Salka Alamin Bujers

Salka Alamin Bujers

Como parte de la serie de retratos de estudiantes saharauis en Sevilla que realizan los estudiantes en el curso Reportaje y Publicación en Revistas (Magazine Reporting and Writing), Daniela Ceron y Natalia Tamayo realizan cada una su perfil de Salka Alamin Bujers.

Niña de los Campamentos

Por Daniela Ceron – Elon University

Sentada en el avión hay una niña de 7 años. Los rizos de su pelo encapsulan un rostro inocente con ojos que absorben todo lo nuevo que hay a su alrededor. Es la primera vez ha estado en un avión y jamás hubiera sabido que ese primer viaje a España iba a estar lleno de muchas más “primeras veces”. Esa niña se llama Salka Alamin Bujers y, como muchos de los niños que van en aquel avión, es saharaui.

La vida de Salka está marcada por la lucha del pueblo saharaui, que tomó forma a partir de 1975, cuando tuvo lugar la Marcha Verde. Bajo ordenes de Hassan II, rey de Marruecos, hombres, niños y ancianos marroquíes se dirigieron en dirección sur hacia la colonia española del Sahara Occidental para reclamar el territorio como parte de Marruecos. “Es como si se dijera ‘Un día existió la gran España’ y España ocupara Portugal como si fuera suyo”, explica Salka.

Con la retirada de los militares españoles e invasión del Sahara Occidental por parte del ejército marroquí, se forzó a gran parte de la población saharaui a una huida incierta en dirección este, hacia el interior del desierto. Otros quedaron atrapados en los territorios ocupados. “Cuando se marcharon los españoles, dejaron a los saharauis con el culo en el aire”, explica Salka. Es ahí cuando empezó la guerra.

Fue durante la invasión que la mamá de Salka, Maria Carmen, con sus dos hijos en brazos, huyó. Y como muchos otros saharauis, tomó refugio en los campamentos que al poco se formaron en Argelia. Es aquí en los campamentos de Tinduf donde nació Salka en 1992. Como ella misma te dirá: “Soy niña de los campamentos”.

Estos campamentos de refugiados están en el interior del desierto, los recursos son muy limitados y la temperatura alcanza los 50 ó 60 grados durante el verano. A pesar de ello, Salka dice: “Tengo un recuerdo de mi infancia de una felicidad total. Que a lo mejor puede ser contradictorio… ¿Sin nada, como puede un niño ser feliz? Pues somos felices”.

Su mama sin embargo sabía que habría más oportunidades para su hija en España, lejos del calor del desierto que llamaban casa. En el año 2000, cuando Salka sólo tenía siete años, abordó un avión con su maleta, y muchos otros niños de los campamentos, y se vino a España.

Gracias al proyecto Vacaciones de Paz, organizado por las Asociaciones de Amistad con el Pueblo Saharaui, niños saharauis entre las edades de 7 y 12 años vienen a España durante el verano a vivir con familias de acogida. “Yo recuerdo a mi madre decirme que disfrutara de los dos meses, que no tuviera miedo de nada. Que iba a estar en buenas manos”.

Cuando llegó a España por primera vez, Salka sufrió un shock total. “En mi vida había visto un grifo con agua, ni había visto un botón con el cual había luz”. El asombro de Salka no paró ahí. Cuando llego a casa de su familia de acogida, le dieron la cena y después un helado. “Fue muy curioso porque nunca había comido helado y era un sensación muy fría que no podía soportar”.

Salka regresó después dos veranos más, y a la tercera visita, se quedó para estudiar.  No fue fácil, pero con el tiempo aprendió a escribir y a hablar español y se fue acostumbrando a la vida española. Todavía echaba de menos a su mamá pero, como ella explica, “estas tan a gusto aquí que te cuesta más volver a esas condiciones”.

Hoy día, Salka está en su último año de la carrera de Enfermería en la Universidad de Sevilla, trabajando en un proyecto acerca de la diabetes en los campamentos saharauis, y es su deseo regresar a ayudar a su pueblo, que después de 40 años, todavía está esperando que se realice el referéndum propuesto por las Naciones Unidas en 1991.

“Ese acuerdo de las Naciones Unidas, a los saharauis sólo nos hace reír porque, después de 40 años, se ha parado la guerra, pero el acuerdo no se cumple. Pero [los saharauis] estaban cansados de ver a su gente muriéndose”.

Los saharauis, que hoy día reconocen como gobierno en el exilio a la Republica Árabe Saharaui Democrática, se estaban muriendo, batallando contra los marroquíes como miembros del ejército del Frente Polisario, hombres y jóvenes cuya mentalidad es “o me muero, o reconquisto mi tierra”. Éste es el sentimiento patriarcal que defienden los saharauis. “Es un compromiso que tenemos, con nuestro pueblo y con nuestros antepasados…ahora hay que honrar ese compromiso”, dice Salka.

Esa niña de 7 años ahora tiene 24 y esta sentada pensativa en el sofá de un café. Los rizos de su pelo están recogidos con una goma, tiene los labios pintados de rojo, y pendientes de perlas decora sus orejas. Pero son las gafas las que atraen nuestra atención hacia sus ojos.  Ojos cafés que cuentan los sueños y metas de una mujer que quiere cambiar el mundo. Un sueño que sólo se puede realizar con la liberación de su patria: el Sahara Occidental.

