El Gato se va en su bicicleta

Jesús Barrera in his bookstore Un Gato en Bicicleta / ALEJANDRA CORNEJO

De París a Berlín, de Madrid a Nueva York, de Barcelona a Londres y ahora Sevilla. La gentrificación es un proceso que afecta a barrios de las ciudades más importantes del mundo, desterrando a vecinos y comercios y sustituyéndolos por otros con mayor poder adquisitivo.

Es un lunes lluvioso de mediados de noviembre en Sevilla. El Metropol Parasol de la Plaza de la Encarnación, más conocido en la ciudad como “Las Setas”, hace de techo para los que no tienen donde resguardarse, mientras la calle se convierte en una corriente descontrolada de paraguas. A pesar de que el agua cae a mares, las terrazas del ensanche del inicio de la calle Regina están llenas de mesas que, aunque vacías, evidencian la vida que tiene este barrio que une la calle Feria con el centro de la ciudad.

“Antes ésta era una calle chunga, propiedad de los yonquis y la prostitución, daba miedo pasar por aquí”, recuerda el expublicista Jesús Barrera, sentado en el taburete desde el que atiende a sus clientes de la librería especializada Un Gato en Bicicleta, situada en el número 8 de la calle Regina. Sin embargo, con el florecimiento de los gigantescos hongos de madera en 2011, brotaron también comercios en las calles aledañas. Regina fue una de las más fértiles y sus locales se fueron llenando, poco a poco, de jóvenes emprendedores que apostaban por el comercio justo, la artesanía, la ecología, la moda alternativa, la literatura independiente y el consumo de proximidad y responsable. “Yo creo en la necesidad de adquirir productos locales, si todos nos ayudamos, todos salimos adelante”, comenta Jesús.

“La creación de la cooperativa Regina Market, por parte de los propietarios de algunos comercios, comenzó a darle vida a la calle: organizábamos un mercadillo todas las semanas, teatros, exposiciones, recitales, conciertos y presentaciones de libros”, continúa Jesús. “Fue entonces cuando los medios de comunicación se volcaron con la calle y le dieron repercusión. Salimos en Diario de Sevilla, ABC, El Correo de Andalucía y de ahí a las televisiones nacionales, a The New York Times y The Guardian. Así que ahora estamos en todas las guías turísticas”.

Calle Regina con una vista de la estructura del Metropol Parasol del arquitecto Jürgen Mayer / ALEJANDRA CORNEJO

La suya es una librería con un concepto diferente al que estamos acostumbrados, un engranaje esencial para la calle y el barrio en los que está situada, con una galería de arte en la que exponen artistas emergentes y un taller de cerámica en el que trabaja y enseña la socia de Jesús y cofundadora del Gato, Raquel Eidem. “Yo apuesto por el trabajo libre e independiente, hay grandes editoriales con las que me niego a trabajar porque sé lo que hay detrás y no quiero contribuir a ello, por eso la gran mayoría de los libros que hay aquí son de autores españoles y a muchos de ellos los conozco personalmente”, explica el dueño de Un Gato en Bicicleta. “Por ejemplo, éste”, dice cogiendo un libro de una pila que hay encima de una pequeña mesa blanca, “éste que es de Erika, una pedagoga menstrual, es un libro feminista sobre la menstruación, como la conozco, sé cómo y por qué ha escrito el libro, estoy al tanto del proceso productivo y quiero tenerlo en mi librería”.

Sin embargo, esta mezcla entre librería, galería de arte y taller artesanal no está teniendo la buena suerte que Jesús esperaba hace casi seis años, cuando el Gato aparcó su bicicleta en Regina. “Hace un año que murió la dueña del local y sus hijos lo dejaron en manos de una asesoría, desde entonces nuestra situación es insostenible”, revela Jesús.

“Este edificio es del siglo XIX y tiene un techo de uralita que ha provocado ya varias inundaciones”, se lamenta el arrendatario. “Hace dos años una catarata de agua que caía desde el tejado nos sorprendió durante una función de teatro, menos mal que aquí había mucha gente y todos nos ayudaron a sacar el agua con cubos, pero yo perdí todos mis papeles y mi ordenador y tardé dos meses en recuperar la información”.

