Arte igual a vida en una jaima

Pilili Narbona and her group performing a concert of Sahrawi haul music titled ‘Resonating the Bodhicitta’ inside Tuiza. Madrid, May 2nd, 2015 / JOAQUÍN CORTÉS

Con la misión de hacer llegar el mensaje de paz y esperanza del pueblo saharaui al mayor número posible de personas, el artista Federico Guzmán nos convoca bajo las melfas de su obra Tuiza

en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.

“CUANDO ENTRAS A UNA JAIMA todo está muy limpio y es muy femenino. Los niños, bien educados, juegan y hacen los deberes. La mujer prepara una cena deliciosa. La tragedia no afecta a la dignidad de la familia. En una jaima no sientes la devastación o la tristeza, sino una cultura fuerte, llena de esperanza y pasión por la vida”. Así recuerda Federico Guzmán su primer momento en una jaima, el hogar improvisado en el que llevan alojándose decenas de miles de refugiados saharauis desde hace 40 años, cuando Marruecos invadió el Sáhara Occidental tras la Marcha Verde organizada por el rey Hassan II. Federico recuerda vivamente a la familia de su amiga Zeina Husein con quienes convivió en aquella jaima: su padre Husein Moulud, su madre Aziza y sus seis hermanos. “Al hijo de Alhadj, uno de los hermanos de Zeina, le han puesto de nombre Fico por mí, por lo que estoy muy agradecido y orgulloso,” explica Federico con una amplia sonrisa.

Es 16 de abril de 2015 y el aroma del incienso llena el aire del Parque del Retiro de Madrid, sobre cuyo Palacio de Cristal, espacio expositivo dependiente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, se refleja el sol. En su interior, una gran obra artística hecha por mujeres con finas piezas de tela transparentes que se mueven con la brisa. Diseños intricados que abarcan todo el espectro de colores. Una carpa impresionante, tranquila y bella, enteramente hecha de cientos de melfas unidas entre sí, el ropaje tradicional que las mujeres saharauis confeccionan para sí mismas. Melfas diseñadas y teñidas por mujeres refugiadas para una jaima llamada Tuiza.

Federico Guzmán, sevillano nacido en 1964, atiende a la periodista siempre sonriente y preparado: polo marrón, arrugas en la frente de quien reflexiona mucho, y en las comisuras de los ojos, no tanto por la edad o por la tristeza que haya visto sino de sonreir tanto. La personalidad de este artista, conocido internacionalmente desde hace más de 30 años, es enteramente luminosa. Cuando habla, parece que pintara las paredes blancas con sus palabras, como si fuera niño otra vez. “Me pasaba horas dibujando en cuadernos, mis padres me animaban mucho, yo tenía un don natural. En mi cuarto de juegos, me dejaban pintar en las paredes”. Rodeado de sus propios diseños, Federico empezó a pensar que estudiaría Bellas Artes, aunque su futuro como activista de los derechos humanos aún no estaba claro. “Cuando estaba en la facultad me interesaba hacer proyectos de arte público, no para las galerías de arte, para la gente normal de la calle”, explica el artista.

Fico en Erkeyez
Federico Guzmán frente a las pinturas rupestres de Erkeyez, Sahara Occidental/ CORTESÍA DE FEDERICO GUZMÁN

 

En 1997, Federico fue a Bogotá, capital de Colombia, con una beca Fullbright, donde continuó hasta 2000 como profesor. Inspirado por su participación en el proyecto de la “Cápsula del tiempo” en la Expo ‘92 de Sevilla, Federico decidió realizar su primera exploración de derechos humanos y arte público con sus estudiantes de Bogotá en 1998. Aquel proyecto reflejó todo lo que había visto en Colombia: “la guerra, el narcotráfico, los desplazados, el sufrimiento de otras personas”. Imagina una calle de Bogotá llena de basura y ocupada por personas desplazadas. Hay pobres, drogadictos, desempleados, gente ignorada por la sociedad y por el gobierno, que además había creado un proyecto urbanístico para derribar los edificios de la calle.

Así que Federico y los alumnos de la Universidad de los Andes y de la Universidad Jorge Tadeo Lozano decidieron realizar un proyecto colectivo en la calle del Cartucho, donde todo esto ocurría. Montaron una peluquería en la que se pusieron a cortarle el pelo a la gente, además de ayudar con la salud y la higiene en general, mientras los habitantes de la calle iban contando sus muchas historias. “Lo más importante era celebrar a través del cariño a gente que era normalmente marginada”, recuerda Federico. Después de seis meses, al final del semestre, los alumnos decidieron continuar con el proyecto creando allí mismo “El museo de la calle”. Allí empezaron a intercambiar ropa, libros, juguetes y todo tipo de cosas de utilidad con los residentes, no porque los estudiantes las necesitaran, sino para seguir reuniéndose con la amable gente de la calle Cartucho.