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La herencia de Salka

Por Natalia Tamayo Gaviria – Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia

Los jóvenes saharauis llevan a cuestas un compromiso de tierra. El de Salka es difundir e invitar a los que la rodean a acercarse y a entender la causa de su pueblo.

A los 7 años se llevó la primera cucharada de helado a la boca, después de probar la tortilla francesa, que fue el plato en honor a su bienvenida en Sevilla. Aquel helado, un manjar para todo niño, no pudo pasar por la garganta de Salka. “No pude soportar la sensación de frío”, recuerda.

Con el tiempo, se familiarizó con todo aquello que a su edad ningún niño saharaui ha experimentado, a menos que haya sido seleccionado por algún programa de ayuda humanitaria en pro de la lucha del pueblo saharaui: viajar en avión, usar el váter, abrir la llave del grifo, bañarse en la piscina.

El estado sin tierra

Al pueblo saharaui le falta su territorio para completar la triada del concepto de Estado. Los saharauis en el exilio están organizados bajo el gobierno de la República Árabe Saharaui Democrática, en la actualidad reconocida por 80 de los 194 estados miembros de la ONU. Por otro lado, está el pueblo. “Tenemos un patriotismo que nos sale innato. Eso lo hace la necesidad”, dice Salka. Esta necesidad nació tras años de vivir en el exilio, desde la Marcha Verde, que fue la ocupación marroquí en 1975, primero civil y luego militar, de la entonces colonia española del Sahara Occidental. “Hasan II –rey de Marruecos- se levantó un día y dijo: ‘un día existió el gran Marruecos’. Es como si se dijera que un día existió la Gran España e invadieran Portugal. Y esa idea la fue transmitiendo a su pueblo”, explica Salka.

A partir de ese momento, los hombres se fueron a defender su causa de libertad e independencia luchando con el Frente Polisario –movimiento popular de liberación-, y las mujeres a construir, desde los cimientos, unos campamentos que les trasmitieran a todos los exiliados la sensación de hogar, a unificar un pueblo separado por las circunstancias y a educar a los niños porque, como dice Salka, “no hay mayor riqueza que un pueblo con cultura”.

Migrar junto a un compromiso                           

Salka Alamin Bujers salió por primera vez de su refugio del desierto sahariano de Tinduf, Argelia, en 2001, según ella, “en medio de la nada”. Gracias al programa Vacaciones en Paz, por el que niños de los campamentos de entre 7 y 12 años vienen a España, viajó hasta Sevilla para una estancia de dos meses y escapar así de un verano de hasta 60 grados, de las carencias alimenticias, educativas y sanitarias que soportan y sufren allí los niños.

Un año después, su mamá la convenció de que debía continuar su vida en España. Con apenas 8 años tuvo que aceptar la idea de abandonar lo que representaba para ella la felicidad. “Yo quería vivir en el presente. Mi presente estaba en el campamento, junto a mi madre”, recuerda.

Tras la renuncia, se enfocó en un futuro que no estaba garantizado en el desierto. Llevó en su mochila unos vaqueros, camisetas, uniforme, regalos para su familia de acogida y el compromiso con el que carga cada ciudadano saharaui: difundir su causa en cualquier lugar donde se encuentren.

“Bueno, cuéntenme qué saben del conflicto saharaui”, pregunta Salka a la entrevistadora con la necesidad de saber. Cuando ésta le responde lo poco que sabe (que llevan más de 50 años en el exilio y que aún esperan a que se celebre el referéndum), Salka interrumpe y reformula la pregunta, porque esa respuesta se la sabe mejor que un libro. “No, quiero decir, que desde cuándo saben del conflicto saharaui”. La entrevistadora reconoce con vergüenza que sólo desde hace una semana porque, aunque ha estudiado Geopolítica, nunca le enseñaron sobre el Sahara Occidental, ni se lo mencionaron. “Ese es el problema” responde Salka, “que este conflicto lo han callado por muchos años y nosotros seguimos en la lucha por ser libres”.

Un conflicto en “standby” una lucha diaria

En 1991 la ONU logró un acuerdo de alto al fuego entre el Frente Polisario y Marruecos a cambio de darle voz a los saharauis para que decidiesen su futuro a través de un referéndum. Pero a día de hoy, aún no se ha llevado a cabo por culpa de que el gobierno marroquí ha aplicado cualquier fórmula para evitarlo. “Ese acuerdo de la ONU no ha hecho sino reírse de nosotros”, explica Salka.

Los saharauis también han vivido el exilio desde el silencio de los medios de comunicación y de la comunidad internacional. Ni Francia, ni Estados Unidos han reconocido la soberanía del RASD sobre los territorios ocupados del Sahara Occidental. España, antiguo país colonizador del territorio, mantiene su búsqueda de una solución política justa, duradera y mutuamente aceptable, según los parámetros planteados por la ONU, mientras, paradójicamente, ratifica su intención de mantener su relación privilegiada con Marruecos.

Mientras tanto, el futuro que la mamá de Salka quería para ella está a unos cuantos meses de cumplirse, cuando se gradúe de enfermería en la Universidad de Sevilla. “Soy niña de los campamentos”, dice aunque desde los 8 años haya sido criada como española.

Su espíritu poco vacilante, su insaciable sed por dejar un precedente de la lucha de su pueblo, su acento sevillano, acentuado por sus rasgos beduinos, se suman al significado hebreo de su nombre, Salka: paz. Según ella, en árabe es salvación.