Caminando bajo el agua

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PABLO TOVAR CUENTA CÓMO HA SUPERADO, GRACIAS A LOS DEPORTES Y A SUS AMIGOS, LA PESADILLA DEL ACCIDENTE DE TRáFICO QUE CAMBIÓ SU VIDA.

EL NúMERO QUE MARCABA SU VELOCÍMETRO no importaba en momentos como aquellos. El viento era gélido; aire refrescante sobre sus manos, por su chaqueta, y entre su pelo. Se sentía infinito en su motocicleta, acelerando al girar en las continuas curvas cerradas del camino sagrado de las montañas de Huelva con sus dos mejores amigos. Observando cómo se mezclaban las sombras verde y marrón de la naturaleza, el tiempo no existía.

PERO, EN LOS POCOS SEGUNDOS POSTERIORES a ver el Audi A3 tomar la curva con los árboles flanqueándolo a cada lado de la carretera, el tiempo lo fue todo. No hubo chirridos ni tampoco ningún pitido. El choque pareció rápido y silencioso pero, en esos pocos segundos, su vida cambiaría para siempre.

EL 28 DE JUNIO DE 2008, Pablo Tovar, de 22 años, chocó de cabeza en su motocicleta contra un Audi que venía de frente. Cuando despertó, estaba tumbado en el asfalto, en estado de shock e incapaz de moverse. Un helicóptero de urgencias zumbaba sobre él, levantando polvo y hojas esparcidas mientras bajaba.

VARIAS HORAS DESPUéS, aunque para él bien podría haber pasado un millón de años o solo un minuto, esperaba tumbado en una habitación descolorida con el aire viciado en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla. La enfermera fue a darle las noticias. Se había partido dos vertebras, lo cual le había causado una lesión en la médula espinal. Paralizado de cintura para abajo, no podría volver a caminar.

PABLO, que ahora tiene 28 años, hace una pausa de unos segundos para meditar.

“DE CRÍO, me encantaba jugar fuera de casa, más que a ninguno de mis cuatro hermanos”, dice. “Recuerdo que mi padre me llevaba al parque casi todos los días para montar en bici, jugar al fútbol y correr por ahí”. Esos son los recuerdos favoritos de la infancia de Pablo.

CON 13 AÑOS, ya había practicado taekwondo, voleibol, pádel y estaba en el equipo de fútbol de su colegio. Después conoció a algunos de sus mejores amigos a través del motocrós. “Íbamos al circuito y nos pasábamos tres o cuatro horas en las motos. Nos lo pasábamos en grande. Era genial”, dice Álvaro de Pro Álvarez, uno de los compañeros de clase y amigos moteros de Pablo.

“PERO TODO PUEDE CAMBIAR en un instante”, afirma Pablo con convicción. Al principio, pensaba que la colisión le había cerrado las puertas a cualquier posibilidad de tener éxito en la vida. Durante los días posteriores al accidente, sintió que lo había perdido todo y no podría seguir adelante. “Todo parecía más gris que antes, con menos importancia y menos vida”, dice. POCO A POCO, la vida siguió y, con el paso del tiempo, él mismo salió adelante. Aceptó la realidad de que tendría que hacerlo todo sin mover las piernas y empezó a buscar algo que diera sentido a esta nueva etapa de su vida. “Quería cambiar lo menos posible. Quería seguir haciendo lo que siempre me había gustado y, para mí, eso significaba seguir activo y al aire libre”, explica Pablo. “La definición de ‘deporte’ no hace justicia. Para mí, es una forma de sentirme vivo, libre y feliz, ya esté jugando solo o con otros. Los deportes han sido una fuente constante de felicidad para mí”.

LOS DEPORTES y el sentimiento de compañerismo que llevan asociado han ayudado a Pablo a superar su lesión como ninguna otra cosa lo habría podido hacer. “He recibido una cantidad de ayuda impresionante de la gente, incluso de gente que ni siquiera conocía”, dice. “Lo que me sorprende es que hay gente que está dispuesta a hacer un esfuerzo extra para ponérmelo fácil a mí. Es una lección de humildad”.

PERO NO SIEMPRE FUE TAN FÁCIL. La opción de poder jugar a fútbol o al voleibol con sus amigos se había esfumado por la ventana y, hasta el pádel, suponía una miríada de obstáculos. Él ha superado la mayoría de ellos. Hoy, juega al pádel todos los lunes y los miércoles, ha hecho kayak en el río, nada y hace esquí acuático en verano y esquí de montaña en invierno. El verano pasado, probó el parapente por primera vez y, recientemente, ha empezado a hacer submarinismo.

BAJO EL AGUA, no parece diferente a los demás. Allí abajo, no depende de ningún tipo de silla, utiliza las mismas herramientas que cualquier otro buzo: solo unas aletas, una máscara y un tanque de oxigeno. Cuando está sumergido en el agua o haciendo cualquier otro deporte, le envuelve una paz incomparable. Es un idioma común comprendido por todos los atletas; un idioma que no requiere palabras.

“PARAR EN MITAD DE UNA MONTAÑA, cuando somos solo la montaña y yo, sin sentir cómo se deslizan mis esquís, disfrutar de este momento y nada más. Entonces es cuando me siento más vivo. Es la mejor manera de conocerse uno mismo, de saber quién eres”, cree Pablo. En estos términos, él ha aprendido a conocerse a sí mismo muy bien.

EL AÑO PASADO, compitió en el Campeonato de