
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
Hay algunas preguntas que no se hacen en mi casa.
No necesariamente porque sean malas o traumáticas.
Solo porque son personales de los adultos, que pasaron por mucho para llegar a donde están hoy.
Hasta hoy, mis hermanos y yo no sabemos cómo se juntaron nuestros padres. Hasta hoy, no sabemos los detalles o las razones específicas por las que llegaron nuestros padres a los Estados Unidos. Y hasta hoy, no sabemos por qué nuestra abuela, madre de nuestro papá, no está oficialmente registrada como la madre de nuestro papá.
Pero no lo cuestiono. Porque no es mi lugar.
Las únicas cosas que sé son que mi padre nació en Corea del Sur, pero que su padre, mi abuelo, nació en Corea del Norte. Mi papá viajó a los Estados Unidos con su hermana y sus padres, pero no todos en una vez. Mi madre nació en México y cruzó la frontera con su hermana y otros miembros de la familia para buscar trabajo en los Estados Unidos. Principalmente, quería trabajar durante un año aquí, pero conoció a mi padre, nacimos mis hermanos y yo y se quedó a cuidarnos.
Este es el alcance de mi conocimiento.
Durante toda mi vida, nunca empujé para saber más.
No era fácil.
Muchas veces cuando conozco a alguien nuevo, mis orígenes salen como un tema de conversación. Les digo que soy coreana-mexicana y me preguntan cómo se conocieron mis padres.
Si me dieran un dólar por cada vez que alguien me preguntó esta cuestión, sería millonaria.
Y claro que me puse curiosa también. Todos mis amigos saben la historia de sus padres. ¿Por qué yo no?
Pero no me interesaba tanto como para sentir la necesidad de preguntar. Y mis padres tampoco sentían la importancia de decírnoslo. Esto me confundió un poco, porque a muchos padres americanos les gusta contar sus historias de amor a sus hijos desde la niñez. Desafortunadamente, esto no aplicaba a mi familia de inmigrantes.
Y no ayudaba el hecho de que a mi familia no le gusta charlar y pasar al rato con nosotros. Si no están trabajando todo el día, están viendo la tele o descansando solos porque no quieren “molestarnos” cuando estamos “estudiando”.
Para ellos, lo único que importa es el presente.
Quieren que mis hermanos y yo tengamos una vida buena como ciudadanos de los Estados Unidos. Creen que no es necesario para nosotros aprender sobre las experiencias de sus historias de inmigraciones porque eso ya pasó y el enfoque es asegurarse de que nosotros estamos contentos ahora mismo. Que nosotros no tengamos los mismos obstáculos que ellos tuvieron.
La inmigración es algo por lo que no quieren que nos preocupemos.
Pero con el plazo de cierre de esta asignación, tuve que darle una oportunidad y preguntarles las cosas que nunca he podido preguntar.
Me acerqué a mi papá primero. Le expliqué el objetivo de este proyecto y que era para clase. Él no me quiso dar tanta información. Solo me dijo las cosas que ya sabía. Que mi abuelo es de Corea del Norte y que migraron a los Estados Unidos para buscar oportunidades mejores. Para lograr el sueño americano.
Presté atención de cerca a su cara y veía la incomodidad y la vacilación en sus ojos. Se apresuró a cambiar el tema de conversación a algo neutral como la música. Y así terminó mi conversación con él sobre su inmigración.
Luego le pregunté a mi mamá. Le dije que quiero que me cuente sus experiencias al venir a los Estados Unidos. Ella se veía más incomoda. Por lo menos, mi padre llegó legalmente con visa en un avión. Mi madre, por otro lado, cruzó la frontera ilegalmente y todavía es una inmigrante indocumentada. Ella me dijo, “¿Qué hay que decir? Crucé la frontera y les di a luz a ustedes. Eso es todo”.
Había más vacilación con mi mamá. Y lo entendí.
Ya han pasado más de veinte años desde que mi madre vio a su familia en México. Y por más de la mitad de ese tiempo, no ha tenido contacto con ellos hasta unas semanas antes de la muerte de su padre, mi abuelo. Claro que es difícil recordar todo eso. Claro que es difícil contar su historia.
Por eso no pregunté más.
Mas al rato, decidí tratar de preguntar a mi tía, hermana de mi padre, quien también vive con nosotros.
Le pregunté por la razón de viajar a los Estados Unidos. Me preguntó por qué quería esa información y le dije la verdad antes de preguntarle la misma cuestión otra vez. Ella se rió y me dijo que inventara algo.
¿Ves?
Les dije que hay algunas preguntas que no se hacen en esta casa. Pues, tampoco hay respuestas.
Al final de todo esto, reflexioné sobre lo que ha pasado, preocupada por mi calificación porque no tenía la información necesaria para escribir mi ensayo. Y decidí que no me gusta esta asignación.
Porque ¿quién soy yo para entrar en el pasado sensible de otra persona y escribir sobre él como si fuera una historia para un libro infantil? ¿Qué derecho tengo yo para provocar unas memorias dolorosas? Yo no era la que vivió todo eso. No importa que yo sea familia de ellos, porque estas historias y experiencias no son mías.
Y me enojé, porque este proyecto debería ser algo divertido. Algo que me ayuda a aprender más sobre mis orígenes y mi identidad cultural. Me puse celosa porque otros estudiantes tienen padres que no están tan cerrados como los míos y les encanta contar sus memorias.
Pero al mismo tiempo, me sentí tranquila y defensiva con mi familia. Sentí la necesidad de proteger sus secretos, sus memorias, sus pasados. Porque no valen nada sus experiencias si no las escribo con sus consentimientos. Y si nunca quieren hablar de estos secretos, entonces está bien.
Como hija, como estudiante, como periodista, no es mi lugar presionar y coaccionar a mis padres. Porque eso no es ni ético ni moral.
Mi familia es más que un “trabajo para la escuela” o un “articulo interesante”.
Son personas reales con experiencias reales y personales y sus pasados no son espectáculos para el público si no han dado su consentimiento. Y no es mi lugar ni el lugar de extraños para empujar por más detalles.
Porque son sus secretos y de nadie más.