
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
Paraskevi Voula Kakares lleva más de cincuenta años en Chicago, Illinois. Pero sus raíces se remontan al pequeño pueblo de Arájova, en Grecia (Arachova, en la transcripción en inglés del nombre griego), donde nació y vivió por dieciséis años hasta que se mudó a los Estados Unidos. Desde entonces, durante toda su vida, ella ha estado construyendo: construyendo su identidad en un país extranjero; construyendo una vida mejor a partir de casi nada, y sobre todo, construyendo un futuro para su familia.
Nacida en 1946, Voula fue criada en la era de la posguerra. Y como ella dice, “aunque no he visto la guerra, he visto mucha pobreza». La pobreza tras la guerra afectó a Voula y los otros 2.000 habitantes de su pueblo, en la región de Beocia, en la Grecia central. Por eso, su niñez no fue típica. Como en las casas no había agua potable corriente, ella se acuerda de que tenía que caminar cada día para obtener agua potable de un abastecimiento público que su familia compartía con otras quince casas en el pueblo. Además, como sus padres trabajaban en el campo desde la mañana hasta la tarde, necesitaba ayudarlos después de la escuela. “Cuando terminábamos las clases, no teníamos tiempo para jugar. Necesitábamos alimentar a los pollos y cerdos”, cuenta.
Después de ayudar sus padres, ella, una de las tres hermanas, tenía que ayudar con los quehaceres del hogar, que incluían recoger frutas y verduras del jardín de su casa y de los campos donde sus padres trabajaban. Recuerda que iba montada en su burro para recoger las frutas y verduras que siguen siendo sus favoritas hasta hoy: lentejas, judías verdes, frijoles blancos y, sobre todo, patatas.
Con todo eso, su infancia estaba llena de trabajo. Pero el trabajo no interfería con sus estudios. Aunque ella solo tenía unos pocos cuadernos, un lápiz y una linterna para hacer su tarea, porque las casas carecían de electricidad, la escuela era lo más importante para ella. “El profesor me decía que era la mejor estudiante”, rememora.
A pesar de su amor por la escuela, ella no pudo seguir más allá de la primaria. Para ir al colegio, ella necesitaba mudarse a otro pueblo, y su familia no tenía dinero dinero para ello. “Mi profesor me ha dijo que era una lástima que no pudiese continuar con mis estudios, pero no tenía dinero”, dice ella, y añade que por esta razón siempre enfatiza a sus nietos la importancia de la escuela.
Debido a que no había oportunidades que le permitieran continuar sus estudios, se casó con Kosta Kakares a una edad temprana, algo que era común en esta época. Kosta ya llevaba viviendo nueve años en Estados Unidos, adonde se mudó en 1951 para mandar dinero a su familia en Grecia a fin de que pudieran reconstruir su casa, que fue quemada durante la guerra. Viajó a Carolina del Norte, donde vivía con su primo y trabajaba en un restaurante limpiando el suelo.
En 1960, Kosta volvió a Grecia a visitar a su familia durante el verano y entonces conoció a Voula, porque eran del mismo pueblo. Después de pocos días, se casaron. “No había nada de ‘me gustas y te gusto’”, recuerda Voula, que explica que su matrimonio fue arreglado y aprobado por sus padres.
A pesar de la pobreza que caracterizó la vida en el pueblo durante este tiempo, Voula dice que la celebración de su boda fue memorable, con casi 500 invitados, mucha comida y baile.
Con dieciséis años, Voula se mudó a América con Kosta para empezar su nueva vida en una tierra que le era completamente ajena. Pero esa vida nueva no era fácil para esta joven. Quizás una de los partes más difíciles fue el idioma.
Recuerda que en su primer trabajo, en una fábrica de coches, los trabajadores siempre le preguntaban si estaba «married», casada en inglés. Como ella no sabía inglés, pensaba que le estaban preguntando si su nombre era Mary, que suena parecido. “Si no vas a la escuela para aprender inglés, es muy difícil”.
Ademas del idioma, lo peor era su sueldo. En su primer trabajo, ella ganó solo veinticinco céntimos cada hora, o dieciséis dólares cada semana. Aunque su marido también tenía un sueldo bajo como camarero en un hotel de Chicago, aun así era mejor que el de ella, a cien dólares por semana.
