vilima sufrió muchos cambios a lo largo de sus 38 años de existencia. Después de un incendio el 27 de julio de 1968 en el que murieron dos bomberos, la tienda tardó otros seis meses en reabrir sus puertas. Sin embargo, cuando reabrieron, la tienda era totalmente diferente, llena de productos de belleza para la mujer, artículos deportivos e incluso un estanco. Vilima se había transformado en la tienda de más éxito de Sevilla.

De vuelta en su casa, Pepín deambula por ella para enseñársela al visitante; cabezas de jabalíes y toros se alinean en las paredes de color menta. Su pasión por la caza es evidente, ya que no queda ni un hueco a la vista donde poder colgar un cuadro o donde quepa una luz. Las paredes abarrotadas van en consonancia con la otra casa de Pepín en El Rocío, un pequeño pueblo cerca del océano Atlántico, en la provincia de Huelva, que cada mayo alberga la mayor peregrinación religiosa y festiva de toda Europa. Pepín se ríe de una de las cabezas de jabalí y exhala, “ése no fue ninguna broma”. Todos estos cráneos detallan un orgullo y un placer que muy poca gente tiene. Sin embargo, Pepín nunca permite que eso reste importancia a cómo ha llegado a este bienaventurado lugar. El hombre encanecido señala, “mi primer trabajo fue a los 15 años en Vilima cuando mi padre lo llevaba. Iba todos los días orgulloso de trabajar en Vilima y fue realmente el mejor primer trabajo del mundo”.

Los ojos de Pepín se iluminan cuando habla de los almacenes y sus primeros años trabajando allí. Recuerda el trabajo diario de 26 años desde los15 hasta que cumplió 41. Para Pepín, Vilima no era simplemente un trabajo, era un segundo hogar. Ha pasado toda su vida en Sevilla, rodeado de los mismos edificios, viviendo en la misma zona, y trabajando en el mismo lugar. Sevilla es el hogar de Pepín y Vilima le dio la oportunidad de convertirlo en el mejor hogar posible.

Fachada de Vilima vista desde la calle Lineros / WILLIAM GLENN

La tienda, sin embargo, no era sólo un gran lugar para trabajar con la familia, sino que también le permitió a Pepín hacerse amigo de todo el mundo. Cuando le preguntas a cuánta gente conoce, responde con confianza: “Uy, a todo el mundo”. Sonríe como diciendo “puedo demostrártelo cuando quieras”. Si hay una afirmación que Pepín no necesita justificar es ésa. Caminando por las calles de Sevilla, tiene que pararse cada 10 metros para saludar a un amigo o para preguntar por la madre de alguien. El estatus de Pepín no es el de una celebridad, sino simplemente el de alguien que es amable con todo el mundo. “Cuando empiezas a trabajar a los 15 años en el corazón de la ciudad y en una tienda tan popular es fácil hacer amigos, especialmente para un tipo guapo como yo”. El astuto comentario va acompañado de un guiño a su novia, Sara, y ambos se ríen de la broma.

En su casa en El Rocío pasa horas cocinando una paella maravillosamente dorada y crujiente. La mesa aplaude cuando muestra uno de sus trofeos de caza. Pepín sonríe y sirve un suculento plato con pollo, chorizo, arroz y alcachofas. Toda la mesa alaba el delicioso plato de comida antes de que Pepín pueda siquiera servir a los vecinos de las casas de alrededor a los que ha invitado. “Vilima me permitió conversar con la gente, entender a la gente y apreciar el increíble trabajo que tenía”, se mofa cuando se le pregunta sobre su propio impacto en Vilima. La humildad continúa: “los amigos y la comida en la mesa de esta casa son gracias a mi familia y a la gran tienda que llevaron”.

Mientras que para la ciudad Vilima suponía desarrollo e innovación, para Pepín era simplemente el lugar donde creció e hizo amigos. Se niega a glorificarlo y no puede entender que se escriba sobre ello. De hecho, incluso después de que la película de 2004 Crimen Ferpecto se rodara en el local abandonado de Vilima, Pepín apenas reconoce su existencia. “Rodaron una película en la tienda, no fue nada especial, porque ya estaba cerrada”.

Entre bebidas y paella en su casa de El Rocío, su amiga María elogia lo amable y desinteresado que es gracias a su arduo trabajo en la tienda, “nunca quería decepcionar, e impresionaba a todo el mundo; crecer rodeado por una tienda como Vilima le inculcó esa pasión”. Sonríe a Pepín que ni se entera del cumplido. La sonrisa de María se desvanece al pronunciar las siguientes palabras como un panegírico: “ojalá Vilima siguiera aquí para seguir alimentando su pasión… lo era todo para él”.

La historia de Vilima nos da una idea sobre aquellas familias dueñas de negocios como la familia Lirola. Se siente una conexión con la historia, el trabajo y el compromiso. ¿Pero qué pasa cuando esa historia termina? Para Pepín “fue una lástima que Vilima cerrara sus puertas de esa manera, todavía paso por la puerta y me pregunto cómo sucedió”. Pepín prefiere no entrar en detalles. Menciona una decisión de la familia, pero admite que fue una cuestión politizada y que no quiere recordarlo.

Se niega a hablar de la venta del espacio, sin embargo, sí hablará de las razones por las que Vilima quebró. Mirando la ciudad desde la azotea de su casa, identifica un alto edificio blanco, iluminado en la distancia, sin una sola ventana, “eso mató a Vilima”. Es El Corte Inglés, hoy en día la mayor cadena de grandes almacenes de España, que abrió sus puertas en Madrid en 1940, extendiéndose luego por todo el país y absorbiendo a la cadena rival, Galerías Preciados, en 1995. El desarrollo de tiendas similares, la expansión de El Corte Inglés, y la cambiante estructura social de Sevilla acabaron empujando a Vilima al borde del precipicio. Las personas más mayores que vivieron en su día en el corazón de la ciudad comenzaron a mudarse a las afueras, mientras que la generación más joven simplemente no compraba en Vilima.

Pepín mira la tienda abandonada, enterrada en carteles que anuncian espectáculos flamencos y festivales de comida, y suspira. Algunos de esos carteles se remontan a 2014, magnificando la triste realidad de en qué se ha convertido la tienda. Pepín esboza una sonrisa y bromea en voz baja, “oye, yo siempre seré el más guapo que trabajó en la tienda”. Le da otra calada a su cigarrillo electrónico y exhala una nube de humo que cubre la enorme tienda. Pepín se aleja un paso y se fija en una tienda de ropa de mujer aparentemente anónima: “antigua”, sentencia. •