Los días siguen pasando

Los perros ladran alto en respuesta al sonido de una llave que gira en la cerradura de la entrada. Cuando Davis atraviesa la puerta, Monkey salta y gira en círculos con un entusiasmo incontrolable. Cómo puede ser la llegada de mi hermano una sorpresa para el perro, cuando él es la única persona quien ha entrado y salido por esa puerta en las últimas cinco semanas?

“No toques el perro hasta que no te hayas lavado los manos”. Mi madre, Sarah, dice desde el sofá. Davis se lava las manos enérgicamente. Su oscuro pelo largo está recogido en un moño sobre su cabeza. Se ha lavado tanto las manos que ahora están secas y pálidas. Se muerde las uñas cuando está estresado – costumbre que él y yo compartimos. Ahora, las llevamos muy cortas.

“¿Cómo está mi vectorita de gérmenes?” Davis ronronea con afecto, rascándole las orejas a Monkey con las manos limpias.

Mi madre está cocinando salmón, una cena especial, gracias a nuestra única salida de casa esta semana. Protegidos con mascarillas y guantes, estuvimos esperando en la cola del supermercado con dos metros de espacio entre nosotros y las personas enfrente y detrás de nosotros. Esa distancia de dos metros, recomendación del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en respuesta al novedoso coronavirus, se está repitiendo en todas partes del país, de todas las maneras que se puedan imaginar. Hay carteles en las puertas de las empresas, hay marcas con cinta en el suelo, hay marcas de tiza en las calles residenciales, lo dicen todos los días en las noticias.

 

Es mitad de Abril y hace tres meses, se descubrió el coronavirus en la ciudad de Wuhan en China. Más de 2 millones de personas están infectadas y más de 150,000 han muerto en todo el mundo. También está en Nevada, en nuestro rincón del mundo. Ha cambiado las vidas de casi todo el planeta, incluyéndonos a nosotros.

“¿Qué tal ha ido el trabajo hoy?” le pregunta Sarah a Davis, mientras abre el horno y la habitación se llena de calor.

“El agua todavía está sucia, así que todavía la estamos limpiando”, responde Davis, quitándose las gafas y limpiándoles el vaho con su camisa.

Davis trabaja en un laboratorio de tratamiento de aguas residuales. En la mayoría de los estados de los Estados Unidos, cualquier empresa que no sea considerada “esencial” ha tenido que cerrar. En apenas cuatro semanas, más de 22 millones de personas han solicitado subsidios de desempleo. Como su trabajo es “esencial” a ojos del estado de Nevada, Davis puede seguir trabajando. Pero aún así, él no está tranquilo en mitad de la crisis económica más grande en la historia de los Estados Unidos desde la Gran Depresión. Antes de la crisis, Davis tenía dos trabajos; ahora ha perdido uno de ellos.

“Mis horas de trabajo están tan limitadas ahora, que a veces creo que sería mejor poder estar en paro. Así al menos el gobierno podría pagarme algo”, me dice con un suspiro. “Tengo que pagar el alquiler, tengo que ir al supermercado. La vida no puede parar completamente. En algún momento, el dinero que tengo no va a ser suficiente. Y el gobierno nacional no quiere ayudarme”.

Aunque el coronavirus esté resultando en una crisis global, la respuesta de los Estados Unidos ha sido dispersa e inefectiva. El primer caso de coronavirus fue descubierto en el país el 20 de enero de 2020, pero mientras que otros países hicieron todo lo que fue posible por parar su propagación, el presidente Trump demuestra cada día en las noticias que él no está de acuerdo con el primer experto de salud pública del país. El gobierno federal de los Estados Unidos cedió la responsabilidad de controlar a los gobiernos de cada uno de los estados. La única acción nacional que el país ha tomado ha sido un paquete de estímulo que da 1.200 dólares a todos los ciudadanos y que elimina los costes médicos en relación al coronavirus para todos.

 

“¿Solo 1.200 dólares una vez? 1.200 dólares no son suficientes”,  me explica Sarah, “Alguien  tal vez puede pagar su alquiler con 1.200 dólares una vez, pero después, ¿que otra cosa puede hacer? El gobierno debería apoyar a la gente más, pero no lo hará”.

Después de la cena, friego los platos mientras mi madre pone la comida extra en el refrigerador. Ella siempre cocina demasiado. El refrigerador está tan lleno, que tiene que jugar a lo que se llama “Jenga del refrigerador”. Sarah trata de organizar la comida de cinco maneras diferentes antes de poder cerrarlo. Davis escucha un mensaje de voz de su teléfono con el altavoz. En un mundo de malas noticias, este mensaje empeora aún más las cosas para él.

Antes de la crisis, estaba en proceso de cambiar la medicación para la depresión que le diagnosticaron en 2015. Durante cinco años, ha tratado de encontrar un tratamiento que le ayudara sin provocarle efectos secundarios, ya que a veces el tratamiento es peor que la propia depresión. Davis siempre dice que sus medicamentos funcionan “lo suficientemente bien”, pero mi madre dice que “‘suficientemente bien’ no es suficientemente bueno;” Mi hermano siempre pone los ojos en blanco. El doctor le dice que ahora él no puede cambiar de tratamiento porque se necesitan exámenes de sangre y es demasiado peligroso para ir a cualquier centro médico. Así que parece que su felicidad tendrá que esperar, como tantas otras costas.

