
Foto: Marta en su floristería con la iglesia de San Marcos al fondo. / RYAN DOLAN
LA PARROQUIA DE SAN MARCOS, EN LA PARTE NORTE DEL CASCO ANTIGUO DE SEVILL A, ES EL HOGAR DE UNA COMUNIDAD QUE LUCHA POR MANTENER VIVO EL MENSAJE DE LOS EVANGELIOS EN UNA SOCIEDAD CADA VEZ MAS SECULARIZADA.
“DAME DOS LIRIOS BLANCOS… Me gusta el fucsia también”. La voz de una mujer de mediana edad emana del interior de una floristería pequeña en la esquina de la plaza de San Marcos. Construye las frases abreviando las palabras, que salen de su boca rápidamente y en voz muy alta, saltándose la “s” ocasionalmente, que es como muchos sevillanos hablan entre ellos en la calle. “Dame dos ramos de blancos y uno de rojos… no, porque ya los compré el otro día… vale… venga, ¡gracias!”
Marta Quintana (48) la dueña de esta tienda situada en el casco antiguo de Sevilla, sale finalmente con una cautivadora sonrisa del pequeño espacio acristalado donde se encuentra el teléfo no. Hoy, la floristería de Marta es una de las mu – chas tiendas pequeñas que rodean la plaza—una frutería, una droguería, una pizzería y la Taberna León de San Marcos.
Puedes encontrarla allí casi todos los días, arreglando y regando las flores mientras charla con varios visitantes, principalmente con una mujer mayor que se llama Isabel, que parece pegada perennemente a su andador. Marta es tam – bién catequista en la parroquia local, San Marcos, situada en el centro de la plaza.
Construida en el siglo XIV, como muchas otras de la zona, la iglesia ha perecido y renacido varias veces. Fue reducida a cenizas en 1470 a causa de una centenaria escaramuza entre dos familias prominentes de Sevilla. Luego fue destruida otra vez en un incendio en 1936, durante los violentos días que llevaron a España a la Guerra Civil, y permaneció cerrada al público hasta 1970. El edificio tiene una mezcla de elementos islámicos y góticos, incluidos un friso sebka y un arco apuntado con arquivoltas, típicos del estilo arquitectónico mudéjar tan característico de Sevilla y otras ciudades de España. Sobre la puerta, se encuentra el Padre Eterno, flanqueado por San Gabriel y la Virgen María, uno a cada lado. La torre, que se cierne sobre la plaza como un antiguo patriarca, parece estar inspirada directamente en la Giralda, el famoso alminar del siglo XI que preside la Catedral de Sevilla.
La iglesia de San Marcos es una joya de la corona para la pequeña comunidad de perso – nas que forman parte activamente de ella, como Marta, pero para nadie más que para el Padre Esteban Ramírez.
Esteban, quien previamente trabajaba en Cádiz en un internado para niños en riesgo de exclusión social, tiene un mechón de pelo blanco coronando su cabeza, y su semblante es serio —una mirada escrutiñadora tras sus gafas de montura fina—hasta que se ilumina con una sonrisa. En un despacho pequeño de la iglesia, explica que lleva en San Marcos sólo seis meses, pero ya ha contribuido a los registros de la iglesia que los sacerdotes llevan escribiendo los últimos 50 años y que ahora se entregan con delicadeza a los visitantes.
Sólo otros dos sacerdotes viven en la parroquia hoy en día con Esteban: el Padre Miguel del Castillo, que antes de unirse a la parroquia pasó 44 años trabajando en misiones en África, y el Padre Adolfo Sastre que trabajó, como Esteban, en el internado de Cádiz. Comparten una cocina, una terraza y un comedor pequeño. El dormitorio de Esteban es tan pequeño como la habitación de una residencia de estudiantes, y en él hay fotos de todas las etapas de la vida de Esteban, con amigos y familia. Tiene un innegable aire de humildad. Probablemente, casi todas sus posesiones están contenidas en este espacio diminuto.
Foto: Fátima con su nieto Guillermo. / ANTONIO PÉREZ
Esteban, Miguel y Adolfo son miembros de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, una orden conocida sobre todo por San Damián de Veuster, que murió de lepra mientras trabajaba como misionero en una colonia leprosa de Hawái. Las fotos de San Damián adornan algunas de las paredes de las dependencias sacerdotales de San Marcos, y en el escritorio de Esteban hay varias estampas con la imagen de Damián. Sentado tras este escritorio, Esteban se reclina en su asiento con aire de satisfacción.
Viste con prendas cómodas, un suéter rojo y una sencilla cruz de madera colgada del cuello. “Soy del norte de España”, dice. “Me ordené en Cádiz y soy sacerdote en Andalucía desde hace 48 años”. Para Esteban, el sacerdocio es un asunto familiar; dos de sus tres hermanos son sacerdotes también, y además los dos lo son en la Congregación de los Sagrados Corazones.
