Mrs. Viola Campbell

En la quietud de la calle sin salida, la única conmoción se produce cuando la señora Campbell entra en su patio mientras el sol comienza su descenso por la tarde detrás de las casas vecinas. En su prístino oasis al aire libre, comienza el trabajo del día con precisión para mantener este mundo de belleza. Entre los arbustos en flor y las enredaderas colgantes que adornan el espacio, ella evalúa las necesidades.

Hoy toca las flores, mañana tirar la maleza en el jardín, y el día siguiente los tomates estarán perfectamente maduros para recoger. Para comenzar el trabajo, agarra un pesado cubo lleno de agua de lluvia de las alcantarillas y empieza el viaje hacia los lechos de flores. Su figura encorvada se mueve lenta pero ligera por el patio, tejiendo entre las estatuas de ciervos y ardillas con una agilidad asombrosa. Apagando satisfactoriamente la sed de las violetas, del mismo color que su blusa suelta, regresa para coger más agua una y otra vez, hasta que todas han sido atendidas.

Al terminar, justo como había esperado, los únicos dos niños del vecindario, apenas más grandes que sus mochilas escolares, llegan corriendo al patio adyacente para jugar después de un día transcurrido en interiores. Con un sincero saludo con la mano, ella llama su atención y los niños vienen llenos de energía, disminuyendo la velocidad en el último segundo antes de chocarse. Todos disfrutan de un suave abrazo, dominado por el aroma característico del perfume almizclado. “Vengan, Vengan. Vamos a sentarnos dentro, ¿de acuerdo?”, les dice con un toque de entusiasmo en su voz. Dentro, todos escogen su espacio habitual, los dos niños en el sofá estampado vintage y ella en el extremo izquierdo de un par de sillones reclinables. El más a la derecha ha estado desocupado desde hace mucho tiempo y la desgastada huella en el centro ahora está acumulando polvo.

Ahora viene el repertorio de preguntas, siempre hechas con curiosidad y fascinación. Los niños nunca dejan de observar los cambios en la salita. El imán nuevo en la colección de lugares visitados, la pila de platos de porcelana pintados a mano con un nuevo diseño que se están secando en el mostrado, el globo que anuncia ‘Feliz 100 cumpleanos’ desde lo alto de la mesa. “Cuántanos un cuento” le dicen los niños, al borde de sus asientos con alegría. Cuando Viola empieza, escuchan atentamente cada palabra. Escogiendo cuidadosamente y hablado con intención, mientras los niños comen de los tres cuencos de cristal, cada uno de ellos recién abastecido con mentas, nueces mixtas y dulces. El tiempo pasa sin pensar, pero finalmente, todos saben que es la hora de la cena y que tienen que irse. Después de un abrazo final, los niños se van de vuelta a su patio, según ella les grita con todo el esfuerzo de su voz “¡volved a verme en cualquier momento!” Mañana, piensan los niños. Volverán mañana. Y con la sonrisa juvenil de un niño de corazón, la anciana tiene mucho que esperar.