Adiós, miedo; hola, yoga

Michelle Goodrick at her studio / CHARLOTTE ALDRICH

Mediante un enfoque integrado, activo, y altamente científico del yoga, Michelle Goodrick, fundadora de Good Yoga en Sevilla, fusiona sus enseñanzas del pasado con el mundo presente para crear una experiencia única de yoga que propone conectar y mejorar el bienestar físico y psicológico de cada alumno.

Quitaos los zapatos”.

El cuarto vacío, oculto por unas cortinas rosas con flores en la primera planta del número 19 de la calle Pagés del Corro en Triana, comienza a llenarse de alumnos y del ruido de pies desnudos deslizándose sobre el tibio suelo de madera.

“Coge dos mantas, dos bloques, y una cinta”.

Las paredes están pintadas de verde menta, pero adquieren un matiz más profundo con la tenue luz amarilla que ilumina la sala. Ahora es un bosque verde oscuro, la luz es la de un débil sol de invierno, los estudiantes son cachorros ansiosos y Michelle, una fuerza de la naturaleza que irradia confianza.

“Vamos a empezar”, dice tomando aire.

Michelle Goodrick nació en Kansas en 1984 pero desde hace cuatro años reside en Sevilla. Es fundadora y profesora de Good Yoga, una mezcla única de estilos de yoga que ha aprendido y adaptado durante su largo viaje por esta antigua práctica de la India.

“¿Cómo empecé?”, dice riéndose. Su piercing de la nariz se mueve en sintonía con su pelo rubio rojizo y una cálida sonrisa le ilumina la cara, acogiendo el silencio pensativo que sigue. Sus ojos se ensanchan, como si trataran de expandir su campo de visión para encontrar su historia, que empieza muy lejos, en Ecuador.

“En 2007 fui voluntaria en el Cuerpo de Paz de Ecuador, y esa fue la primera vez que me interesé por el yoga”. Su gato, Suka (que significa “felicidad” en hindi), salta al sofá para tener un asiento de primera fila donde escuchar la historia.

“Estaba bailando con unos amigos en Ibarra, Ecuador, y me caí y me rompí la rodilla”, empieza. “El médico me dijo que tenía que someterme a una cirugía porque probablemente tendría artritis; todo eso me asustó mucho. Antes solía salir a correr y ahora ya no podía, así que tuve que buscar algo diferente y empecé hacer yoga”.

Y funcionó. “Con el yoga no he tenido ningún problema de rodilla. Probablemente las tenga mejor que la mayoría de gente, para ser honesta”. Su risa despreocupada llena la habitación.

Antes de mudarse a España en 2013 y fundar su empresa de yoga, Michelle trabajó durante un par de años en Corea del Sur. “Estuve impartiendo clases de inglés allí, básicamente para pagar mis préstamos estudiantiles”. Fue allí donde conoció a su expareja. “Durante ese tiempo estuve viviendo con él. Le dieron un trabajo en el norte de España, así que me vine con él”.

Cuando llegó, conoció a la persona que guiaría sus primeros pasos en su viaje de yoga, Domingo Gil. “Él acababa de abrir su centro de yoga en una pequeña ciudad del norte de España llamada Aranda de Duero”. Se ríe. “Probablemente nadie va a saber dónde está”, dice sonriendo levemente. “Está en mitad de la Ribera del Duero, el país del vino. Recomiendo mucho visitarla”.

Continúa, “fui muy afortunada porque él tenía 20 años de experiencia. Con él empecé a asistir a clases de yoga, y fue con él con quien descubrí el yoga Iyengar”.

Michelle Goodrick con una de sus estudiantes / MARÍA JIMÉNEZ

El yoga Iyengar es una forma específica de hatha yoga (desarrollada por el gurú indio B.K.S. Iyengar) que se centra principalmente en la postura (“asana”), la alineación y la respiración (“pranayama”). Para Michelle, fue una iluminación, una clara señal de que estaba yendo en la dirección correcta.

“Me dije a mí misma: ‘Dios mío, esto es lo que el yoga puede hacerte sentir. Esto es lo que el yoga puede hacer’”. No sólo era estimulante físicamente, sino también psicológicamente. “Empecé a percibir una gran diferencia en cómo el movimiento de mi cuerpo con estas posturas tenía la capacidad de ayudarme a disminuir el estrés y la ansiedad que había en mi vida. No me curó completamente, pero ayudó muchísimo”.

Con su recién descubierto amor por el yoga Iyengar, se vino al sur, a la soleada ciudad de Sevilla, en agosto de 2013, pero cuando llegó no encontró este amor ‒ni el más mínimo conocimiento de yoga‒ en la gente.

