AquÍ, rutina no hay

Carmen Olivera, one of the residents of the San Juan de Dios residency on calle Sagasta.  / ANTONIO PÉREZ

foto: Carmen Olivera, una de las residentes de la residencia San Juan de Dios en la calle Sagasta. / ANTONIO PÉREZ

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Siguiendo el ejemplo y la obra de San Juan de Dios, portugués nacido en 1495 en la diócesis de Évora, la orden hospitalaria que el santo fundó en Granada en 1539 está hoy presente en 53 países y cuenta con más de 40.000 colaboradores y trabajadores que asisten a unos 20 millones de beneficiarios. Entre ellos se encuentran los 80 residentes, 20 voluntarios y 50 trabajadores de la residencia que la orden regenta en la calle Sagasta de Sevilla desde 1571, en la que juntos forman una gran familia unida.

“VOY A LA SEGUNDA”, dice al subir la señora María del Carmen Olivera, o simplemente Carmen, como pre ere que la llamen. “Me he puesto estos zapa- tos porque viene una periodista”, dice ajustándose las gafas y señalándose los pies con satisfacción. Acompañando el murmullo de la entrada, se oye el timbre del ascensor a cada minuto. Al bajarse, Carmen se une a otros residentes para hacer su terapia del día con la Wii. “Es un entrenamiento cognitivo”, explica Cristina Lucenilla. Como tra- bajadora social y miembro del Comité de Direc- ción del centro, Cristina se enorgullece de saber que los residentes participan en actividades que mejoran sus facultades.

La terapeuta ocupacional Beatriz Gómez (Bea) conduce la sesión. “Muy bien. A ver, con- tamos las bolas azules y rojas que entren”, explica Bea. Los cuatro residentes que participan hoy le responden de inmediato y con entusiasmo. “¡Dos rojas y tres azules!”. Bea también se hace cargo de las terapias en la Sala de la Inmaculada del centro. “Aquí utilizamos el panel cotidiano con mate- riales de uso habitual pero que algunas personas han dejado de utilizar”. El panel está compuesto por interruptores de luz, perillas de puertas, una alcachofa de la ducha y otros objetos cotidianos. Mientras que el panel permite que los residentes practiquen manualidades, la terapia con la Wii les ayuda con la memoria y el cálculo.

El apoyo que ofrece la residencia hace que los residentes se adapten al ambiente y se sientan acompañados. “Nosotros somos su familia”, co- menta Cristina mientras se enfunda en su larga bata blanca. “Nuestro Pepito, nuestro Manolito…”.

A los residentes autónomos se les anima a seguir haciendo su vida. “El centro está ahí para ayudarles, no para imponerles un estilo de vida con el que ellos no estén de acuerdo. Pueden en- trar y salir cuando gusten, siempre y cuando no suponga un riesgo para ellos y sea compatible con la organización del centro”, a rma Cristina. Los terapeutas trabajan junto con los auxiliares y vo- luntarios para asegurar que la vida de los residen- tes sea lo más cómoda y sana posible. El centro está igualmente diseñado para ello, con rampas en cada salida y entrada, columnas y barandillas en cada espacio y habitaciones con mobiliario ge- riátrico de alta gama. “Las camas son de madera, así que cuando las personas mayores buscan un apoyo no se encuentran el frío de un hierro”, ex- plica Cristina.

La residencia está abierta a toda persona ma- yor que necesite asistencia, cualquiera que sea su condición religiosa, social o económica, sin más limitaciones que las que se deriven de las propias características del centro, las cuales son de públi- co conocimiento. “A cada nuevo residente se le facilita todo para que el ingreso no sea traumáti- co, ya sea que están aquí por necesidad o porque ellos lo han elegido”, explica Cristina.

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foto: Beatriz Gómez, terapeuta ocupacional de la residencia San Juan de Dios. / ANTONIO PÉREZ

Carmen lleva dos años viviendo en la residen- cia de la calle Sagasta con la asistencia de Cristi- na, Bea y el resto de trabajadores del centro. “Una trabajadora social en un centro de mayores acompaña a los residentes en todo su proceso, y vive con ellos”, dice Cristina.

Con sus zapatos de vestir aún puestos, Car- men termina su terapia del día con la Wii y se dirige a la Sala de la Inmaculada para esperar a la periodista que la quiere entrevistar. “Siempre he vivido aquí muy cerca de la calle Sagasta”, dice. “Aquí en la residencia me gusta pintar, hacer cál- culo, practicar lengua y varias otras cosas”, dice contando con sus dedos. Normalmente, al termi- nar la terapia cognitiva, Carmen participa en la misa que se celebra todos los días a la una de la tarde en la imponente capilla del siglo XVI, situa- da en la planta baja del edi cio. Después, el al- muerzo y de nuevo a la Sala de la Inmaculada para usar los ordenadores. “Las nuevas tecnologías son para la gente que está un poco mejor y que hasta tienen sus propios correo electrónicos”, dice Bea.

A pesar de las limitaciones que la edad les im- pone a la mayoría de los residentes, la residencia de San Juan de Dios está llena de vida. A Rafael Molina se le ilumina el rostro Cuando Cristina se aproxima a él. “¡Hola Rafael! Pensaba que habías salido a una cita médica hoy”, le dice. “Pero ya es- toy aquí”, responde con una sonrisa llena de dien- tes. Rafael lleva una camisa muy bien planchada y gafas negras que no llegan a disimular sus grandes ojos color café. “Aquí, rutina no hay. Yo llevo tres años y cuatro meses y me gusta muchísimo. Como soy autónomo, salgo, vuelvo, me voy de viaje, digo si vengo a comer o no; como por ejemplo el sá- bado, que ya tengo planes”, dice entre risas. Cual- quiera que hable con él jamás se dará cuenta de lo que en verdad sufre. “Yo soy una persona de- presiva”, dice Rafael, que trabajó durante muchos años como ingeniero con una empresa americana antes de irse a vivir a la calle Sagasta. “Como yo no podía ir a ningún medico, ni seguir ningún tratamiento, pues he estado soportando las de- presiones a base de echarle valor”. Ya cuando se jubiló, él mismo tomó la decisión de venirse a vivir aquí, donde ahora disfruta de una habitación y un cuarto de baño adaptado a sus necesidades, varias plantas donde se fomentan las relaciones sociales y los espacios de comunicación e intimidad, ser- vicio médico, trabajo social, terapia ocupacional y animación socio-cultural entre otras cosas. Por eso Cristina enfatiza, “la gente, cuando viene a la entrevista de ingreso, llega con la idea de que es para acabar sus días y aquí siempre se les dice: no, aquí se viene a vivir plenamente”. •

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foto: Rafael Molina, uno de los residentes de la residencia San Juan de Dios en la calle Sagasta. / ANTONIO PÉREZ