El viaje de vuelta a El Jueves

Rosa Paz Caballero / SELINA GUEVARA

Para Rosa Paz Caballero, de 62 años, y su marido, Manuel Galindo Geneiro, de 63, la familia es el núcleo de todo lo que hacen. Desde la estabilidad financiera en Madrid, hasta la búsqueda de metal y cartón para vender en las calles de Sevilla, y ahora vendiendo antigüedades en un mercado histórico para conseguir un dinero extra, Manuel y Rosa trabajan duro para mantener a sus seres queridos.

“Teníamos que alimentar a nuestros hijos. Era nuestra responsabilidad. Trabajábamos toda la noche, dormíamos de tres a cuatro horas y trabajábamos durante todo el día mientras los niños estaban en el colegio”. Es 1978. Rosa, Manuel y sus cinco hijos viven en un apartamento del barrio de Vista Alegre, a 9 kilómetros del centro de la ciudad de Madrid. Él se unió a la Policía Nacional ese mismo año, después de tres meses de entrenamiento en la Academia. Rosa se ocupa del hogar y de sus hijos, que van todos al colegio. Los costes de la educación son abrumadores para la familia, que vive con el salario mínimo de Manuel de 28.000 pesetas, el equivalente a unos 170 euros, de las cuales 10.000, el equivalente a unos 70 euros, se les van sólo en el alquiler. A medida que pasa el tiempo, los gastos escolares aumentan y, a medida que aumenta la necesidad de material escolar, las finanzas afectan a toda la familia. “No podíamos pagar las necesidades básicas y tuvimos que comenzar a pedir dinero prestado”, explica Rosa, ya que pueden abrir una línea de crédito en los supermercados, pero su vida no es sostenible.

11 años después, en 1989, surgen dificultades financieras, ya que Manuel queda suspendido de empleo y sueldo por la Policía Nacional. Al no tener otra opción, Manuel y Rosa deciden hacer el viaje de regreso a Sevilla, su lugar de nacimiento. Rosa es del barrio de San Julián y Manuel de Triana, en la orilla oeste del río Guadalquivir. Con el nuevo permiso de conducir de él, Rosa y Manuel deciden hacer dos viajes para mudarse a Sevilla. En el primero llevan a sus hijos. Ángel, de 17 años, Macarena, de 15, Rosa, de 9, Manuel, de 8, María Dolores, de 6 y la novia de su hijo mayor, Ángel, apiñados en un Seat 124 blanco de por lo menos 20 años que compraron de segunda mano. En el segundo viaje, Manuel y Rosa transportan todas sus pertenencias entre un camión de mudanza y su propio automóvil, pero las cosas se ponen feas en Ciudad Real, a 330 kilómetros de Sevilla, a menos de la mitad del viaje. “El coche se averió y nos vimos obligados a abandonarlo en una cuneta”, recuerda Manuel. “Nos dejó tirados”. El camión de mudanza continúa hacia Sevilla, pero se quedan con las minucias, incluyendo plantas y un televisor. “Pudimos viajar en taxi el resto del camino, pero nos vimos obligados a dejar los objetos grandes en el coche”, dice Rosa que, al igual que Manuel, esperaba poder regresar para recogerlos.

Loli y Ángel venden sus figuritas de Playmobil en la calle Feria / SELINA GUEVARA

Cuando llegan a Sevilla en agosto de 1989, no hay nadie para ayudarlos. “La familia de Manuel estaba de vacaciones en la playa, pero no sabíamos dónde”, recuerda Rosa. “Con la suspensión de Manuel, teníamos el dinero justo”. Pueden alquilar un apartamento en el barrio de Parque Alcosa, en el sector este de la ciudad, cerca del aeropuerto. No tienen apoyo externo, ni dinero, ni nada: sólo sus hijos y el uno al otro. Poco después, en septiembre de 1989, la madre de Manuel regresa de las vacaciones familiares en la playa y puede prestarles dinero, que usan para comprar otro coche usado, esta vez un Seat 133 amarillo. “Para conseguir dinero, íbamos de contenedor en contenedor, desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, 14 kilómetros, recogiendo todo lo que podíamos encontrar”, afirma Rosa. Encuentran y venden antigüedades, trozos de metal y cartón. “El mejor año que tuve… trabajé mucho para mantener a mi familia”, explica Manuel. En una noche, recogió 1.000 kilogramos de cartón. Es un ciclo sin fin. El trabajo nunca termina, ya que Manuel vuelve a salir durante el día y busca más antigüedades, trozos de metal y cartón para vender. Cuando los niños están en el colegio, Rosa también ayuda. “Con el dinero que ganábamos, podía hacer comida para un día, pero sólo para dos personas”, explica Rosa. “Dábamos prioridad a nuestros hijos”.

El mismo año de su llegada a Sevilla, un amigo les dice que vende antigüedades y juguetes en el mercadillo de la calle Feria, El Jueves, e invita a Rosa y Manuel a que lo visiten en su puesto.

