Al final todos somos personas

AFGANISTAN. En el centro está Hamed con sus primos y sus amigos en la provincia de Mazar, en su patria.

PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’

Ésta es la aventura de Hamed para escapar de los talibanes, desde Afganistán hasta Alemania.

En 2015 la vida de Hamed cambió de repente, tomando un camino totalmente inesperado para este joven de 24 años. Aunque nació en Kabul, la capital de Afganistán, ha vivido gran parte de su vida en Kunduz, una ciudad al norte del país. En el 2015 en el norte de Afganistán empezaron a venir los talibanes, invadiendo también la ciudad de Kunduz. Buscaban a cualquier persona que estuviera en contacto con extranjeros y a los que trabajaban para el gobierno afgano, para matarlos. Como consecuencia del pánico, los soldados también tuvieron que huir a los aeropuertos para escaparse del país. La familia de Hamed, compuesta por seis hijos y los padres, eran dueña de una tienda de muebles que también tenía clientes americanos. Cuando los talibanes descubrieron esa conexión que ellos tenían con los americanos les enviaron un papel amenazándolos si no los apoyaban económicamente. El padre de Hamed y él decidieron de ir a la policía para denunciarlos, y después de haber averiguado que era un mensaje verdadero empezaron las preocupaciones, ya que era gente sin escrúpulos que chantajeaban a las personas por dinero y las mataban, cuando fuera necesario, sin ningún remordimiento. Afortunadamente, en ese momento Hamed y su familia vivían en las afueras de la ciudad, así que les era imposible a los talibanes alcanzarlos. Con la situación que empeoraba, la familia finalmente decidió marcharse, pero era ya tarde; la ciudad entera estaba llena de talibanes que habían tomado el control de todo. Bloquearon todas las salidas de la ciudad. El pánico empezó a difundirse en toda la familia. La atmósfera era oprimente y grave. La desesperación comenzó a adueñarse de todos. Pasaron días enteros sin electricidad ni luz, porque toda la ciudad estaba bloqueada. Al final, por suerte, conocieron a una persona que se ofreció a ayudarles a salir de la ciudad por una ruta ilegal. Aunque esa no era la opción más segura, era la única que les quedaba. Con mucha fortuna consiguieron llegar a Kabul, la capital de Afganistán, pero los talibanes seguían amenazándolos, diciéndoles que los iban a buscar y que no tendrían posibilidad de sobrevivir. Dado que el padre y Hamed, que era el único hijo que ayudaba en el negocio, eran las caras de la tienda, estaban más en riesgo que los demás. Para ponerse a salvo decidieron que Hamed y el padre se irían del país. Los tiempos de espera para pedir un visado en la embajada de Turquía eran muy largos, y él ya no tenía tiempo, así que tuvo que marcharse a Irán, donde se quedaría unos meses, mientras el padre se fue al fronterizo Tayikistán.

El tiempo pasa y la situación en Afganistán no mejora. Los talibanes siguen aterrorizando a la gente. Matan a personas inocentes a diario. Hamed se siente solo y abandonado en un país que no es el suyo. Los dos meses de visado que tenía pasan con velocidad y la familia, desesperada y desesperanzada, no quiere que vuelva. En ese momento Hamed nunca se planteó que acabaría en Alemania, solo unas pocas semanas después.

No pudiendo quedarse más en Irán, Hamed empieza su viaje incierto huyendo de la muerte. Los siguientes dieciséis días marcaron un cambio radical en su vida. A través de trenes legales, y vías ilegales, llega por fin a Izmir, una ciudad turca en la costa del Mediterráneo. En Izmir buscó a unos contrabandistas que le pudieran ayudar a cruzar el mar para llegar al territorio europeo. Los contrabandistas con que él trataba eran de Irán, Pakistán y Afganistán. Pagando más del precio pre- visto (8.000 dólares por el viaje entero), se le prometió que en la patera habría solo veinte, máximo veinticinco personas, para tener más seguridad en el mar. Sin embargo, lo engañaron y fueron sesenta personas. Fue una experiencia escalofriante. Era el doble de la gente prevista para una embarcación de ese tamaño. Viajaron de noche para no ser descubiertos. Hacía frío; era una noche de diciembre de 2015. Durante el viaje, en el medio del Mediterráneo, el agua empezó a entrar en la patera porque el peso, con tantos pasajeros, era excesivo. Los contrabandistas les hicieron tirar al mar todo el equipaje que llevaban con ellos. Hamed cuenta que nunca tuvo tanto miedo de morir. Además, tantas historias trágicas que había escuchado en el pasado sobre emigrantes que morían en estas rutas lo habían traumatizado. Cuando casi habían llegado a Grecia, una barca de la policía griega los detectó y vino a ayudarles. Al llegar a la orilla, todos estaban completamente mojados y sin ninguna pertenencia a sus nombres. Con gran gratitud él recuerda cómo los griegos les dieron ropa seca para cambiarse, y hospedaje para quedar a salvo durante los siguientes días. Aunque esta primera parte de su viaje fue muy dramática y peligrosa, en la segunda parte de esta experiencia también tuvo que superar numerosas dificultades que no eran menos difíciles.

