Tu primera semana sin mí

“Mi querida Annie”, empieza la carta. Después de solo una línea, una lágrima resbala por su mejilla y humedece el papel cuidadosamente plegado.

Theo, su gordo gato atigrado, se acurruca un poquito más cerca de ella mientras Annie se hunde en el sofá del salón de su niñez. Sigue leyendo. Sus manos y sus hombros comienzan a temblar hasta que no puede sostener la carta. Su cuerpo se hunde un poco más en el sofá.

Termina de leer y, con un gran suspiro, mete la carta en un sobre en el que pone, “tu primera semana sin mí”. Annie la coloca en la parte superior de una gran pila de cartas que guarda en el interior de una caja, esperando a ser abiertas. Dos cartas, “tu primera navidad sin mí”, y “tu primer día de la madre sin mí”, sobresalen de la pila. Annie les dirige una mirada cansada y toma el teléfono.

“El día de la madre sin una madre”, le dice a la amiga que la escucha, con una leve sonrisa. Es la primera vez que ha sonreído en semanas. “No lo puedo creer.”

Las amigas guardan silencio a través del teléfono, dejando que el peso de la realidad penetre el aire.

“Pero bueno, ¿cómo estás? ¿cómo va tu segundo año en la universidad?” pregunta Annie con una felicidad fingida en la voz.

La amiga le dice que no tienen que hablar de eso ahora. Annie asiente con la cabeza y le da las gracias silentemente.

Tu primer cumpleaños sin mí 

Veintiuna velas iluminan la cara de Annie mientras mira su pastel de cumpleaños, observando a sus seres queridos con una sonrisa. Esa sonrisa y el reflejo de las pequeñas llamas son un recuerdo de como ella solía ser.

Terminado el canto coral del “cumpleaños feliz”, entre los aplausos, Annie pausa por un momento, pensativa antes de soplar las velas. La fiesta termina. Annie le echa un vistazo a la carta y se hunde en el sofá.

Más tarde, cuando su gemelo Ellis entre en el salón, Annie se limpiará las lagrimas rápidamente para que no pueda verlas y le mostrará una sonrisa. No quiere que un día igualmente especial para él, sea solo sobre ella.

Tu primera navidad sin mí

A los veintiún años, Annie todavía se emociona durante el tiempo de la navidad. Cada año, pasa semanas y semanas haciendo regalos a mano, pinturas, galletas veganas y objetos de cerámica para sus seres queridos. Su familia y amigos más cercanos tienen estantes enteros en sus casas dedicados a los regalos de Annie.

Este día de navidad, se despierta con mariposas en el estomago, preguntándose si su cuerpo le está diciendo que está emocionada o llena de miedo. Posiblemente ambas cosas.

Annie sigue el olor de los bollos de canela hasta la cocina. Saluda a su papa, que está ocupado amasando, horneando y glaseando, con un largo abrazo. Lo observa mientras sigue trabajando en la cocina. Está preocupada por él. Durante el resto del día, Annie se asegura de que su papa y su gemelo estén bien. A la una de la madrugada, vuelve a su dormitorio, cierra la puerta y llora hasta dormirse.

“Pero está bien, estoy bien – de verdad,” le dice a la amiga por teléfono. “He empezado a ir a la misma terapeuta a la que iba mi mamá durante sus últimas semanas. Ayer me dijo que tengo la misma sonrisa que ella”, dice orgullosamente.