“Veíamos valor en cosas que otras personas no apreciaban y vendíamos los artículos a aquéllos que también apreciaban su valor”, dice Rosa. Esto creó un hábito de supervivencia en la familia, que continua hoy. Si los hijos de Rosa y Manuel, o incluso sus nietos, ven algo en la calle que valga la pena, se lo llevan. “Queríamos una forma humilde de ganar dinero. Necesitábamos mostrarles a nuestros hijos que el trabajo duro y la perseverancia son rentables, tal vez no económicamente, pero sí moralmente”, explica Rosa.

Rosa Paz Caballero / SELINA GUEVARA

Se convirtieron en asiduos de El Jueves que, según consta en los registros, fue fundado en el siglo XIII durante el reinado de Fernando III, lo que lo convierte en el mercado más antiguo de España. Hubo un período en los años noventa en que el mercado fue trasladado por el gobierno local a la Alameda de Hércules, una popular plaza ubicada a sólo 200 metros de distancia, debido a las quejas de los residentes de la calle Feria. Sin embargo, luego volvió a su ubicación original. “Los otros negocios de la calle se vieron perjudicados por la ausencia del mercado”, explica Rosa.

En 1990, los 13 meses de suspensión habían pasado y Manuel comienza a recibir una paga por invalidez en 1991. Con unos ingresos estables, Rosa y Manuel pueden comprar un apartamento en la calle Estrella Canopus en el barrio de Pino Montano, donde hoy en día residen. Con sus ingresos actuales se mantienen no sólo ellos mismos, sino también a sus nietos.

“Lo que no pude permitirme dar a mis hijos ahora puedo dárselo a mis nietos”, dice Rosa. “Hubo una Navidad en la que no pudimos comprar nada a nuestros niños por el Día de Reyes, el 6 de enero, y eso me rompió el corazón”. Ése fue el último año en que tuvieron tal vacío.

El Jueves no sólo mejora la calidad de vida de la familia desde el punto de vista financiero, sino también social. “El mercado tiene un ambiente increíble. Me encanta su público y tengo buenas relaciones con muchas personas”, dice Rosa. “Con médicos y abogados, que luego nos ayudaron a mí y a mi familia”.

La participación de Rosa en el mercado la lleva a colaborar en la creación, en noviembre de 2008, la Asociación Mercadillo Histórico Popular El Jueves, que contaba con 139 miembros, y de la que se convierte en su primera presidenta. “El Ayuntamiento nos estaba cobrando a los vendedores una gran cantidad de dinero por vender”, explica Rosa. “Quería preservar y proteger no sólo los mejores intereses de vendedores y clientes, sino también la historia del mercado”. Sin embargo, antes de la formación de la asociación, se enfrentan a una serie de obstáculos por parte de todos los partidos políticos y funcionarios gubernamentales, que piensan que los vendedores de El Jueves no son de fiar. A pesar de los comentarios negativos y la falta de apoyo de la oposición, Rosa, Manuel y algunos de los vendedores más veteranos y comprometidos del mercado consiguen formar la Asociación con la ayuda de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Teniente de Alcalde del Gobierno local con el Partido Socialista (PSOE), e implementar reglas, regulaciones y tarifas para promover un ambiente seguro y positivo. “El mercado es un espacio lleno de amistades”, dice Rosa. “Nos respetan y nosotros a cambio los respetamos a ellos”.

Manuel Galindo Geneiro charla con un visitante del mercadillo / SELINA GUEVARA

Hoy, el hijo mayor de Rosa, Ángel, vende Playmobil con su esposa, Loli. Mira al público que toca los personajes que tienen en la mesa. “Crecí jugando con Playmobil. Ahora es un negocio”, dice. “Viajamos por todo el país recolectando diferentes personajes, para complacer a nuestros clientes”.

Al lado de Ángel, entre puestos cubiertos por toldos azules y verdes, justo a la entrada de la farmacia Montesión, Manuel se sienta en su silla de jardín a lado de su lona de reliquias y antigüedades. La atmósfera a su alrededor está nublada por el humo del cigarrillo que fuma y por la gran cantidad de gente que viene a saludarlo. Después de todo, ahora es el secretario de la asociación. “Seguimos durmiendo muy poco todas las noches, pero ésa es nuestra forma de vida”, dice Manuel. Las arrugas de su rostro y un bigote bien arreglado cuentan la historia de más de 25 años en el mercado de El Jueves, levantándose cada día a las cinco de la mañana con su mujer, Rosa, cuyas gafas brillan al sol tras su mesa roja, al otro lado de la calle.

Con su mesa adornada con figuras religiosas, fuentes y barcos de juguete en primera fila, Rosa interactúa con el público, contándo historias no sólo de los objetos que tiene a la venta, sino también de su propia vida. “En El Jueves, detrás de cada puesto y de cada vendedor hay una historia y hay una familia”.  •