En Grecia, Hamed se registró como refugiado y le dieron un documento que le permitió comprar billetes de trenes y autobuses para llegar a Alemania. Hamburgo, en Alemania, fue la ciudad donde volvería a empezar su nueva vida. Al principio, como no conocía absolutamente a nadie en esa ciudad y estaba solo, fue a quedarse en un campamento para refugiados. En el campamento había gente de todas partes que vivía de manera muy apretada. A menudo surgían disputas, porque personas que provenían de países o religiones en conflicto tenían que compartir un espacio muy limitado. Durante el periodo en el campamento no les estaba permitido hacer nada, ni podían aprender el alemán siquiera, ya que el gobierno había decidido expulsarlos en seguida. Hamed todavía está afectado por el acuerdo que el gobierno de Alemania hizo con el gobierno de Afganistán, por el que Alemanía daba mucho dinero a Afganistán a cambio de poderles devolver a sus refugiados. Por esa razón, le rechazaron su solicitud de asilo. Todavía hoy, aunque haya pasado más de un año, y la vida de Hamed se haya empezado a normalizar, él sigue pendiente de que su abogado defienda su caso para conseguirle el estatuto de refugiado.

Durante su estancia de seis meses en el campamento Hamed decidió ser activo y útil ayudando a otros refugiados con problemas de comunicación, traduciendo entre el persa y el inglés. En seguida le ofrecieron participar en un curso de alemán de 300 horas. Esa fue su primera gran oportunidad para abrirse el acceso a participar en la sociedad de su nueva casa. Poco después se le ofreció otra oportunidad, la de participar en un seminario de psicología. En esta ocasión conoció a una persona muy especial, Dagmar, mi madrina, que desde ese momento en adelante sería su mayor apoyo y constituirá su familia alemana. Ella lo acogió en su familia y lo ha acompañado hasta ahora durante todo su camino de integración.

Aunque Hamed había estudiado cuatro semestres de derecho y ciencias políticas en Kunduz, en Hamburgo, por su nivel de alemán no le han permitido acceder a los estudios universitarios por el momento. Con la ayuda de Dagmar, consiguió un puesto de aprendiz como dibujante de planos de construcción, algo que le está gustando mucho. En secreto él siempre ha querido ser arquitecto, así que su sueño es estudiar arquitectura después de haber completado su aprendizaje.

Al día de hoy Hamed se siente parte de Alemania. Está rodeado casi por completo por alemanes que son sus compañeros de trabajo, de estudio y sus amigos. En general, no ha sufrido mucho de ataques de discriminación, pero reconoce que ha sido afortunado porque llegó a una ciudad grande donde hay muchos extranjeros. Aun así hubo personas que a veces lo trataron como si fuera un alien. Siente que hay mucho miedo por parte de los alemanes frente al desconocido.

Aunque hecha muchos de menos a su familia, ve el lado positivo de su inmigración, que le ha abierto los ojos a un mundo completamente diferente del suyo. Al llegar a Alemania se ha sentido como un niño pequeño que ha tenido que volver a empezar de cero. Ha tenido que aprender a hablar y a comunicarse en un idioma diferente del suyo. Ha tenido que adaptarse a una cultura opuesta a la suya. En Alemania las personas valoran mucho la puntualidad y la responsabilidad, va- lores secundarios en su patria, donde se valora mucho más la familia y la despreocupación. Pero la aportación más grande que ha ganado después de tanto sacrificio es que al final, independientemente de dónde nacimos y en qué dios creemos, nos parecemos mucho: todos somos humanos.