
PROYECTO DEL CURSO ‘MIGRATIONS IN TODAY’S GLOBALISED WORLD’
Hispana-americana. Esta palabra representa la combinación de mi identidad, que nos demuestra el equilibrio delicado entre dos mundos, la integración de culturas y tradiciones distintas. Crecer en los Estados Unidos es aprender la historia de la guerra revolucionaria americana como parte de tu historia. Es regresar a tu casa, después de un día hablando en inglés en la escuela, y comer pollo guisado, un plato típico de Ecuador, escuchar bachata y merengue en la radio latina y platicar en “spanglish”. Como hija de inmigrantes de Guatemala y Ecuador, he aprendido a agradecer la hermosura de mi cultura, tradiciones y costumbres e integrar mi identidad como una hispana-americana. Sin embargo, aunque estoy orgullosa de mi cultura, no sabía mucho sobre la migración de mis padres ni de las historias de mis bisabuelos. Después de entrevistas con mi familia, tanto en Estados Unidos como en Latino América, aprendí mucho sobre mis culturas. Mi historia familiar es un cuento de personas fuertes que se esfuerzan en hacer el bien por sus familias y comunidades en su propio país y en los Estados Unidos. Recordar mi historia me motiva para seguir adelante y conseguir mis metas personales y profesionales.

La historia de mi familia empieza con Ignacio Palacios, mi tatarabuelo del lado de mi madre. Un hijo de una macabea ecuatoriana llamada María Basantes y de un inmigrante colombiano, Elias Palacios. Ignacio Palacios nació en Macas, Ecuador, en la provincia de Morona Santiago. Localizada en la región amazónica del Ecuador, Macas es llamada «La Esmeralda Oriental» por su naturaleza hermosa y su exuberante flora y fauna. Ignacio Palacios fue educado por misioneros católicos cuya escuela se llamaba Colegio Salesiano Don Bosco. Aprendió lecciones sobre disciplina y modales que ayudaron a cultivar la personalidad respetuosa que él tenía. No tuvo la oportunidad de seguir la escuela después del sexto grado. Después de la escuela secundaria, empezó a trabajar en agricultura y ganadería en las fincas para conseguir dinero para su familia. Contrajo matrimonio con Dolores Rivadeneira Aguayo, y la pareja procreó siete hijos. Criado en una familia trabajadora, Ignacio tuvo que trabajar para poder sacar adelante a su propia familia.
Acostumbrado a levantarse a las cinco de la mañana, se dedicó a su trabajo y logró con el tiempo convertirse en dueño de sus propios huertos y ganados. Trabajando como un equipo, mi tatarabuelo y mi tatarabuela se comprometieron a cultivar una variedad de productos. Dolores se encargó de sembrar plátanos, yuca, caña y maíz en su chacra e hizo productos de la casa como jabón, mientras que Ignacio se dedicaba a ser comerciante y ganadero. También producía licor de caña en los trapiches o moliendas de caña de sus fincas.

Ignacio Palacios se hizo un agricultor y granadero muy conocido en Macas y en los pueblos cercanos por su gran riqueza, la gran cantidad de tierra que poseía, fruto de su trabajo diario, su inteligencia y su humildad. En aquellos tiempos, muchas personas indígenas trabajaron para él. Ignacio Palacios era conocido por ser uno de los más grandes ganaderos en la región amazónica. Llegó a tener muchas riquezas y también era conocido por ser un hombre noble y humanitario en Macas. Aprovechó todas las oportunidades y expandió su negocio a más tierras. Además, comenzó a vender sus productos a las zonas cercanas y regresaba a Macas con productos externos, como textiles, sueros y frutas para su familia.
La gente de Macas empezó a conocerlo como un hombre muy culto y con mucha disciplina. Con sus ganancias, hacía muchas donaciones a las iglesias, como a la Purísima de Macas, en agradecimiento por su prosperidad. Como la iglesia salesiana jugó un papel crítico en su juventud, donó un porcentaje de sus cosechas de plantas y carnes a la iglesia. Además, fue muy generoso con su dinero, a menudo donando a familias en necesidad o pequeños negocios que necesitaban ayuda. También llegó a ser concejal en el gobierno local y se dedicó a invertir en proyectos comunitarios para construir edificios y establecimientos locales. Su generosidad era bien conocida incluso después de su muerte. En reconocimiento de su importante contribución a Macas, la feria agrícola anual se llama Ignacio Palacios en su honor. Además, nombraron una calle con su nombre para recordar sus donaciones a la ciudad.