Pero nosotros no somos los únicos que tenemos que esperar por algo. Todo el mundo ha parado de una manera o otra. Eventos grandes y pequeños, con importancia para sólo una familia o para todo el mundo, ha sido pospuestos. Nuestro primo, Devon, ha cancelado su boda. En algunos estados, se han tenido que posponer las elecciones primarios. Los Juegos Olímpicos de Tokio también. Nadie sabe cuándo podrá volverse a la vida normal. Por ahora, nos adaptamos a esta ‘nueva normalidad’.

Sobre la mesa del comedor hay un montón de juegos que no habíamos sacado en más años de que puedo recordar. Ahora jugamos casi todos los días. Estaban escondidos en uno de los rincones del garaje. Después de una semana en cuarentena, Sarah los sacó y los puso en la mesa. Estaban cubiertos de polvo, pero nosotros recordamos nuestros favoritos instantáneamente. Desde este día, no los hemos devuelto al garaje. Siguen en la mesa los quedan. Esta noche hemos elegido Yahtzee. El favorito de mi madre.

Sarah se ha quedado en su habitación todo el día, y yo me he sentado en el patio, justo al lado del cual hay un sendero. Veo a las personas que pasan. Solas, con sus perros, con sus niños, con sus esposas o esposos. Cada persona con sus seres más cercanos, aquellos con quienes están pasando la cuarentena. Entiendo que su experiencia es igual a la mía y completamente diferente a la mía también. Cuando el sol se pone, regreso a la cocina. Mi madre ya está allí, cocinando. No nos hemos visto desde hace siete horas y me parece que ese ea es la mayor cantidad de tiempo que no hemos estado juntas durante las últimas semanas.

“¿Qué has hecho hoy?”  le pregunto.

“Nada en realidad”, suspira. “Menos y menos cada día, me parece. Y aún así los días pasan”.

De una manera que Sarah describe como “imposiblemente lenta e imposiblemente rápida al mismo tiempo”, abril pasa y mayo llega. En las montañas de Nevada, la nieve está desapareciendo, y con la temporada de calor, la esperanza está creciendo. El presidente quiere ‘abrir’ el país, pero mientras eso es una fuente de esperanza para algunos, es otros es una fuente de miedo.

Mi madre habla consigo misma mientras lee las noticias. Hoy, los casos de coronavirus en los Estados Unidos han pasado de un millón. Todavía hoy las playas de Florida están llenas de gente.

“Idiotas”.

Sarah agita la cabeza y sacude la coleta en la  que lleva recogido el pelo. Se puede ver sus raíces grises. Usualmente, ella se tiñe el pelo, pero en estos días no hay razón para hacerlo. Lágrimas aparecen en sus ojos. Su enfado y su miedo están justificados. A pesar de estar retirada y tener seguridad financiera, el coronavirus le presenta otras amenazas para ella.

Aunque nadie entiende el coronavirus completamente, todos están seguros de que es mucho más peligroso para quienes lo contraen con más que 60 años, o para quienes tiene su sistema inmunitario comprometido. Celebramos el sesenta cumpleaños de Sarah en octubre pasado, y además, hace diez años, sufrió cáncer de mama. Luchó con fuerza, y ella ganó, pero su sistema está debilitado para el resto su vida. Solamente entonces, después de que el cáncer hubiera desaparecido, nos contó lo que había ocurrido.

“No hay nada más egoísta que ir a la playa para divertirse, conociendo que sus acciones podrían matar a alguien”. Monkey nota que Sarah está molesta, se sienta a su lado y pone su cabeza sobre el regazo de mi madre.

Hoy, mi madre ha crecido, y sus hijos han crecido también. Ella nos muestra su miedo. Tal vez porque está más cómoda, tal vez porque no puede esconderlo en este tiempo de crisis. No hay muchos lugares donde esconderse cuando todos estamos compartiendo la misma casa todo el día cada día.

 

En nuestra casa, hemos creado un mundo propio, con nuestros espacios propios. Mi hogar es el patio. Aquí me siento todo el día. Miro, escucho, observo. Sé exactamente sobre qué montaña y exactamente a qué hora el sol se pone. Noto cada minuto que pasa. Con la distancia que hay entre yo y el resto del mundo, siento una cercanía con este lugar.

Empieza a hacer calor; las empresas empiezan a abrir y nuestra montón de juegos se desplaza a la mesa del patio. Cuando ha oscurecido afuera, jugamos a la luz de un farol. Creamos eventos a partir de los recados cotidianas; hacemos ‘brunch’ cada domingo, incluyendo ropa formal y flores en la mesa, vamos al supermercado al otro lado de la ciudad para cambiar de paisaje. Nadie sabe durante cuánto tiempo la vida seguirá siendo así. Hemos aprendido a vivir con incertidumbre, pero no todo el mundo lo ha hecho. Hay protestas en contra de la cuarentena. Los estudiantes de la universidad celebran grandes fiestas. La gente continúa viajando porque los precios de los vuelos son muy bajos ahora. Cada mañana, mi madre lee las noticias y agita su cabeza.

Los días pasan. Más de 4 millones de personas en el mundo están infectadas con el coronavirus. Mi hermano entra a través de la puerta principal. Más de 33 millones de personas en los Estados Unidos solicita el subsidio de desempleo. Los perros ladran. Más de 272.000 personas en el mundo han muerto a causa del coronavirus. Davis se lava los manos.  Más de un millón de personas en el mundo se ha recuperado del coronavirus. Le rasca las orejas a Monkey.

“¿Cómo ha ido hoy el trabajo?”  le pregunta, aunque ya conozco la respuesta.

“El agua todavía está sucia; todavía la estamos limpiando”. •