Metal del tiempo

El primer grito de la mañana, anunciando precios, suena como la sirena que llama a los obreros al trabajo, y luego, se expande con los primeros rayos de sol, que se cuelan entre los edificios de la Plaza de Montesión. Es temprano y la mayoría de las mesas, sábanas, tenderetes y puestos que conforman el mercadillo del Jueves están aún a la sombra, a la espera de que cuando el sol haya llenado con su calor la calle Feria, los vendedores hayan hecho una buena mañana de ganancias. Ya no se vende tanto como hace diez años, dice Félix, veterano vendedor, aunque en su puesto, desde hace veinte, se vende tanto como se compra. Allí, frente al mítico bar Casa Vizcaíno, reluce su gama de antigüedades, ahora un poco cansadas, con el plata, el dorado, el rojo o el verde de sus monedas, relojes, insignias y anillos esperando a que alguno de los escasos compradores que a esta hora se pasean por el mercadillo los saque de su sueño nostálgico. Algunos por coleccionismo, «pero también simplemente por capricho» dice tajante Félix. ¿Y cuáles son las historias que construyen el Jueves? Pues tan diversas como las que cuentan cada una de las monedas del puesto de este vendedor: dispares, curiosas, profundas… y siempre dignas de escuchar. A sus 85 años, Félix lleva 70 años en el mundo del coleccionismo (hagan cuentas), habla cinco idiomas y ha viajado a ciudades como Barcelona o Londres por su pasión. Todo lo que tiene en su colección está a la venta en su puesto, pensando uno que quizá lo que hace ya no es tanto por el coleccionismo en sí sino por compartirlo con los demás. O quizá es que con el paso de los años las cosas van perdiendo su valor sentimental para ir ganando valor monetario. Al fin y al cabo, de eso es de lo que más sabe Félix y lo que más nos inspira con sus palabras, de esa mescolanza entre valor sentimental y monetario que componen el mundo del Jueves.