En noviembre de 2008, Federico fue invitado a participar en la segunda edición del Festival de Arte Artifariti, que se celebra en los campamentos de refugiados saharauis. Los cariñosos habitantes de aquella calle colombiana volverían entonces a su memoria, reflejados en el pueblo saharaui exilia- do. “Un día, asistía a una protesta frente al Muro de la Vergüenza cuando, de pronto, uno de los jóvenes que nos acompañaban agitando banderas y gritando salió corriendo hacia el muro y pisó una mina que le reventó un pie. Todo el mundo se dispersó, gritando asustado. Esa imagen no la he podido olvidar”, explica Federico. El Muro de la Vergüenza es una inmensa pared de arena construída por el ejército marroquí para dividir de norte a sur el Sahara Occidental: de un lado los territorios ocupados por Marruecos, de otro los territorios liberados por el Frente Polisario – una cicatriz geográfica de más de 2.700 kilómetros de longitud, llena de historias dolorosas para el pueblo saharaui.

Pero Federico nunca ha querido centrarse en el dolor de la gente, prefiriendo encontrar la belleza en la cultura saharaui, exponiéndole al mundo lo que significa ser saharaui. “Me interesa el arte que tiene la capacidad de transformar la realidad y a sí mismo como arte de alegría, luminosidad y refugio”, explica Federico. “Arte igual a vida. El arte no es un objeto, es una forma de hacer, una manera de actuar, otra forma de hacer política”. Según el artista sevillano, el arte es un proceso colectivo donde no existe un autor, sólo existen las ideas, los sentimientos, la filosofía y, sobre todo, la paz. En sus obras pictóricas, captura el dolor y la luminosidad de la vida en el mismo trazo de su brocha.

Tuiza es la obra más reciente de Federico Guzmán. Su nombre proviene de un término Hassaniya, el dialecto árabe de los saharauis, que se refiere a cuando las mujeres se reúnen para hacer trabajos comunitarios, como coser una jaima, ayudar a la persona enferma o preparar una boda. En el primer momento de la invasión marroquí los niños huyeron a lomos de las cabras, sin zapatos, los ancianos caminaron cientos de kilómetros, toda la gente se esparció por el desierto. “Las mujeres, para proteger a sus familias, ataban sus vestidos a las ramas de los árboles para hacer sombras y así construyeron las primeras jaimas”. Federico continúa explicando, “esta imagen me parece muy pode- rosa. Lo femenino como refugio y protección. Ésta es una de las narrativas que me inspiraron”.

Según Federico, en el desierto hay un silencio absoluto y casi místico. Allí habita una gente de cultura mestiza: africana, árabe y española. Una gente noble, hospitalaria y divertida, con una enorme filosofía de la vida pero también en una situación inhóspita. Hay un espíritu de dignidad, humilde y creativo, a pesar de que las familias vivan marginadas y viendo cómo sus derechos como seres humanos son violados diariamente.

Manifestación ante ONU SO 4 Fotografía de Paula Álvarez (ARTifariti)
Protesta mantenida por participantes en el festival Artifariti 2010 frente a la sede de la Misión de Naciones Unidas para el referendum en el Sahara Occidental. / PAULINA ÁLVAREZ

El proceso técnico de construir Tuiza comenzó en el taller Anna Lindh del campamento de Bojador. “Allí tiñen la ropa y con ellas hicimos los diseños”, recuerda Federico. “Yo traía una perspectiva de artista europeo, con la intención de denunciar las cosas injustas, la tragedia. Quería por ejemplo incluir dibujos del muro, con las minas, con las víctimas. Pero las mujeres que estaban trabajando con nosotros, Fátima, Jadgatu, Monina, Dahba, Rafia, Warda, Mahmuda y Hasina me dijeron que no, que ellas no querían hacer eso, no querían representar imágenes de más violencia y mucho menos llevarlas en su ropa”. El resultado deseado por esas ocho mujeres se puede ver hoy en Tuiza, reflejado en las setenta y dos melfas con bonitos dibujos tradicionales que cuentan la historia de la cultura saharaui: la jaima, los dibujos de henna, los elementos de la vida nómada, camellos, rosarios para rezar y, de nuevo y sobre todo, la paz.

Aunque Tuiza en sí mismo y como obra de arte evoca la profundidad y la belleza de la cultura saharaui, es lo que ocurría dentro lo que verdaderamente ha completado la experiencia total, según explica Federico, “La gente llegaba y descansaba, los niños jugaban. Fue increíble porque he hecho muchos proyectos y nunca había estado en uno en el que viviera una comunicación con el publico tan enorme, tan profunda y tan hermosa, en un entorno tan privilegiado para una infinidad de encuentros”.

Fueron cuatro meses de actividades dentro del espacio. Un día, cientos de personas participaron en una meditación budista. Al día siguiente, una mujer proponía una sesión de yoga, al otro, otra mujer proponía un clase de baile. Hubo ceremonias tradicionales del té, cuentos bajo la jaima, poesía y conciertos de música, conferencias y diálogos, proyecciones de cine.

En la página web de Artifariti hay una cita de Pablo Picasso: “La pintura no ha sido hecha para decorar los apartamentos. Es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo”. Se trata de una descripción perfecta de su famosa obra “Guernica”, que conmemora el horror sufrido por los habitantes de la ciudad vasca durante la Guerra Civil española. Quizás también una descripción de Tuiza. Ambas obras son símbolos de un conflicto histórico y ambas han compartido espacio y tiempo en el Museo Reina Sofía. Ambas representan una lucha política llena de dolor, pero hay una diferencia clave: “Tuiza no representa el hecho violento” explica Federico mientras sonríe considerando la comparación, “Tuiza celebra el hecho de la vida”. •