Cuando era joven, Dios lo llamó para unirse al sacerdocio, lo que según Esteban es algo que cada vez pasa menos en España y en el resto del mundo occidental. El gesto de Esteban se vuelve aún más serio mientras se explica, “ahora, hay muchas más vocaciones en lugares como África y Asia que en Europa”. ¿Y qué hay de San Marcos concretamente? “En los últimos nueve años, cero personas se han unido al sacerdocio aquí”, dice con un tono serio. “Eso es algo sin precedentes. Estamos atravesando lo que se conoce como una crisis de fe”. Continua explicando que hay un nú- cleo de aproximadamente el 10 por ciento de los miembros más jóvenes de San Marcos que participan activamente en los asuntos de la parroquia pero que, para el resto, las palabras de la Biblia no parecen resonar tan alto. Esteban cree que esta misma falta de fe puede verse también en Sevilla en general: “Una cosa es rezar delante de una imagen, o ver las procesiones en la calle durante la Semana Santa; creer en Jesús es otra cosa”.
Marta vuelve de Santa Isabel, donde estaba entregando las flores. Cada día, se entregan también 300 bocadillos en este convento, situado justo al lado de la iglesia de San Marcos, para alimentar a los miembros más pobres de la comunidad. “Siempre ha habido una crisis de fe entre las personas que no saben lo que es el sufrimiento”, dice. “Los jóvenes que crecen en una cultura consumista lo tienen todo y no creen que necesiten al Señor en sus vidas”. Apoyada en su andador, Isabel interviene: “Hasta el día que esa gente se encuentra con algún problema y entonces dice ‘¡Ay, Dios mío!’ y empieza a rezar”.
Fátima Cano (68) es una catequista que prepara a los niños para su Primera Comunión en San Marcos, y que también tiene su propios nietos. De pie junto a las puertas de San Marcos, le falta tiempo para expresar su opinión sobre la crisis de fe en la iglesia de España: “Creer es comprometerse, y eso es difícil. La crisis de fe es tan grande porque nadie quiere comprometerse”.
Sin embargo, hay un testimonio concreto de lo contrario: los 15 catequistas que, como Fátima, dedican su tiempo a ayudar a los 65 niños y adolescentes que vienen cada semana a la iglesia para prepararse espiritualmente para su Primera Comunión o Confirmación cristianas. Al igual que la dedicación que se observa en estos mentores, hay también un fuerte compromiso por parte de los miembros activos de los grupos pastorales de la iglesia, entre ellos los tres grupos de oración: el grupo Caritas, que proporciona asistencia pastoral a enfermos, otro grupo que proporciona ayuda a los sin techo de la comunidad, y otro que apoya a los misioneros de la congregación.
Las campanas de San Marcos nos interrumpen, abriéndose paso violentamente entre el suave murmullo de fondo de la ciudad a modo de llamada religiosa a las armas. “Una de las cosas mas importantes que hacemos aquí es ayudar a los pobres. Recogemos donaciones en cada misa”, me cuenta Fátima. “Pero mi parte favorita sobre todo es el cariño entre los feligreses. Es una buena comunidad”.
El sonido de la iglesia de San Marcos un domingo a las 12:30 de la tarde es una mezcla de cuerdas de guitarra, acompañada por un coro de voces melódicas. La voz sorda del Padre Esteban emana por los altavoces instalados en las columnas de yeso blanco que rodean las hileras de bancos de madera. El sonido de la respiración y alguna tos ocasional de algún feligrés salpican los largos periodos de silencio. El sonido de la lluvia afuera— algo poco frecuente en Sevilla-es apenas audible desde el interior. Seguramente ha reducido la cantidad de asistentes a la iglesia esta tarde de domingo, pero algunos se han dado el paseo. Se sientan repartidos por los bancos; casi todos son mujeres maduras acompañadas de sus maridos. Hay también unos padres con sus dos niños pequeños.
La voz del Padre Esteban sigue sonando: “No todo el mundo conoce a Cristo, pero todos vosotros sois testigos… quizás no veis la cara física del Señor, probablemente nadie aquí la haya visto. Pero yo sé que existe porque veo sus acciones por todas partes”. Detrás de él, seis ramos de flores ‒ puede que de Marta‒ adornan el semicírculo del altar, llamando nuestra atención con sus vibran – tes colores blancos, rojos y amarillos.
Foto: El Padre Esteban en la azotea junto a la Iglesia de San Marcos. / RYAN DOLAN
La congregación se levanta y se va poniendo en fila para recibir la comunión. Los dos niños, llenos de energía, saltan con entusiasmo perci – biendo el final de la misa. Sus padres les calman cogiéndoles de los hombros y susurrándoles. “Podéis ir en paz”, dice el Padre. “Demos gracias a Dios”, se responde. Y todos caminan hacia la puerta, desapareciendo en la niebla húmeda tras las puertas de la iglesia de San Marcos. •