“Nadie había oído hablar del yoga cuando llegué. Todos sabían lo que era el pilates pero no tenían ni idea de lo que era el yoga. Pensaban que era un culto o algo así”. Respira dejando salir el aire atrapado en su estómago. “Fue una lucha cuando llegué por primera vez”.

Para llegar a fin de mes, Michelle recurrió a una vieja destreza: enseñar inglés. “Empecé a dar clases de inglés en varias academias de aquí. Probablemente fue 20% yoga, 80% inglés. Luego, mientras intentaba salir adelante, traté de encontrar más gente y más lugares para enseñar yoga, poco a poco eso cambió, y finalmente pude decir: ‘no voy a enseñar inglés nunca más’”.

Cuatro años después, Good Yoga es un testimonio de esa persistencia. Ahora Michelle tiene un grupo de abnegados alumnos. Entre sus tres grupos, calcula: “tengo entre 30 y 50 personas a las que enseño en este momento. Pero intento no tener más de 10-12 personas en cada clase”.

Michelle Goodrick en su estudio / CHARLOTTE ALDRICH

Para Michelle, cuantos menos alumnos haya en la clase, mejor. Establecer una conexión de cuerpo-mente es lo más importante en Good Yoga, y esta conexión viene de la atención individualizada y la intervención activa que se esfuerza en dedicar a cada uno de sus alumnos. Esto es lo que hace que sus clases estén bien diferenciadas de las prácticas estándar de Iyengar. Esto es lo que hace de Good Yoga una práctica en sí misma.

“En las clases de Iyengar, los profesores no se te acercan necesariamente y te cambian de postura. Sin embargo, yo lo hago todo el tiempo. Pero les digo a mis alumnos: ‘Si no queréis que os toque, decídmelo, porque lo suelo hacer mucho’”, se ríe.

“Eso es lo que me ha animado a continuar, ver esa increíble conexión que crean mis alumnos entre su mente y su cuerpo”.

Una de sus alumnas, El, que frecuenta Good Yoga desde hace cinco meses, atribuye su estado actual de salud a Michelle y su práctica.

“Acudí por primera vez a Michelle porque un amigo mío que era alumno suyo me la recomendaba continuamente. Yo tenía los hombros muy mal: rotura parcial de ambos músculos supraespinosos, con muy poca movilidad. Fui a muchos ortopedas y fisioterapeutas, y ninguno de ellos me ayudaba”. Sonríe levemente, anticipando sus siguientes palabras. “Michelle me enseñó unos ejercicios específicos. Me ayudó a corregir mi postura y gracias a ella, hoy tengo los hombros bien”.

Levanta los brazos en perpendicular al cuerpo, para mostrar la movilidad completa de los hombros.

Continúa, “Michelle también me ayuda emocionalmente, a estar más tranquila y más animada. En los últimos minutos de clase, dirige una sesión de relajación concentrándose en la respiración. Desde que voy a estas clases, tengo mejor salud”.

“Suelo dar un enfoque muy científico a mis clases y al yoga en general”, dice Michelle. “Siempre trato de entender por qué algo funciona, por qué estamos haciendo esto, y así tengo esta información para explicársela a mis alumnos”.

De repente, le viene una imagen a la cabeza. Se inclina hacia adelante y coge de su mesita un montón de papeles sujetos con un clip.

“Ah, aquí está. La teoría polivagal para tratar un trauma. Es muy interesante”, dice, hojeando las páginas. “Está escrito por el doctor Stephen Porges. Básicamente, dice que tenemos un nervio que empieza detrás de la oreja y baja por el cuello, pasando por el esternón, conecta con el corazón y baja hasta el tracto digestivo. Este nervio está conectado directamente con el sistema parasimpático, que es el encargado de nuestra reacción de lucha, huida o parálisis”.

Michelle continúa, hablando cada vez más rápido, de la emoción: “Las asanas de Good Yoga trabajan directamente con eso, así que mientras trabajas el nervio vago, estás regulando todo tu sistema nervioso”.

Cada inspiración proporciona más seguridad, cada espiración más tranquilidad; Michelle demuestra su práctica en silencio. “Si puedes mantener una respuesta calmada, apacible, significa que eres capaz de transmitírselo a los demás”. Respira suavemente, “con el yoga, puedes empezar a controlar lo que te rodea”.

En un mundo en el que el miedo se pasea a sus anchas, donde la incertidumbre sobre nuestra salud personal, nuestras relaciones, nuestra carrera y nuestro bienestar completo abruma nuestra vida cotidiana, una cosa es segura: el mundo del bosque verde oscuro está en calma.

“Quitaos los zapatos”.

Sólo se oye el sonido de la respiración y una sonora risa.