
“El accidente fue como un golpe en mi vida que lo cambió todo. Había personas que me decían: ‘Gabriel, tú no puedes hacer esto’. Pero Dios siempre confía en mí y, poco a poco, su apoyo sigue ayudándome a llevar a cabo todo”.– Gabriel Gamarra
“Todo ocurrió muy rápido. Sentí un fuerte dolor de cabeza y como si me fuera a caer”, dice Gabriel, estirando la mano para alcanzar su vaso de Coca Cola pero agarrando un cenicero en su lugar. Era 27 de noviembre de 2008, sólo unos días después de su 20 cumpleaños “Perdí el conocimiento. Me quedé en paro cardiaco. Me llevaron al hospital en estado de coma”.
La vida de Gabriel quedó en manos de los médicos del Hospital Universitario Virgen de Rocío de Sevilla. Durante 26 días críticos, confió en sus padres, Jorge y Petita, para trabajar con los médicos y decidir lo que hacer. “Tenía una malformación arteriovenosa de los vasos sanguíneos cerebrales”, explica Gabriel, como si fuera un experto médico con 10 años de formación.
Normalmente, las arterias llevan la sangre que contiene oxígeno desde el corazón hasta el cerebro, y las venas llevan la sangre con menos oxígeno lejos del cerebro de vuelta al corazón. Cuando se produce una malformación arteriovenosa (MAV), una maraña de vasos sanguíneos del cerebro o su superficie rodea el tejido cerebral normal y vierte la sangre directamente de las arterias a las venas.
Con su hijo postrado en una cama del hospital en estado vegetal, Jorge y Petita tuvieron que decidir si firmar la autorización para que los médicos le sometieran a una operación de mucho riesgo. La operación podría despertarle del coma pero también existía la posibilidad de que Gabriel muriera. “Mis padres firmaron los papeles porque confiaban en mi habilidad para recuperarme”, dice Gabriel. “Sinceramente, tengo que darles las gracias por su valentía en ese momento. Gracias a ellos, estoy aquí hoy”.
Después de la operación, Gabriel pasó un mes recuperándose en el hospital. “Aunque me había despertado, había perdido la habilidad de moverme y hablar”, cuenta Gabriel. “Si esta malformación me hubiera afectado en Ecuador, habría muerto por la falta de atención sanitaria pública que afortunadamente hay en España con la Seguridad Social. En mi país, si no tienes dinero suficiente, te mueres. Tuve mucha suerte de que nos hubiéramos mudado y estuviera ya en Sevilla”.

Después de salir del hospital, Gabriel perdía con frecuencia el equilibrio, la estabilidad y tenía muchos problemas de memoria. “Si no apuntaba mis quehaceres, los olvidaba”, recuerda. “Sin embargo, sabía que tenía esta responsabilidad con mis obligaciones y tenía que seguir adelante con lo que dije que haría”.
Después de seis meses de terapia física, Gabriel empezó a ir a la piscina y a levantar pesas en el gimnasio. El ejercicio le ayudó a recuperar la fuerza de las piernas y a que su cuerpo se relajara mucho.
“Aunque ahora ya lo cuento tranquilamente, como si nunca hubiera llorado ni me hubiera sentido triste, es porque he aceptado lo que me ha pasado”, explica Gabriel. “Antes, no me sentía así pero recuerdo muy bien, que en el momento en que me puse de pie por primera vez, estaba demostrándoles a mis padres que podría recuperarme. Había hecho progresos y estaba riéndome”.
Gabriel cree que el apoyo de su iglesia, Manantial de Vida, una congregación evangélica situada en el barrio de San Jerónimo, jugó un papel muy importante en su recuperación, porque le ayudó a establecer una relación con Dios. “Soy cristiano evangélico, pero la verdad es que, antes del accidente, no creía en nada. No pensaba mucho en Dios”, dice Gabriel. “Después, muchas veces me sentía muy solo, como si no hubiera nadie que pudiera ayudarme”. Ahora, Gabriel afirma que confía plenamente en Dios. “Siento que estoy caminando con Jesús. Sé que Él está siempre conmigo. Me ha motivado y es una de las mayores fuerzas en mi proceso de recuperación”, dice Gabriel. “Mis padres me ayudaron a confiar en Él y a seguir luchando”.
Hoy en día, sus padres y sus hermanos menores, Elvis y Alberto, viven en Alemania, y Gabriel vive en un apartamento con unos amigos que considera como su segunda familia.
“Después del accidente, pensaba que algo malo me podría ocurrir otra vez. Pero ahora, no tengo miedo”, dice Gabriel con una gran confianza en su voz. “Los médicos me dijeron que esto no podía ocurrirme otra vez. Físicamente, tengo retos. Camino con la estabilidad de un borracho, pero hombre, ¡puedo caminar! Quiero avanzar; quiero seguir mejorando y viviendo”.
Casi seis años después de su accidente, Gabriel ha abandonado su sueño de la infancia de ser futbolista para asumir un papel destacado como miembro de su iglesia. “Me gustaría estar sirviendo a Dios”, dice Gabriel. “No sé lo que Él tendrá preparado para mí, pero espero estaré ayudando a otras personas”.
Gabriel explica que uno de sus modelos es Nick Vujicic, un australiano que nació con síndrome de tetra-amelia, un raro trastorno caracterizado por la ausencia de las cuatro extremidades. Aunque Nick tuvo que luchar por aceptar su condición física, pudo conseguirlo gracias a su fe como cristiano evangélico. Hoy viaja por todo el mundo dando charlas motivacionales sobre cómo Dios le ayudó a adaptarse a su situación en la vida. Con la misma intención de inspirar a otros, Gabriel ha creado unos vídeos en los que explica su accidente y su proceso de recuperación. Con más de 5.000 visitas en YouTube de personas de todo el mundo, ha comenzado su camino para ayudar a otros.
“Cada persona tiene sus propias batallas, pero tienes que creer en ti mismo. Como mínimo, ¡te tienes que reír!”, alienta Gabriel con su propia sonrisa reconfortante. “¡No te rindas!” •