De repente lo interrumpe Raquel, que está trabajando en el taller de la primera planta, pero necesita algo para frenar una gotera. “Allí al fondo tenemos unas cuantas más”, dice Jesús sonriendo irónicamente, que en los días lluviosos siempre se teme lo peor. “Nuestro seguro no nos respondió muy bien” continúa, “así que tuvimos que arreglarlo todo de nuestro propio bolsillo. Más tarde, los nuevos dueños del local nos anunciaron una subida del alquiler del 40%. Nos negamos en rotundo”.

Raquel Eidem en su taller de cerámica de la primera planta de Un Gato en Bicicleta / A. CORNEJO

El sociólogo Daniel Sorando y el arquitecto urbanista Álvaro Ardura analizan en su libro First we take Manhattan, La destrucción creativa de las ciudades, la gentrificación –del inglés gentrification– como un proceso en el que se compran activos inmobiliarios a bajo precio, en un barrio que ha sido destruido, para venderlos cuando se revalorizan debido a la regeneración de dicha zona. Se trata de una conflictiva elitización urbana que provoca que personas de mayor nivel socioeconómico colonicen un lugar y desplacen a sus comerciantes y vecinos, que ya no pueden pagar el precio de sus alquileres. La gentrificación es una transformación de las ciudades frecuente en países como Suecia, Alemania, Estados Unidos, Francia, España o Inglaterra, aunque de forma diferente, dependiendo de las características socioeconómicas de cada lugar.

Según Sorando y Ardura, este fenómeno comenzó en España por la Barcelona postolímpica, siguiendo por el barrio madrileño de Chueca y, más tarde, el de Malasaña. Son barrios con marca propia que se han convertido en los últimos años en un producto que atrae a los más sibaritas, que pagan un precio desorbitado por apartamentos, souvenirs, locales y tazas de café con espumas en formas imposibles, sólo por llevar el distintivo de la zona de moda. Mientras, las tiendas que llevaban allí desde que el barrio empezó a ser barrio, pescaderías, zapaterías, fruterías y mercerías familiares, se vieron obligadas a desplazarse a otros lugares del extrarradio donde sí se podían permitir el alquiler de los locales.

En Sevilla, la marea gentrificadora se ha desplazado de Triana a la Alameda y de ahí a San Bernardo. De oeste a este y de sur a norte, la ciudad también está siendo víctima de este fenómeno. Ahora es el turno de los jóvenes emprendedores que conquistaron la calle Regina y la resucitaron. “Si hablamos con el Ayuntamiento, dirán que la gentrificación es positiva porque hablarán de desarrollo económico. Las grandes empresas que nos sustituirán contratarán a gente por dos duros pero la sacarán del paro, que es lo que les importa. Pero ¿dónde está el trabajo de calidad?”, se pregunta Jesús. “La gente se queja de que el turismo está destrozando las ciudades, pero no es culpa de los viajeros, es culpa de los ayuntamientos, que no ponen los límites necesarios”, continúa.

Jesús Barrera en su librería Un Gato en Bicicleta, días antes de la mudanza al nuevo local / A. CORNEJO

Para este dinamizador de la cultura, que se define como romántico, la gentrificación mata al pequeño comercio. “Si este fenómeno no existiera, a nosotros nos iría mejor y, además, podríamos contratar a alguien ofreciéndole un sueldo de verdad. Ahí está la diferencia”, se lamenta.

“Nosotros fuimos de los primeros que llegaron aquí y por lo tanto de los primeros a los que se les ha terminado el contrato de alquiler, pero a los demás no tardarán en anunciarles subidas en sus mensualidades”, explica Jesús con un brillo de tristeza en los ojos. “La calle ya está llena de franquicias y, al precio al que se están poniendo los alquileres, no tardarán en llegar más”, concluye.

Es por esto que el Gato coge sus libros, su arte y su bicicleta y se muda a otra zona de Sevilla, aunque bajo la sombra de las mismas setas, en lo que los comerciantes del entorno de la Plaza de la Alfalfa llaman el Soho Benita. “En la calle Pérez Galdós vamos a pagar menos de lo que pagábamos aquí al principio y, aunque me gustaría mucho quedarme y seguir cerca de mis vecinos”, afirma Jesús, “estoy tan quemado de esta situación que ya no me da pena irme”.