Después de la muerte de mi tatarabuelo, su riqueza y su tierra fue dividida entre sus hijos, como mis bisabuelos Segundo Vallejo e Inés Vallejo, y sus nietos, incluso mi abuela Josefina Palacios Vallejo. Por desgracia, debido a malas inversiones y mala suerte, mucha de esta riqueza se perdió en esta generación. La mayoría no decidió seguir los negocios familiares sino vender su parte de las fincas para obtener dinero. Como resultado, cuando nació mi madre, Glenda Farez Sánchez, la familia no tenía tanto dinero como mi tatarabuelo. Sin embargo, mi madre y sus cinco hermanos disfrutaron su juventud en Macas con holgura.
Estados Unidos siempre ha representado sueños y oportunidades. Mi tío, Ruber Farez, fue el primero de mi familia en migrar a los Estados Unidos, cuando tenía 18 años. Vivía con su tía y trabajaba en fábricas de Nueva York. Mi madre deseaba unirse con él en el sueño americano con la esperanza de una vida mejor. En 1992, decidió embarcarse en un viaje que cambiara su vida. Desde Ecuador, tomó un avión a Guatemala, donde se reunió con un amigo familiar que la traería a México y la frontera de Estados Unidos. Después de unas semanas viajando en autobús entre Guatemala y México, tuvo que cruzar la frontera caminado. Aunque este viaje fue difícil, logró llegar a Estados Unidos. Con sólo 20 años, llegó a su nuevo país en Brentwood, Nueva York. A pesar de que Estados Unidos es conocido como la tierra de las oportunidades, rápidamente se dio cuenta de que para lograr el éxito aquí había que trabajar muy duro. Se enfrentó a las diferencias de idioma y cultura, pero encontró una gran comunidad de inmigrantes en Brentwood que la ayudó a sentirse más arropada. También comenzó a trabajar en factorías locales para proveerse a sí misma y a su hermano. Mientras trabajaba allí en la fábrica, conoció a mi padre, Carlos Sánchez. Rápidamente se enamoraron, y se casaron a los seis meses.
El lado paterno de mi familia es igual de poderoso e inspirador. Con la Guerra Civil Guatemalteca y la inestabilidad económica en el fondo, mis abuelos, Carlos Sánchez e Ismelda Sánchez, reconocieron la necesidad de emigrar en busca de una vida mejor y más segura para su familia. Debido a que vivían en la Ciudad de Guatemala, la capital, no fueron directamente afectados por la guerra civil que se luchaba principalmente en el campo entre el gobierno y las comunidades indígenas. Sin embargo, la guerra obstaculizó el crecimiento económico y las oportunidades de encontrar empleos estables para las familias. Así que mis abuelos empezaron a planificar la migración a los Estados Unidos.
Mi abuelo fue el primero en llegar a los Estados Unidos para trabajar y ahorrar dinero para traer al resto de la familia. Poco después, mi abuela se reunió con él en Nueva York para ayudar a ganar dinero. Ya que se fueron cuando mi padre tenía sólo cinco años, él y sus hermanos fueron criados principalmente por su abuela, Luz Enríquez. Cuando mi padre me relataba su historia, mencionó que no conoció bien a su padre hasta años más tarde cuando se reunieron en los Estados Unidos. En 1982, con solo 14 años, mi padre migró desde Guatemala a Nueva York. Adaptarse a una nueva cultura le resultó difícil, especialmente porque tenía que aprender también a manejarse en el entorno nuevo de la escuela secundaria. Sin embargo, aprendió inglés rápido, gracias, dice, a que era muy joven.


Afortunadamente, la Ley de Reforma y Control de Inmigración de 1986 firmada por el presidente Ronald Reagan proporcionó a mis abuelos y mi padre estatus legal con un visado. Para naturalizarse ciudadano estadounidense, mi padre se unió al Ejército de los Estados Unidos. Además de hacerse ciudadano, esta fue una oportunidad para descubrir lo que quería hacer y obtener la universidad gratuita. Lo enviaron a una base militar en Alemania y trabajó en la reparación de helicópteros. Tuvo la oportunidad única de viajar a Europa, fue una gran experiencia explorar un continente y una cultura nuevos. Después de su servicio militar, regresó a los Estados Unidos y aprovechó la universidad gratuita a través del programa del GI Bill, que proporciona educación superior a los veteranos del ejército. Trató de estudiar ingeniería, pero no pudo terminar su grado porque tenía que trabajar en varios empleos para ayudar a su familia económicamente. Cuando trabajaba en una factoría en Brentwood, conoció a mi madre y se enamoró de ella.
Después de que mi hermano y yo nacimos en Nueva York, mis padres hicieron muchos sacrificios para proporcionarnos una vida estable y una buena educación. Cuando yo tenía 6 años, decidieron mudarse a Georgia por sus escuelas, el estilo de vida más tranquilo y las oportunidades mejores que había allí para salir adelante. Mis padres siempre se centraron en nuestra educación porque ellos querían que nosotros aprovecháramos todas las oportunidades que nos brinda este país y el sueño americano. Llevo 17 años viviendo en Georgia. Estoy muy orgullosa de mis raíces y he aprendido mucho de ellas. Me encantan las culturas de Ecuador y Guatemala. Tengo el privilegio de ser parte de esta hermosa familia que me enseñó a ser luchadora y una guerrera para poder conseguir mis sueños, pero siempre con humildad.