Pero con el paso del tiempo sus sueldos han mejorado junto con su conocimiento de la cultura americana. Voula admite que al principio todo era muy extraño para ella, que venía de un pueblo pequeño y pobre. Recuerda su sorpresa al ver que todas las casas en los EEUU tenían electricidad y agua potable. Una de las cosas que más le extraño fue tener que acostumbrarse a cerrar las puertas cada vez que salía de la casa. “No cerrábamos las puertas en mi pueblo. No había miedo”.
Aunque no había miedo en su pueblo, Voula dice que tenía mucho miedo al principio de su vida en EEUU, especialmente cuando tuvo a su primer hijo a los diecisiete años. Ella se acuerda de las noches que pasaba sola con su hijo porque su marido estaba trabajando. “Vine a un país extranjero y no conocía a nadie. Era muy difícil”.
A pesar de todas sus luchas, ellos buscaron la manera de sobrevivir y criar a sus dos hijos. “Lo descubrimos, poco a poco”, dice Voula, que menciona que en su primer piso no tenía una cama normal para dormir.
Al cabo de diez años, decidieron visitar su país natal. Pero después de su visita, Voula se dio cuenta de que esta no era la vida a la que quería regresar. “Me di cuenta de qué difícil eran la vida en mi pueblo. No había oportunidades”.
Por eso, ella decidió que iba a quedarse en los EEUU y comprar su propio piso. Con esta meta, ella y su marido trabajaron y ahorraron cada dólar que ganaban, hasta que pudieron hacer un pago inicial de 11.000 dólares por una casa adosada. Durante los siguientes 17 años, trabajaron para pagar su casa. “A mi marido no le gustaba deber dinero. Pero teníamos nuestro propia casa”.
Pero ellos no solo tenían ya su propia casa. Como su casa estaba situada en una comunidad griega, esta comunidad se convirtió en su familia después de pocos años. “La comunidad era muy positiva. Todos cuidaban de todos”, dice Ted, el hijo mayor. Él también recuerda cómo todos sus amigos en la comunidad griega se encontraban en su casa para jugar al hockey en la calle. “Fue muy divertido estar juntos y reírnos. Me encanta lo unidos que estábamos en la comunidad».
Esta comunidad estaba tan unida, que fue en ella donde Ted conoció a su mujer, Irene, que vivía en el piso de enfrente de su casa. Resulta que los dos compartían una historia similar. “Me gusta estar con las personas que tienen el mismo tipo de vida que la mía. Ellos me entendían. Nunca tuve que explicar mi situación”, dice Irene.
Del mismo modo, Irene y sus padres eran inmigrantes de Neoxori, un pueblo pequeño cerca de Argos, en Grecia. “Vinimos a los EEUU para tener una vida mejor”, dice Irene.

Pero esta vida mejor no era fácil de conseguir. Dimitri y Dimitra Papadimitriou, los padres de Irene, también tenían trabajos mal pagados, en una fábrica de zapatos y una tienda de golosinas. “La vida era muy difícil. Éramos muy pobres y necesitaba trabajar desde una edad temprana para ayudar a mi familia”, dice como resumen de su vida. “Fue muy duro”.
Pero aunque no tenían muchas propiedades materiales, tenían valores fuertes. “Mis padres me enseñaron la determinación. Trabajar duro y nunca rendirse”, dice Irene. “Eso me ha ayudado toda mi vida”.
Ted, como su mujer, aprendió las mismas cosas de sus padres. “Lo más importante que aprendí fue que puedes lograr cualquier cosa en la vida si te esfuerzas”, dice. “Pese a que no conocían las costumbres de los EEUU y venían de un país diferente, mis padres crearon algo para ellos mismos. Cualquier persona puede tener éxito si quiere».
Ahora, Ted e Irene quieren compartir estos valores con sus tres hijos, Paraskevi, Kosta y Dimitra, que llevan los nombres de sus padres. Quizás para ellos el valor más importante que aprendieron de sus padres y quieren enseñar a sus hijos es que el valor que supera a todo es la familia: la importancia de la familia y de poder estar cerca los unos de los otros.
“Aunque mis padres vinieron con nada, proporcionaron mucho. La casa siempre estaba limpia, siempre había comida y, sobre todo, siempre había una familia. Siempre había cariño y afecto para nosotros. Eso es muy importante”.
